La manifestación del sábado en Barcelona fue una de las demostraciones más bochornosas de provincianismo autosatisfecho que se han registrado en Europa desde los años inmediatamente previos a la Segunda Guerra. Fue una impresentable exhibición de bajeza danzando sobre el horror y la memoria de dieciséis cadáveres. Ningún signo de dolor entre tanto tam-tam hutu de odio egocéntrico y desalmado. El independentismo salió a la calle para homenajearse a sí mismo, utilizando a las víctimas del islamismo -no sólo las de Barcelona, sino las de todo el mundo- para un acto de narcisismo entre cursi y atroz, exclusivamente pendiente de sus banderas y sin ningún espacio -ninguno- para la señeras de los que cayeron. También la afluencia, muy inferior a la de cualquier Diada, fue un desprecio a los asesinados, junto con el escaso respeto que se les mostró agitando banderas y vociferando insultos que nada tuvieron que ver con ellos. Fue lo contrario de la rigurosa gravedad que mostraron París o Londres en sus concentraciones de repulsa al yihadismo lo que sucedió en el paseo de Gracia de una Barcelona que tan internacional se pretende y tan poco le acaban importando los cadáveres que no son suyos. No es que no tengamos miedo: es que hemos continuado tan pendientes del espejo, tratando de sacar brillo a cualquier argumento que nos autoafirmara, que no hemos llegado ni a sentirnos tristes. La insensibilidad de una parte de Cataluña hacia cualquier asunto ajeno al secesionismo y la facilidad con que convierte las propias limitaciones en las supuestas culpas de enemigos imaginarios augura lo peor y constituyó el nervio central del desfile del sábado: porque fue un desfile y no una manifestación lo que los independentistas plantearon, y al paso que les marcó la CUP, como si todavía no hubieran aprendido la lección fundamental de dónde acaba el catalanismo -y los catalanistas, claro- cuando se dejan guiar por las fuerzas de acción revolucionarias. Hace años que el independentismo pide amparo a la comunidad internacional. Tal vez tendría que plantearse -en lógica correspondencia- ofrecerle algo más que los guturales sonidos de la tribu.