Mas azuzó ayer a la turba y el soberanismo lo viene haciendo desde 2010, y especialmente desde 2012. También los socialistas lo hicieron contra el PP, y en la memoria de todos queda la infamia de la jornada de reflexión del año 2004, con las sedes del partido del Gobierno asediadas. Rajoy en la oposición también se apoyó en las demostraciones callejeras con aquellas insólitas manifestaciones pro-vida. ¿Y qué decir de los antisistema, que, 15-M aparte, están en la calle todo el día?
La turba es peligrosísima, incluso para quien la convoca. A la turba, una vez envalentonada, nadie puede controlarla, y se te puede girar el contra. Lo contrario de la libertad no es la dictadura, sino el caos, hasta el punto de que puede haber libertad sin democracia, pero no sin orden.
Excitar a las masas es el primer recurso de los totalitarismos, el más elemental. Intentan ganar por la fuerza bruta lo que no han conseguido en las urnas. Intentan pasar literalmente por encima de la Ley, cuando todo el mundo sabe que los pueblos civilizados pasan por debajo de la Ley, y no por encima.
No hay que dejarse intimidar por la turba, hay que llamar a la Policía. La turba no es ninguna fuente de legitimidad, por cuantiosa que sea, y menos en Cataluña, cuando hace sólo dieciocho días que se celebraron unas elecciones y el plebiscito que los independentistas quisieron plantear, lo perdieron. ¿No quieren democracia? Ahí la tuvieron, y tendrían que aceptar el resultado.
Nada bueno aprendimos en la calle. La calle es de la Policía. Que la gente esté en sus casas, en sus trabajos, en los cines o en los restaurantes, y que la calle sólo la use para ir de aquí para allá, y si puede ser, rápido.
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