Salvador Sostres el 16 jul, 2015 Los titulares dicen que Merkel ha hecho llorar a una niña palestina cuando lo que ha pasado es que Merkel ha dicho la verdad y una palestina se ha puesto a llorar. Y aunque no deseo que nadie llore, prefiero que esta niña llore que no lo que suelen hacer los palestinos cuando se les pone ante la verdad, que es intentar aniquilar a Israel y ser cómplices de los peores criminales que ha conocido la Humanidad. Merkel ha dicho la verdad de la inmigración y ha sido valiente ante un auditorio adverso. Y por mucho que se la quiera presentar como a un ser despiadado, la verdad que ha dicho es nuestra verdad, la verdad en la que se basa nuestra supervivencia y nuestro bienestar. Que los niños palestinos lloren y no se inmolen para asesinarnos es un progreso que no hay que despreciar. Tenemos algo precioso que preservar y el buenismo no nos puede llevar a olvidar las categorías a las que pertenecemos; y la señora Merkel ha estado estupenda negociando con Grecia, y sublime con el remate tras el referendo. Somos lo que defendemos, y una deuda es una deuda, un terrorista es un terrorista, y es evidente que ni aquí ni en ninguna parte cabemos todos. Si en lugar de llorar cuando se les dice la verdad los palestinos se hubieran dedicado a trabajar por un país democrático, próspero y libre, ahora no tendrían que pedir imposibles y serían capaces de tener acceso a una mucho mejor vida. Si en lugar de dedicarse a tratar de asesinar a sus vecinos se hubieran preocupado de procurarse una clase política practicable no tendríamos que defendernos de ellos con un muro -que no es un muro, por cierto, sino un biombo- y podríamos ayudarles en todos sus propósitos. Yo no quiero que llores, niña palestina. Si a tus padres tu llanto les doliera la mitad de lo que me duele a mí, probablemente en tu país habría más universidades que explosivos y no tendrías que marcharte a ninguna parte. Les podemos perdonar a los árabes que maten a nuestros hijos -Golda Meir lo dijo- pero no que nos obliguen a matar a los suyos. Yo no quiero que llores, niña. Quiero que seas libre. Yo no quiero que tengas que suplicarle a nadie asilo. Quiero que tengas un país que trabaje incansablemente para que puedas tener en él un esplendoroso futuro, en lugar de esta deprimente obsesión por intentar destruirnos. Tú y los chicos de tu edad podéis variar tan siniestro rumbo. Mientras tanto Merkel tiene razón y prefiero que llores a que explotes en un mercado judío. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 16 jul, 2015