Salvador Sostres el 13 jul, 2016 El concejal del ayuntamiento de Barcelona, Paco Sierra, de Ciudadanos, ha acusado al concejal de la CUP del mismo ayuntamiento, Josep Garganté, de hacer apología del terrorismo, y a la CUP en general de filoetarras. En unos días en que Ciudadanos y su líder no hacen más que decir tonterías, me es muy grato poder reconocer la excepción del concejal Sierra, que tiene toda la razón en lo que dice. Dirigentes de la CUP como David Fernández, Quim Arrufat o Anna Gabriel son íntimos amigos de Pernando Barrena y de Arnaldo Otegi, y la admiración es mutua, personal y política. David Fernández, excandidato de la CUP, proviene de la organización juvenil PUA, el experimento que quiso hacer Batasuna en Cataluña, y en el mundo independentista catalán es conocido con el apodo de “el chófer de ETA”, a pesar de que no tiene el permiso de conducir, porque es quien se encarga de llevar de paseo a Otegi cuando pasa por mi ciudad. Por lo que refiere concretamente a Garganté hay que decir que es un energúmeno. Tal vez sea la expresión más violenta y desagradable de la historia entera de la política catalana. En las formas es un salvaje, y en lo que piensa y dice es todavía más bruto. Está más cerca del zoo que del reformatorio, pero en cualquier caso alejadísimo de poder convivir en libertad en un mundo civilizado. Pero los catalanes somos así, y Garganté campa a sus anchas. A parte de sus numeritos de patio no de colegio, sino de orfanato, con su forma de vestir, con su siniestro aspecto, con su llevar tatuados en los dedos de cada mano las palabras “amor” y “odio”, de manera que sólo se pueden leer con el puño cerrado, y con su actitud impresentable contra la policía en las manifestaciones, provocando a los agentes del modo más zafio para poderles grabar cuando se cansan de él y le sueltan un muy merecido porrazo, hay una anécdota que no se ha hecho pública hasta ahora, pero que creo que es mi obligación contar, pese a la discreción con que de momento quiere llevarlo el afectado, por no organizar el espectáculo. Desde que Xavier Trias ya no es alcalde, cada vez que en los plenos municipales, o donde sea, Garganté le ve a lo lejos, se queda mirándole fijamente y le hace el gesto de pasarse el dedo índice por el cuello como queriendo decir: “Trias, te voy a matar”. Si el encuentro se produce a menos distancia, Garganté se acerca al alcalde para decirle al oído, sin que nadie más pueda oírle: “Hijo puta, hijo puta, hijo puta, hijo puta…”, y así hasta que Trias consigue dejarle atrás y abandonar la sala. Y en cada encuentro lo mismo. Una y otra vez, como un ritual macabro. Sólo un loco, sólo una persona que más que estar en una cárcel merece estar en una jaula, puede comportarse de este modo. El pobre Trias, que nunca ha sido un valiente, ni ha defendido con valentía ninguna idea valiosa, prefiere no hacer ni decir nada, porque entiende que todo forma parte de una gran provocación que busca precisamente su reacción para hacerse la víctima o para iniciar un absurdo debate en términos implanteables. Tal vez tenga razón mi exalcalde, pero por tanto callar, Ada Colau llegó a alcaldesa de Barcelona. Por mucho que Trias crea que su dignidad es un mal menor, yo pienso que si dejamos que un ser como Garganté le insulte y le amenace, estamos permitiendo a los bárbaros que pisoteen nuestras instituciones, que también son sus representantes. El concejal Sierra tiene toda la razón en sus declaraciones, en Barcelona y en Cataluña hemos caído muy bajo, y mucho me temo que las cosas, antes de mejorar, empeorarán bastante. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 13 jul, 2016