Boris Johnson ha dicho sobre el Brexit que el Reino Unido ha recuperado las riendas de su destino. Tiene razón. Les irá bien a los ingleses. Pero no por el destino sino porque han cambiado un mercado decadente por el primer mercado del mundo. La virtud del Brexit se basa en que depender de los Estados Unidos es mejor que depender de la Unión Europea y todo lo demás es palabrería. Aznar en las Azores intentó algo parecido pero estallaron los trenes de Atocha, Zapatero ganó las elecciones y ningún atisbo de inteligencia ha vuelto a inspirar a la diplomacia española. La diferencia entre el Brexit y la independencia de Cataluña no son los derechos históricos, ni la potencia militar, sino el mercado. Tener la Commonwealth y a los Estados Unidos. Se gana sólo por arriba, asegurando la economía. Se gana aguantando el pulso, pagando el precio y sabiendo quién tiene el dinero que vas a necesitar. El Brexit es una operación comercial disfrazada de retórica populista, de enemigos imaginarios y la basura ideológica que necesitas que la masa se trague para que haga lo correcto, aunque sea por los motivos equivocados. El Reino Unido ha ganado con lo que le queda de imperio, con la Reina, y con su inigualable vocación comercial. Es cierto que hay algo más que negocio, pero si no fuera negocio, no habría funcionado. El acuerdo al que el primer ministro Johnson ha llegado es razonable y la Unión Europea se ha quedado una vez más en el rincón, con su ridículo orgullo de la abandonada. La supremacía de China no estamos ya a tiempo de evitarla, y menos sin Trump en la Casa Blanca. Pero entre proteger lo que aún quede de mundo libre y entregarse como una barragana, todavía hay clases.
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