Trinidad Jiménez tiene todo el derecho del mundo a trabajar donde quiera y quieran contratarla. El problema no es dónde acabe trabajando Trini sino lo que el PSOE y la extrema izquierda dicen sobre las puertas giratorias y las retribuciones de los altos cargos públicos cuando dejan de serlo.
En un país decente, que aprecie la democracia y tenga una concepción civilizada y culta de la política, los presidentes y los ministros tienen que estar bien pagados; y tienen que tener luego sus correspondientes pensiones, que especialmente en el caso de los expresidentes han de ser adecuadas, suficientes y vitalicias. No tanto por ellos como por nosotros. No tanto por la persona como por el cargo. No tanto por su necesidad económica como porque así dignificamos la democracia y nos recordamos que somos un país maduro, formal y que entiende y valora sus instituciones.
No podemos caer en el terrible populismo de degradar cada esfera de nuestra vida pública. No podemos ceder siempre ante el argumento más ramplón, vulgar y absurdo para intentar ganarnos el aplauso fácil de la turba envalentonada.
Cualquier persona adulta y libre tiene que poder trabajar en cualquier empresa que quiera contratarla; y las empresas hacen muy bien en tratar de aprovechar la experiencia de los expresidentes, como hizo Gas Natural con Felipe González.
Si hay sospecha de delito, que se investigue y se juzgue. Pero, por definición, los políticos no son ni corruptos, ni corruptores, ni se les puede tratar como si fueran todos unos apestados, cuando son la materia prima de la democracia.
Es de república bananera, populista y totalitaria, esta permanente oda a la cutrez, este completo olvido de las formas, y este recurrir barato a las pulsiones más bajas de la gente, en lugar de avisarla cuando se equivoca y moverla hacia el pensamiento lúcido y aseado.
El problema del PSOE no es dónde vaya a trabajar Trinidad Jiménez, sino las tonterías que dice Pedro Sánchez también sobre las puertas giratorias.
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