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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Te crecerá el cerebro

Salvador Sostres el

Mi amigo Jordi Martínez Barrachina, y le cito con los dos apellidos para que no crean que me lo invento ni se equivoquen cuando le busquen, es la persona más inteligente que jamás he conocido. Es paciente y analítico, se fija mejor que nadie en los detalles, entiende con una asombrosa facilidad los mecanismos de las personas y de las cosas, y ve con suma claridad en donde más difícil es mirar, como si pudiera abrir los ojos bajo el agua y ver tan precisamente como vemos cuando llevamos puestas las gafas de nadar. La razón le importa más que el entusiasmo y la única vez que le he visto perder los papeles fue porque con un amigo común estuvimos buscando, adrede, durante dos horas, que los perdiera, y al final lo conseguimos, porque que él sea el más inteligente no significa que yo sea un idiota.

He dicho que le importa más la razón que el entusiasmo, lo que es cierto, pero eso no significa que no tenga sus momentos de entusiasmo. Son muy graciosos. Se emociona cuando descubre algo lógico que no esperaba, o una función nueva en un aparato electrónico. Es la misma emoción que la mía, pero por asuntos yo diría que hasta contrarios. Bien, no es lo fundamental de lo que quería contarles, pero releyendo el párrafo anterior he pensado que sin esta aclaración tal vez proyectaba de él una imagen fría e inanimada, cuando en realidad es un chico encantador, además de mucho más inteligente que usted y yo.

Le conocí en el instituto a mis agonizantes 14 años y desde el primer día lo supe y me dije: “éste es uno de los pocos que será siempre mejor que tú”, y aunque no me gusta sentirme así, enseguida me hice su amigo y he llevado estos 30 años de inevitable inferioridad yo creo que con bastante dignidad. Yo también soy inteligente, claro, pero tengo una inteligencia poco práctica y sin escribir no soy nada. De todos modos, en algo soy insuperable, ni siquiera él puede en esto ganarme: detecto los metales nobles y aunque a veces he concedido demasiado crédito a quien no lo merecía -por el ímpetu de los principios- los realmente buenos casi nunca me pasan desapercibidos. En lo único en lo que soy más inteligente que Jordi es en que yo sé mucho mejor que él que es más inteligente que los demás, y sé perfectamente por qué.

No sólo aprecio la eficacia sino también el estilo de su inteligencia: es un estilo seco, sin alardes, algo hiriente si te tomas las conversaciones como un ataque personal pero muy estimulante si admites de entrada que estás hablando con alguien mejor que tú y que aprender no es nunca humillante.

Me ha venido Jordi a la cabeza porque una feminista del New York Times se ha convertido en tendencia por criticar a Apple acusando a los nuevos iPhones de ser “demasiado grandes para las manos de una mujer”. Recuerdo que hace años le dije algo parecido a Jordi sobre un iPhone que no recuerdo cuál era: el que entonces acababa de salir. No me referí a las manos de una mujer sino a las mías. Le razoné que no sabía si comprármelo porque creía que tenía la mano demasiado pequeña para manejarlo. Me contestó que me lo comprara sin dudarlo, y que lo que tenía demasiado pequeño no era la mano, sino el cerebro; y que a medida que fuera usando el nuevo teléfono, mi cerebro sabría qué órdenes nuevas darle a mi mano para que pudiera llegar a todos los extremos de la pantalla.

Tenemos el cerebro demasiado pequeño. Nos quejamos de los demás pero el problema es nuestro. Mi mano no se hizo ni se ha hecho más grande y el tamaño de los iPhones no ha dejado de crecer, y si puedo manejarlos perfectamente es porque mi cerebro se ha adaptado al progreso, como dijo Jordi y como así tiene que ser.

Si el feminismo fuera algo más que resentimiento, confiaría, más que en su mano, en su cerebro; sabría que la igualdad no existe y que es inútil pretenderla; entendería a las mujeres y a los hombres y les ayudaría a crecer en lugar de tomarlos como rehenes para continuar viviendo de ellos, y contra ellos, con un cinismo que debería avergonzarles, porque los únicos problemas que el movimiento feminista ha resuelto son los problemas económicos de la gente que se gana la vida trabajando de feminista e insultando a la inteligencia, no ya la de Jordi, sino la de cualquiera que conserve el menor entendimiento. Si el resentimiento dejara de esconderse, cobarde e impotente, tras los rostros impenetrables de las pasiones insatisfechas, y en lugar de aferrarse al reproche y al insulto y a la brutalidad destructiva de todo lo bello, se preocupara de entender los detalles y el sentido general de cada cosa, y de poner en relación la metáfora con el pie de la letra, ni el New York Times habría acabado reducido a un siniestro panfleto, ni habría ninguna mujer que creyera que su mano es pequeña para un teléfono, ni el tercermundismo de la queja habría ahogado la exigencia como método y la constancia como argumento que hacen de todos nosotros personas libres y capaces de concretar en nuestra pequeña vida, aunque sea muy modestamente, la promesa de Dios y de su Hijo de un mundo mejor.

Nada de lo que tenemos es pequeño si nos detenemos a pensar y nos esforzamos para vivir despiertos; y hasta en los más oscuros momentos podemos hallar el empuje para continuar si somos capaces de usar bien la luz. Nos crece el cerebro y crecemos en él si confiamos en nuestro talento, en nuestras capacidades, en nuestra inspiración; nos crece el cerebro y somos extraordinarios cuando celebramos la belleza en lugar de pisotearla porque nos da rabia; cuando protegemos las flores extrañas de la uniformidad, de la corrección política y de las almas destensadas; y cuando tenemos amigos como Jordi y en lugar de insultarnos o de ofendernos o de negar que efectivamente siempre van a ganarnos, somos capaces de quererles y aprender. Yo nunca me cansaría de comer con él, ni de inventar añagazas de fin de fiesta para retenerle.

Si eres una chica y no ves que lo de la mano pequeña no es defenderte sino una de las maneras más degradantes de insultarte, perdona que te lo diga, pero te mereces un Samsung. Y que el cerebro se te vuelva todavía más pequeño, como tu mano.

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