Dios me llamó el jueves para decirme que Cruyff está bien. Pero que a pesar de que le reservó una de las más hermosas estancias del Cielo, lo tiene cada día en su despacho explicándole cómo tiene que gestionar la Eternidad. “Señor”, le respondí, “también les decía cómo tenían que volar a los pilotos de los aviones; pero tú le hiciste así, de modo que mucho no puedes quejarte”. Y ya que le tenía en conferencia, quise hablarle de lo mío. Dios cuando resume es buenísimo: “El siguiente es Ferran Adrià y luego ya vienes tú”, me dijo.
Me lo lleva diciendo desde nuestra primera conversación, a los diez años, una semana antes de mi Primera Comunión. El doctor Brotons, mi querido pediatra, me lo advirtió. “Estate atento estos días, tal vez alguien importante quiera decirte algo”. Él también hablaba con Dios. Y aunque sólo tenía diez años, entendí bastante bien la conversación: “No te he dado todo esto para que simplemente pases. Tú misión es repartir esperanza”. Creo que he cumplido con mi deber, a pesar de lo mucho que algunos me odian. Pero a los haters el Señor no les da importancia: “También de ésos tengo yo, Salvador, y eso que sin mí no serían nada”.
Nunca me he sentido incómodo con mi misión. Al contrario. La he convertido en el centro de mi vida, en la canción que siempre tarareo, y en su cuna mecí a mi hija y a todas las demás esperanzas para que crecieran fuertes y seguras y no se desvanecieran. Creo que se me da bien, a pesar de los pasos en falso y el dolor.
Ayer publiqué un artículo sobre el primer aniversario de mi separación y recibí los más afectuosos mensajes de consuelo. Querría agradecerlos todos uno a uno pero no sé muy bien qué decir. Por supuesto que sufro por mi hija, aunque de momento le he explicado sólo la mitad y lo lleva muy bien. Pero lo que subyace en esta historia es que fue mi mujer quien quiso separase bajo el argumento de que “no la necesitaba para ser feliz” y que “no estaba enamorado de ella”; esa clase de tramposos argumentos con que, si no los ves venir, los que viven del rol del débil tratan de traspasarte la culpa de sus actos. Lo que subyace, decía, es que mi año hubiera sido mejor que no hubiera existido, pero ha sido rico en emociones y en conocimientos, mientras que el suyo ha sido liso como el tobogán por el que resbalas al fondo de la decepción cuando por dejadez, frivolidad, inconsistencia, vagancia y los malos consejos de algunas de tus amigas, haces lo que sabes que no tienes que hacer.
Pronto ha descubierto que su problema no era yo y que si no llega a ser por la gracia fuera de lo común que me proporciona mi hilo directo con Dios, nuestra hija habría sufrido mucho más dolor del que se supone que mi mujer quería resolver separándose. Hay una matemática del Señor a la que nadie escapa, y no depende de derivadas o raíces cuadradas sino de cómo tratamos su Amor.
Ha ido en los últimos meses deshaciendo el camino de marcharse, y aunque persisten alguno de los problemas que nos separaron, me reconozco en sus pasos. Hemos ido a pasar los primeros días del verano con la niña a la montaña y ayer cuando me desperté de la siesta en nuestra habitación a oscuras oí que jugaban las dos chicas en la sala. Justo antes de abrir la puerta para ir a jugar con ellas pensé que si me dejaran elegir qué chica de todas las que he conocido fuera la madre de mi hija, con qué chica querría sentarme a jugar en aquella sala con Maria, la elegiría a ella y sólo a ella.
Están las dudas, la distancia, el cuerpo que también recuerda, las ideas que uno a veces tiene, el paso del tiempo y de la emoción primera que también pasa. Están los malentendidos y las indirectas, y las promesas de las noches de verbena. Pero luego está Dios, con su misión, con Cruyff que llegó bien pero que se pasa el día en su despacho, con Ferran inquieto y yo soy el siguiente. Luego está la esperanza con su verdad resplandeciente, una niña y su familia, los planes de la Creación, el borde de la cortina por el que entra el sol, la respiración cuando dormimos de nuestra habitación, el dolor atroz de la gente que no se quiere y llama amor a desperdiciar su talento destrozando la vida de los demás; y entonces te tomo la mano aunque no lo notes y doy gracias de haberte encontrado a tiempo.
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