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Si no tienes libertad no tienes nada

Salah Shelbayeh (Palestina)

Si no tienes libertad no tienes nada
Ignacio Gil el

Hoy se celebrar el Día Mundial del Refugiado, con poco que celebrar, tristemente. Según el informe anual publicado por Acnur el número total de desplazados y refugiados en 2019 ha alcanzado el récord de 79,5 millones, lo que supone casi el 1 % de la población mundial. Supone que cada minuto unas 25 personas huyen de sus hogares para escapar a la guerra, la persecución y la opresión. De ellos, 26 millones son personas refugiadas. Los países que más migrantes reciben son en su mayoría países en vías desarrollo y vecinos de los países de los que proceden los refugiados, acogiendo al 73 % del total.  

Salah tiene 27 años, es palestino, de Cisjordania, el mayor de tres hijos. Su padre es activista, y ha sufrido persecución y varios encarcelamientos por parte de Fatah, autoridad palestina. Es licenciado en ADE y cantante, tuvo que abandonar sus estudios de postgrado para sacar adelante a su familia. 

Ya sus padres eran desplazados internos, por lo que siempre se sintió distinto, sufría restricciones aun dentro de su tierra. “Mis primeros recuerdos siempre están unidos al hecho de ser diferente. De niño no sentía miedo, no pensaba en el futuro. Era feliz a pesar de lo que suponía vivir en una zona de conflicto, ocupada, y donde las escenas de violencia se suceden con frecuencia cotidiana”. Vivir en Cisjordania implica vivir con miedo. Los desplazamientos implican el paso por puestos de control. Al ser hijo de un activista perseguido, muchas veces al verificar sus apellidos le retenían o el denegaban el paso. Por estos impedimentos perdió varios trabajos. “Cosas que pasan en lugares donde no se cumplen todas las garantías de seguridad jurídica y libertad ideológica. Intentas acostumbrarte, pero es muy frustrante”. 

Salah ya en la universidad era afín a grupos juveniles de ideología de izquierda revolucionaria. “Pensar diferente, tener unas ideas progresistas no es un crimen. Pero recibí amenazas y sufrí una detención injustificada. Durante ocho días me retuvieron en comisaría, sometido a interrogatorios, amenazas y temí por mi integridad y mi seguridad”. Había entrado ya en el círculo de la persecución política. Consiguió salir y emprendió su huida. 

Llegó a Madrid en noviembre y comenzó la tramitación de su solicitud de asilo. En enero tuvo la primera entrevista donde pudo relatar su situación (de aquella manera, pues no tuvo el apoyo de un traductor). El siguiente paso en el procedimiento jurídico debía llegar en dos meses. Pero en su lugar llegó el estado de alarma. La espera ha sido difícil. Aunque aquí tiene conocidos, en realidad la soledad y el aislamiento han sido sus compañeros de confinamiento, eso sí, ha aprovechado las largas horas para aprender español.

La “normalidad” para jóvenes palestinos como Salah está salpicada por situaciones de violencia. “Que te detengan soldados israelíes cuando vas por la calle sin motivo alguno, y te golpeen es algo que ocurre”. A su padre le pasó y él salió en su defensa, era adolescente. “Si, le dejaron en paz, pero se ensañaron conmigo. Me hirieron en la espalda y me fracturaron el hueso lateral de la cabeza. Yo quiero que mis hijos crezcan en un lugar seguro y no tengan que sufrir la impotencia y el dolor de ver cómo le pegan una paliza a su padre solo por sus ideales políticos”. 

Escuchándole relatar como es la “normalidad” en su país, es inevitable preguntarle, “¿Dónde están los buenos?”. Contesta sin dudar “en Palestina no hay “los buenos”.

Desde que está en España Salah no tiene nada. No sabe dónde va a dormir – hay noches que toca hacerlo bajo las estrellas –  o cómo y cuándo va a poder resolver su situación legal. Pero tiene lo más importante. “Por fin duermo tranquilo, sin miedo. La libertad no tiene precio. Puedes tener educación, trabajo, familia, pero si no tienes seguridad no puedes vivir tranquilo. He renunciado a todo, empezar de cero es el precio que pagamos las personas refugiadas. Pero merece la pena lucharlo”.

Rocío Gayarre

 

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