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Un mundo más justo es necesario

Augustin Ndour (Senegal)

Un mundo más justo es necesario
Ignacio Gil el

Cuando nació en una aldea rural de Senegal, el octavo de nueve hijos, en el seno de una familia humilde de agricultores, nadie hubiera podido ni imaginar que Augustin podía ser el primer presidente de España de origen africano, ni si quiera él. Ndour, de 53 años, lleva más de dos décadas aquí y fue cabeza de lista del partido Por un Mundo + Justo en las elecciones generales de abril del 2019. Recuerda su primera jornada de pegada de carteles. “Soy muy tímido. Verme así con la gente observándome y siendo el centro de atención, me daba cierto pudor. Pero tenía claro que, si me había comprometido, tenía que darlo todo, desde el primer momento. Lo bonito de aquella campaña fue que confluimos personas de diversas ideologías, pero había mucho respeto y complicidad”. 

No recuerda a penas a su padre quien murió muy joven. “Mi madre no tenía estudios y precisamente por eso, era lo que más valoraba. Su único empeño fue que todos estudiásemos. Nuestros tíos nos querían llevar al pueblo a trabajar. Ella fue a las monjas agustinas a rogarles que pagasen nuestros estudios y ellas nos buscaron un apadrinamiento. Thérèse, una viuda francesa, mandaba dinero cada tres meses para que pudiéramos estudiar.  Esta vivencia me ha servido siempre como ejemplo: no nos conocía, pero me consta que hizo un esfuerzo enorme por nosotros”.

De sus padres ha heredado lo principal, sus valores: la honradez y la solidaridad. “Nuestra sociedad tradicionalmente es muy comunitaria y en mi familia sumamos los valores cristianos. Lo tengo claro, son los que quiero transmitir a mis hijos y son los que me definen como persona”.

No era buen estudiante y enfermaba con frecuencia. “Mi madre pensaba que me habían echado mal de ojo -evidentemente, no, quizás fuera malaria – pero le decían que si seguía ahí podía peligrar mi vida. Mi madre y mi hermano mayor pensaron que era mejor que dejara ya el colegio y me pusiera a trabajar en una tienda”. Recuerda con cariño la conversación con su hermano, en una biblioteca donde le explicó que, para triunfar, no eran los estudios lo que más hacía falta, si no la voluntad: fijarse una meta y trabajar duramente para lograrla. “Me indicó que con los libros tenía la posibilidad de seguirme formando por mi cuenta. He tenido la curiosidad de seguir leyendo y aprendiendo. En España es cuando ya me he formado en el campo de lo social y en las causas de la pobreza y he seguido un plan de formación específico. Me ha centrado en encontrar mi camino”. 

Prosperó y se especializó en eventos con éxito. Pero le rondaba la idea de salir a Europa – el mito de Eldorado – trabajar un par de años para juntar un ahorro importante, regresar y realizar una mayor inversión. “Esa era mi intención. La realidad cambia completamente al llegar aquí. Volé a Lisboa y allí tuve que trabajar en la construcción. Nunca en mi vida había hecho trabajo físico así, tener que coger el pico y la pala fue durísimo, se me reventaron las manos ya el primer día. Luego tu preocupación pasa a ser del dolor en las manos a que te pille la policía y te devuelva con lo puesto, sin capacidad de progresar. Estás condenado a malvivir. Lo más duro es el miedo con el que vas siempre. Te metes en un círculo que te obliga a cambiar tus planes y en paralelo vas echando raíces, inconscientemente, pero ocurre”. Más de veinte años después, sigue pensando que volverá. Su mujer y sus tres hijos viven en Senegal. 

Cuando vino a España se afincó en Granada. Se acogió al proceso de regularización. Mientras, estuvo vendiendo en la calle. Fue otra etapa dura. “Volví a empezar de cero. La venta ambulante no era lo mío, me daba mucha vergüenza. Los primeros días me dieron mucha mercancía, CDs, y no vendí ni uno. Había que peregrinar los bares y ofrecerlos. Era incapaz. Para sobrevivir, mi familia me estuvo mandando dinero desde Senegal”. 

Su salto a la política ha sido en parte fruto de la casualidad. Pero es el lugar desde el cual puede trabajar por sus ideales, por crear nuevos referentes para las nuevas generaciones. Predica la prevalencia del bien común pasando por el diálogo y por renunciar y llegar a pactos. “Tenemos una carencia de dialogo civilizacional. O nos sentamos a escucharnos, o nada. Hay que empezar la transformación en lo pequeño, conseguir que se extienda y que se asiente. Solo nos miramos a nosotros mismos. O entendemos que este planeta es de todos y todos tenemos que vivir con dignidad o caeremos en un abismo. El instinto de supervivencia supera todos los miedos que podemos tener. Si tu vida está amenazada, la valla es poco, la inmensidad del mar o la profundidad del desierto, son poco”. 

Augustin es un optimista nato. Cree que la gente de bien tiene que seguir haciendo cosas, cada uno desde donde pueda y que así es como se logrará un mundo más justo.

Rocío Gayarre

 

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