Mamadou salta al campo con la agilidad de una gacela y da comienzo a dos horas en las que consigue soltar por completo la mochila migratoria que carga y donde olvida lo sufrido a lo largo de su corta pero intensa vida, donde ha caminado demasiadas veces al borde del precipicio del peligro y el miedo. Regatea, coquetea con el balón, corre como cuando quema la arena y chuta con la fuerza y determinación con las que ha tomado las riendas de su vida. Y se le pinta una sonrisa en la cara.
Malí lleva sumido en conflicto armado más de una década y la situación de inseguridad y violencia no tiene un final en el horizonte cercano. El conflicto se ha visto agravado por la sequía y la desertificación. Esta crisis humanitaria ha causado el desplazamiento de más de tres millones de personas y miles de muertos, según datos de Acnur.
Tiene 23 años y una voz tan profunda como sus ilusiones. Viene de una familia grande, es el segundo de siete hermanos. “A los 7 años mi padre me mandó a vivir con mi tío, ya que por el conflicto armado estudiar en la capital era complicado. No era un buen sitio para criarme. Estudié religión musulmana y a la vez trabajaba, en nuestro país es así, desde pequeños tenemos que ayudar a la familia. Con quince años regresé. Mi sueño era ser jugador de fútbol, pero en mi pueblo era muy difícil, no teníamos entrenador, solo podíamos jugar en la calle, echábamos horas con los amigos, pero no era un entrenamiento como tal y así era difícil progresar”.
A los 17 años volvió a la capital con su abuela y empezó a trabajar en costura. “Me gustaba mucho, estuve seis años cosiendo, tenía experiencia, era bueno la verdad. No había horarios si no que trabajábamos por objetivos, más prendas hacíamos más dinero ganábamos. Pero en mi país hay guerra, todo es muy difícil. Llevamos así muchos años, aunque no siempre el foco del conflicto está en la capital, sin duda afecta a todo. No hay seguridad ni tranquilidad. Moverte dentro del país es complicado. Hay controles, pero lo peor, hay yihadistas en muchas partes y otros grupos armados que aprovechan las circunstancias de desestabilidad y de fragilidad del sistema para sembrar el terror”.
Tenía esperanza de que en Mauritania estaría mejor, buscaba seguridad y mayores oportunidades. “Allí te conviertes en un ilegal, no tienes nada. Solamente caminar por la calle ya es un problema, te ven que no eres de ahí, te delata el color de tu piel. Ser extranjero es un crimen y el acoso de la policía es brutal”. Cambió la amenaza de la guerra por la de verse deportado a la frontera sin garantías de supervivencia.
“Solo aguanté unos meses. Siempre vives con miedo. Lo poco que ganaba lo enviaba rápidamente a casa ya que, si te quedabas con el dinero, te robaban, no era un sitio seguro tampoco. Llegué a pensar en volver a mi país, pero los amigos me lo desaconsejaban: el camino de vuelta es una ruta de muerte”.
Cuando no hay marcha atrás, no te queda otra que tirar hacia delante. Decidió seguir huyendo hacia España. “Si estás listo para soltar amarras, no tienes que pagar tanto por el pasaje. Esperas que se dé la oportunidad en el último momento, te arriesgas, no sabes en manos de quien te estás poniendo, pero esperas en el bosque y luego bajas a la costa y unas horas después estás en el mar. Ahí o mueres ahogado, como les ha ocurrido a miles de personas o logras llegar a puerto seguro”.
La travesía duró 5 días y fue un infierno. Iban sesenta personas en la patera, no llevaban comida y únicamente podían beber un pequeño vaso de agua 2 o 3 veces al día. Iban calados y el frío cuando caía la noche era brutal. Muchos deliraban presos del pánico. “En cambio yo nunca perdí la fe en que íbamos a llegar. No puedes permitirte pensar otra cosa. Estaba tan decidido y toda mi vida había sorteado dificultades, que ésta, aun siendo tan extrema, al final, era una más”. La única esperanza para una vida mejor era en otro lugar.
Tras unos meses en Canarias, con el apoyo de CEAR ha comenzado su nueva vida. Se sigue formando y le gustaría encontrar trabajo en almacén o albañilería. “Aquí en España por fin estoy tranquilo y en paz. Este equipo es mi nueva familia. Hablamos de nuestros problemas. Hacer deporte es sano, ganar es importante, pero más importante es integrarnos, hablar español y conocer a otras personas con otras vidas y otras historias, pero todos apasionados de este deporte”.
Aquí la vida tampoco es fácil, pero hay más oportunidades. Es muy consciente de la suerte que ha tenido sobreviviendo a la tantas veces trágica travesía del Mediterráneo. “Es demasiado peligroso, pero somos muchos los que no vemos otra solución, quedarnos también es morir”.
Rocío Gayarre
ÁfricaCEARFutbolMaliMauritaniaMigrante