“Con 9 años ya era un hombre. Me tenía que ganar la vida. No me podía permitir sentir miedo. Tras recibir muchos golpes, me gradué en la universidad de la vida. Lo que me hizo sobrevivir no viene en los libros. Es cada vivencia la que te va enseñando. Por el camino me topé con muchísimas personas malas. O te espabilas o te va muy mal”. Con esa edad este ghanés hijo de chamán emprendió su viaje “al país de los blancos”. Ha tenido que sobrevivir tantos infernos como describe Dante en la Divina Comedia. Nueve, o quizás alguno más.
Saliendo de la escuela, iniciando los siete kilómetros a pie de regreso a su aldea, alzó la vista hacia el cielo y quedó cautivado por el paso de un avión. No sabía a penas leer ni escribir, pero tenía ya un Máster en curiosidad. Si había un lugar en que hacían objetos que surcaban los cielos, él quería llegar ahí. El primer paso fue marchar al pueblo más cercano donde empezó como aprendiz de chapistería. Pasaba hambre. Tenía que seguir su camino. En Acra trabajó en el puerto, a cambio de un plato de comida y alguna propina al día. Ahí oyó hablar del “paraíso libio” donde podría cobrar un suelo por trabajar y así con solo trece años no dudó en seguir camino rumbo a Níger.
El siguiente infierno fue el cruce del desierto. A las pocas horas de iniciar la marcha, 18 personas hacinadas en cada vehículo 4 x 4, los traficantes les obligaron a bajarse y les dejaron abandonados. Pasaron diecinueve días y sus gélidas noches cruzando el desierto a pie, topándose por el camino con cadáveres semienterrados. Para sobrevivir tenían que beber su propia orina. La mayoría de sus compañeros iban cayendo desplomados, víctimas de la deshidratación y el agotamiento. Consiguieron llegar a Libia solamente seis. “¿Por qué seguí adelante? Porque sabía que no tenía nada que perder, solamente me quedaba la vida. Fue increíblemente duro, imposible de imaginar para el que no lo haya vivido”.
Otros cuatro años en el inferno libio, trabajando en régimen de semi esclavitud, donde “cada mañana el reto era llegar vivo a la puesta de sol. Libia es un campo de batalla”. Y así consiguió ahorrar los casi 2000 euros que le pedían para realizar la travesía en patera a Europa.
Salieron dos barcos desde Mauritania, con más de 150 personas a bordo en cada una. “La patera en la que viajaba mi amigo Musa se hundió. Ninguno llevaba salvavidas. Verles ahogándose y no poder hacer nada fue terrible. Nosotros regresamos, fuimos afortunados. Y tras otro mes de espera volvimos a salir. Ya en el medio del mar, se volvió a hundir la otra patera, pero la nuestra resistió. El viaje duró algo más de 48 horas pero se me hicieron una eternidad. Otro infierno en sí mismo”. Llegaron a las costas de Fuerteventura.
Acabó en las calles de Barcelona, un último infierno, con el estigma de ser un MENA, (menor extranjero no acompañado) pero tuvo un golpe de suerte, fue acogido por una maravillosa familia. Con su apoyo, y mucho esfuerzo pudo compaginar estudios y trabajo. Hoy tiene dos carreras, un máster y ha fundado una ONG.
“Las cifras de muertos en el desierto son escalofriantes. El mayor cementerio no es el mar, la mayoría muere antes. La solución no está en la frontera europea, esa es la punta del iceberg. Tampoco está en poner barcos de salvamento en el mar. La solución está allí, en África. Lo más importante es levantarnos y actuar, ser cada uno el cambio que queremos ver. Hay que alimentar las mentes y no las barrigas de los niños”. Aunque lo que ha vivido Ousmar no se puede explicar en palabras, ha recogido su testimonio en un libro “Viaje al País de los Blancos” (Penguin Random House) “cuento mi historia para que no haya más historias como ésta que contar”.
Rocío Gayarre
ÁfricaGHANAinmigrante