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Blogs Que la fuerza te acompañe por Alfonso M. Arce

El cuento del musculitos tonto y el sedentario inteligente

Quizás puedas poner cara a los protagonistas de esta historia

El cuento del musculitos tonto y el sedentario inteligente
Alfonso M. Arce el

Luis es un tipo normal, entendiendo por normal a esa clase de persona sin estridencias en ningún sentido. Es cordial, trabajador, respeta al prójimo y ayuda en lo que puede. Igual está algo chapado a la antigua, para él la vida tiene sus tiempos y cada uno de ellos admite unas cosas y no otras. El ejercicio es algo que asocia a su niñez, a esos días de colegio en el que un profesor, especialmente motivador, les recordaba a todos que el que vale saca sobresalientes en matemáticas, los zánganos son los que destacan en educación física. Hay que sacar buenas notas, hacer una carrera y buscar trabajo para hipotecarte comprando una casa. El camino recto siempre estuvo claro para Luis. Por supuesto, había hueco para rebeldes, para ese niño cabizbajo que susurraba querer conocer mundo sin tener muy claro qué significa, el no menos raro cuyo objetivo en la vida era estudiar una lengua muerta, o los dos o tres mejor dotados para el fútbol que pensaban llegar a estrellas del balón, despreciando todo aquello que no fuese estar al aire libre sin abrir un solo libro. Los años dieron la razón a Luis. Cumplió sus plazos vitales, entro en la carrera que quería y consiguió un trabajo exigente pero bien remunerado.

El paso del tiempo avinagra y endurece las posturas que antaño fueron moderadas. Luis, íntegro y muy formado intelectualmente, tiene muy claro que la industria del culto al cuerpo es lo más vacío y superfluo que nuestra sociedad actual nos intenta imponer. Esa frivolidad cada vez le es más molesta. Y el sermón recurrente de familiares, amigos y medios de comunicación, que le recuerdan la importancia del ejercicio físico, le revuelve. Él no es como aquel compañero del cole que pasó toda su etapa estudiantil mirándose el bíceps día sí y día también. El músculo es para los tontos o la gente sin ocupación ni beneficio, él no es así, tiene un trabajo, unas responsabilidades y un día muy apretado. ¡Qué demonios! Tiene una salud de hierro y todos los días va caminando a su oficina.

Tras muchas primaveras y con una cantidad de canas que ya a duras penas dejan ver su oscuro pelo, un joven médico dio un primer susto a Luis. Los resultados de una analítica indicaban un nivel de glucosa en sangre considerados como diabetes tipo 2. Por primera vez se siente mayor, no por el diagnóstico, sino porque un médico que podría ser su hijo le está explicando la situación tratándole como un niño. Su predisposición a escuchar languidece cuando le advierte que tiene que hacer ejercicio. Ya estamos, otro musculitos tonto. Ahora Luis repara en la complexión física del médico, que es muy fuerte. ¡Qué tiempos estos en los que la carrera de medicina ya se la dan a vagos que pierden el tiempo en el gimnasio! ¡Qué sabrá este chaval! Y la vida sigue.

Ya son quince los años en los que Luis necesita insulina y una pastillita para controlar su tensión. Está torpe y su familia teme por su seguridad. Nunca hizo caso en lo del ejercicio y encontró una paz en la lectura de los grandes clásicos que no se puede obtener entre mancuernas. Que nadie le diga lo contrario. Es verdad que la fuerza de sus piernas flaquea y que ya no es capaz de esconder en lo más alto del armario, ese bote de miel que consumía de manera furtiva, aun cuando ya lo tenía terminantemente prohibido. Aunque sería recomendable por su propio bien, Luis se ha negado a utilizar un andador, tampoco está fino con sus manos, le cuesta agarrar con fuerza cualquier cosa, eso sin contar que le parece humillante. Ya ha tenido un par de caídas. El refranero es sabio y dice que no hay dos sin tres, pero cuando llega esa tercera ocasión, no puede levantarse y Laura, su mujer, no tiene fuerza suficiente para ayudarle, mucho menos para alzarle ella sola. Mientras Luis espera en el suelo a que llegue Laura con algún vecino, ahí tirado, en silencio, solo, aparece por primera vez una punzada en su conciencia tan intensa que duele. Luis se da cuenta de que debería haber escuchado, que al fin y al cabo se puede ser inteligente y estudioso a la vez que deportista y sano. No sabe cuántos años de vida dependiente le quedan, pero serán largos y, en su caso, se podrían haber evitado siendo menos tonto o un poco más previsor. Cuando le hablaban de ejercicio y fuerza, no era vanidad y músculo, era salud y longevidad.

Hasta el último de vuestros días, que la fuerza os acompañe.

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