
Sentir calambres al acabar de hacer ejercicio puede alarmarnos un poco, pero lo cierto es que no es un fenómeno extraño. Reduciendo todo lo que ocurre a una explicación simple, entendamos que el funcionamiento de nuestra musculatura se debe a un complejo mecanismo motor que «conecta» impulsos nerviosos enviados desde el cerebro con los diferentes grupos musculares, provocando una contracción. Cuando el cansancio o el esfuerzo llegan a un determinado nivel, algunas de estas conexiones «dejan de funcionar» ocasionando los calambres. Metafóricamente hablando, son pequeños cortocircuitos en nuestro sistema motor.
Aunque no exclusivamente, es más común que los calambres ocurran cuando realizamos ejercicios que concentran el esfuerzo en un músculo aislado, porque nos va a resultar más fácil conseguir que dicho músculo trabaje en un nivel de intensidad alto. Esto te puede pasar haciendo pesas, pero también en una clase de pilates. El caso contrario, pero que también puede dar lugar a calambres o espasmos musculares, sería el de deportes de resistencia, donde se pasan horas exigiendo a nuestro cuerpo que rinda sin descanso. Los principales detonantes para la aparición de los calambres son:
Falta de horas de sueño
El ejercicio tras una de esas noches en las que no se pega ojo puede ocasionar calambres en cualquier momento. Hay que tener en cuenta que durante el sueño ocurren numerosos procesos regenerativos, entre ellos está el crecimiento muscular. Si no dormimos, nos estamos perdiendo ese efecto reparador del sueño y podemos llegar a conseguir que nuestros músculos lleguen a una especie de estado catatónico. Cuando la falta de sueño es evidente, es hora de centrarse en descansar en lugar de entrenar.

Ejercicio extremo
Ya sabemos que el sedentarismo es un lastre para nuestra salud. La otra cara de la moneda son las personas que, ya sea por una adicción total al deporte o por la obsesión de superar más y más retos, se llevan al límite participando en competiciones de todo tipo o pruebas de resistencia extrema. Aunque es muy estimulante retarnos a nosotros mismos, también hay que saber «bajar el pistón». Si sientes calambres nada más empezar a entrenar, ha llegado la hora de darte un descanso.

Intentar alcanzar intensidades elevadas demasiado pronto
Hasta el mejor atleta del mundo tuvo un primer día. Esa persona que realiza proezas en redes sociales o que tiene un físico espectacular, ha pasado por un proceso. No es nada recomendable para alguien que empieza el marcarse unas exigencias desmesuradas. Los calambres pueden ser la señal de que ya has tenido bastante, ignorarlos puede acabar llevando a tu cuerpo a desarrollar algunas compensaciones que acaben con una lesión en un lugar diferente al que sientes el calambre.

Deshidratación
Los músculos necesitan estar hidratados para realizar sus funciones correctamente. Si no bebes suficiente agua puede que hasta el ejercicio más sencillo acabe complicándose y produciendo calambres. Hay mucha información y desinformación en lo que respecta a cuánto agua necesitamos beber al día. Sin entrar en discutir si son “x” o “y” litros al día, quédate con que tanto antes como después de hacer ejercicio hay que beber agua. Si es de duración media-alta, beber durante el entrenamiento también es una buena idea, o incluso una obligación.

Nivel bajo de azúcar
Todos sabemos que en general la población anda sobrada de azúcar en su organismo, pero entre deportistas que ajustan mucho su alimentación o están haciendo un «corte» (control de la dieta para bajar su peso o su % de grasa), pueden quedarse sin combustible durante un entrenamiento produciéndose lo que se conoce como una hipoglucemia. Alguna bebida isotónica durante el entreno o un pequeño snack al final pueden acabar con los calambres. También pueden ocurrir porque tu cuerpo necesita sodio o potasio, ahí los plátanos pueden ser un buen aliado.

La buena noticia es que es normalmente es fácil acabar con los calambres, casi siempre es suficiente con descansar y darse un respiro, pero si eso te suena horrible, empieza bajando la intensidad o el número de repeticiones que haces de cada ejercicio. También puedes añadir más tiempo de descanso entre ellas. Si en tu caso pudiera haber alguna carencia de energía por estar llevando una dieta estricta, come algo rico en carbohidratos una hora antes de hacer ejercicio (la opción de una palmera de chocolate no es la acertada, entendámonos).
Todo lo que hemos nombrado es lo más habitual, pero también hay que recordar que otros factores como una ingesta demasiado elevada de alcohol, cafeína o algunos medicamentos, puede producir temblores musculares. Episodios personales de ansiedad o estrés también pueden ser un detonante. Cuando algo persiste, recuerda siempre ir a un médico. Aunque es muy poco habitual, unos calambres que no desaparecen pueden esconder tras ellos la enfermedad de Parkinson o una esclerosis múltiple. La salud va mucho más allá que tener un cuerpo de calendario o conseguir acabar un maratón. Entrena duro, descansa bien y llena tus depósitos con comida saludable. Aparentemente es fácil aunque luego sabemos que no lo es tanto, pero merece la pena. Que la fuerza te acompañe.
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