Son conocidos por ser los libros que combinan la imagen y la elegancia de la tipografía Bodoni en sus portadas, junto con un fondo blanco principalmente. Son los libros de la «mancha blanca», como le gusta llamarlos a su directora literaria María Fasce.
La editorial Lumen en 2020 cumplirá 60 años, na da más y nada menos. Desde que fuera comprada en 1960 por Magín Tusquets, Lumen era una pequeña editorial religiosa fundada en Burgos durante la guerra civil por un hermano suyo. Esther Tusquets, la hija de Magín, decidió ponerse al frente del sello, transformándolo radicalmente hasta convertirlo en uno de los referentes de la resistencia cultural antifranquista. El sello se incorporó a Random House en el año 2001 y hoy forma parte de Penguin Random House Grupo Editorial.
Un sello imprescindible, que siempre se ha distinguido por buscar autores y obras que tengan fuerza suficiente para convertirse en clásicos. Es la casa de Borges y Mafalda, Umberto Eco y Greta Thunberg, Elena Ferrante y Luna Miguel, Jhumpa Lahiri y Tara Westover, Anne Carson, María Hesse, Juan Marsé, Virginia Woolf, Ernest Hemingway, o Doris Lessing, entre otros. Forman un catálogo editorial enriquecedor, de los más completo e interesante del panorama editorial en castellano. «Fue pionero en dar protagonismo a la literatura escrita por mujeres y en descubrir libros en su momento revolucionarios y hoy muy vigentes».
Lo que define al sello desde su fundación es la mítica perseverancia y la capacidad de descubrir «clásicos revolucionarios de ayer, hoy y mañana». En los últimos dos años ha crecido un 25 por ciento. Algo digno de destacar, en una industria de la que se hablaba de una reconversión tecnológica que no termina de llegar.
María Fasce es lectora, escritora, traductora, editora, y sobre todo, sabe mucho pero mucho de libros. Una pasión que transmite la editora, en su amplia trayectoria de éxito en la industria editorial, ya que ha sido la que nos ha traído a autores como Joël Dicker, Lucia Berlin, John Banville, Pierre Lemaitre, Joyce Carol Oates, entre otros.
¿Cuéntenos cómo ha sido su experiencia desde que comenzó en el mundo de la edición y su evolución editorial durante estos años?
Entré en el mundo de la edición por puro azar, como suceden las mejores cosas. Había estudiado Letras, era escritora secreta, periodista y traductora y a los 21 años fui a entrevistar a Abelardo Castillo a su casa de Constitución, en mi Buenos Aires natal. La entrevista se alargó hasta convertirse en libro y un día me dijo: «En Emecé buscan un editor». «Yo no soy editora». «Lees muy bien, sabes cinco idiomas, ¿qué más se necesita para ser editor?» Para mi gran asombro, me tomaron, y empecé a trabajar en la editorial mítica de Borges, Bioy Casares… Michael Crichton, Robin Cook, Sidney Sheldon. No podía haber mejor escuela para empezar. Editaba libros de no ficción, bestsellers (qué fascinante y difícil era dar con ellos) y ficción extranjera: aún recuerdo los faxes que intercambiaba con Sigrid Kraus: Sigrid y su marido Pedro del Carril (hermano de mi jefe en Buenos Aires) llevaban Emecé en Barcelona. Por algún motivo que ahora no recuerdo bien –era muy joven y prepotente por entonces- dejé Emecé para sólo escribir y traducir, hasta que mis informes de lectura para el Premio Planeta llamaron la atención de Willie Schavelzon –que sería primero mi jefe y luego mi agente- y me pidió ser editora de Planeta. Empecé editando libros de cocina y deportes y antologías de poesía para vender en kioscos, y terminé editando a Juan José Saer en Seix Barral. Aprendí que todos los libros deben editarse con el mismo amor y cuidado. De Planeta pasé a Alfaguara (para la que ya había traducido a Modiano y a otros autores), huyendo de una crisis amorosa aterricé en Madrid para editar la colección de clásicos que salía con El País, me casé y me fui a vivir a Barcelona, donde trabajé como editora en Edhasa. Luego me llamaron del Grupo Norma y volví a Buenos Aires para ser directora editorial en el cono sur, hasta que Amaya Elezcano me pidió dirigir Alfaguara Internacional reemplazando a Valerie Miles, y regresé a Madrid. Era el 2008. Dirigí Alfaguara Internacional y Taurus, luego pasé a llevar la Dirección Literaria de Alfaguara, y al retirarse Silvia Querini en 2018 Pilar Reyes me propuso dirigir Lumen, y Alfaguara Negra, la colección que yo había creado en el 2003 a partir de la publicación de Venganza de Benjamín Black/John Banville, y seguir llevando la edición de algunos autores de Alfaguara.
En ese largo camino tuve la suerte de descubrir a muchos autores, tan distintos y especiales como Lucia Berlin, Joël Dicker, Pierre Lemaitre, Carmen Mola, Karina Sainz Borgo o, hace apenas unos días, Sara Jaramillo Klinkert.
¿Qué o quién es un editor?
Alguien que piensa o sueña con libros las veinticuatro horas del día. Alguien que se enamora de una historia y una voz narrativa –es casi tan difícil como enamorarse de una persona- y sueña con contagiar la pasión por esa historia y esa voz a muchos lectores.
¿Qué papel tiene en la cultura actual española?
Un papel fundamental. Los editores aprendieron la lección que no comprendieron las productoras de música, que confundieron la música con el CD. Los editores buscamos «contenidos», palabra que no me gusta nada y que prefiero cambiar por «historias»: buscamos historias que llegarán a los lectores en forma de libro en papel («el formato invencible», pasada ya la crisis digital apocalíptica que presagiaba la muerte del libro), ebook, audiolibro… y que luego será quizá la fuente de la que se nutra una película o una serie. Pero los editores seguimos buscando historias, estilos, voces inconfundibles: nuestro papel esencial no ha cambiado a lo largo de los siglos. Y la edición es una industria en la que trabajamos no sólo los editores, sino los diseñadores, impresores, traductores, correctores… Desde luego, tenemos una mirada puesta en el negocio, pues para subsistir debemos ser rentables. Pero nuestra labor primordial es cultural e idealista: quizá el lema de Penguin Random House «cambiar el mundo libro a libro» sea excesivo, pero un libro puede cambiarte un día de tu vida, una idea, puede emocionarte, llevarte a otros sitios sin moverte de un sillón. Los libros fueron y serán artefactos maravillosos y peligrosos: por eso muchos de ellos, a lo largo de la historia, han sido prohibidos o quemados.
¿Qué es la edición para usted?
El oficio más hermoso del mundo. Más aún que la escritura –que también ejerzo-, pues implica una generosidad mayor: el mejor editor busca el anonimato, quien debe brillar es el autor. La famosa controversia sobre Gordon Lish, que habría «creado» a Carver, no tiene ningún sentido (basta con leer los mediocres relatos de Lish): un gran editor sabe llevar la obra de un autor a su máxima expresión, lo ayuda a ser más él mismo (y los mejores escritores son quienes mejor lo entienden).
La edición funciona como el amor –aunque suene cursi-: es un fenómeno químico de empatía que, tras la lectura, el editor entabla con el resto del mundo, empezando por su equipo más cercano (y esto vale a escala de pequeña editorial y de gran grupo, sin diferencias) en una cadena que no debe cortarse en ningún momento, y que termina en el librero, el periodista o crítico, y el lector.
¿Cuáles han sido o son sus referentes en la edición?
Jorge Herralde por su olfato y buen gusto y su capacidad de convertir un libro en noticia; Sigrid Kraus por su inteligencia, olfato y discreción (la contracara de Herralde en ese sentido); en el extranjero, Marco Cassini, quien fundó Minimum Fax en Italia y dio a conocer a los grandes escritores norteamericanos de la segunda mitad del siglo xx, y luego se reinventó convirtiéndose en el gran descubridor de la mejor literatura latinoamericana para los italianos desde Sur.
Cuando llegan las Ferias Internacionales del Libro. ¿Qué hace un editor en ellas? ¿Qué consejo daría a aquellos editores noveles que se adentran por primera vez en estos encuentros?
En las Ferias un editor construye y mantiene viva su red de contactos y amigos en el mundo de la edición, que resultarán clave para encontrar grandes libros y grandes autores, y para ayudar a construir sus carreras. Fue esa red de contactos la que me ayudó a hacer de La hija de la española una novela en traducción en 22 países antes de su publicación al español, o la que me permitió descubrir fenómenos insólitos como Contra el viento del norte o Rosa candida. El mundo editorial es muy pequeño, y también ese mundo funciona por la empatía: descubres que tu catálogo –o el catálogo que quieres construir- se parece –o te gustaría que se pareciera- al de otro editor en el mundo, buscas la complicidad y también, a lo largo del tiempo, la amistad con él: una vez, tú le recomiendas un libro que puede convertirse en un éxito para él, y otra vez, él te retribuye con otro. Pasan años y ferias en el medio. Barbara Epler, de New Directions, me llamó para agradecerme porque El gato que venía del cielo, la novela japonesa que le recomendé (y que a mí me había recomendado Philippe Picquier, el editor francés experto en literatura asiática), era su primer gran bestseller en años, lo mismo Paul Baggaley, el entonces editor de Picador, aunque para mí fuera un éxito muy modesto… Recomendaría preparar muy bien las citas, estudiando el catálogo del otro (sea un agente o un editor) y presentando muy bien –en una hoja simple con la lista y las cubiertas más emblemáticas- tus títulos –desde los más icónicos hasta las últimas contrataciones-, aprovechando al máximo esa media hora de la cita (las jornadas son agotadoras, media hora por persona entre las 9 y las 6) para hablar de pocos títulos, esenciales, reforzar el vínculo y alimentar, si surge, una amistad duradera.
Hace diez años, durante las ferias se leían y se compraban títulos. Hoy los famosos «hot books» –que ya no son tan hot y suelen ser blufs- se leen antes de la feria. Si te entusiasma mucho un libro, mejor cerrar el acuerdo antes (como me ocurrió con La verdad sobre el caso Harry Quebert). La Feria es también un buen momento para hacer una pequeña oferta personalmente al editor o agente de esa novela que ha quedado dando vueltas en tu memoria y por la que sientes una corazonada aunque no esté entre las más solicitadas o no haya tenido un gran éxito o repercusión en su país de origen.
«Un editor es alguien que piensa o sueña con libros las veinticuatro horas del día».
¿Qué es más complicado elegir un autor o un libro?
Por lo general llegan juntos: descubres a un gran autor a través de un gran libro. Aunque a veces tienes la sospecha de que ha puesto todo allí, en ese gran libro, y los libros siguientes no estarán a la altura. La prueba de fuego suele ser el segundo libro. Lo fascinante de este mundo sin embargo es que a veces sucede lo contrario: hay autores que han escrito buenos libros, los lees y descubres que tienen talento, pero intuyes que no han dado todo de sí, hasta que de pronto encuentran ese gran tema o esa gran historia que los interpela y los involucra hasta lo más íntimo, y entonces sí escriben esa gran obra con la que darán el salto. Ocurrió con Manuel Vilas y Ordesa, o con Aramburu y su inmensa Patria. Por eso un editor debe ser paciente y perseverar, seguir publicando a esos autores en los que confía, aunque no tengan éxito al principio.
¿Qué estudios, gestiones y pasos necesita un editor para decidir la conveniencia de editar una obra destinada a constituir parte de su catálogo editorial? ¿Qué criterio sigue Lumen a la hora de hacer esa selección?
Me considero muy afortunada pues he trabajado en sellos independientes y en sellos importantes dentro de un gran grupo, y siempre he tenido la suerte de que mis jefes apoyaran mi propuesta. A veces había que pagar pequeños anticipos y yo les explicaba que probablemente venderíamos poco pero que era una apuesta a futuro, y otras veces fueron anticipos muy altos, cuya necesidad e importancia también entendieron. Un editor debe haber leído mucho y «leer» también el mercado pues no vale sólo el «me encanta este libro» (que sí vale para elegir un libro, leerlo y atesorarlo en tu biblioteca personal). Un editor piensa en cómo va a comunicar ese libro para que pueda abrirse paso entre los miles de libros que se publican: cómo lo va a presentar a la prensa, a los libreros, a los lectores. Cómo va a explicar qué tiene ese libro en particular que no tengan los otros. Hoy la prensa y los lectores entienden la importancia de que un libro se haya traducido a muchas lenguas, o haya sido publicado por determinadas editoriales muy prestigiosas en el mundo, o cuente con la recomendación de un escritor o medio importante. Todo eso cuenta a la hora de elegir un título. También el ADN de tu sello: los títulos que han «funcionado» en él y han establecido esa línea que hace que los lectores busquen determinados títulos en tu sello y no en otro. Las reediciones o recuperaciones de títulos clásicos son tan importantes como las novedades en Lumen, no así en Alfaguara, por ejemplo, un sello que siempre ha sido fuerte en descubrir autores y cuyo catálogo de literatura latinoamericana y española es tan importante. Lumen fue un sello pionero en darle relevancia a la literatura escrita por mujeres y es una plataforma ideal para dar a conocer a nuevas autoras talentosas.
Para quedarte con los derechos tienes que saber poner en valor lo que puedes ofrecer desde tu sello: la fuerza del catálogo, que será la familia de acogida de ese nuevo autor, y tus éxitos anteriores que avalan lo que puedes hacer por ese libro en particular. Mi criterio en Lumen es seguir la esencia del sello, con la que me siento muy cómoda, pues está marcada a fuego desde el Lumen fundado por Esther Tusquets: el eclecticismo y la calidad, un sello donde caben Borges y Mafalda, Umberto Eco y Greta Thunberg, Elena Ferrante y Luna Miguel, Jhumpa Lahiri y Tara Westover, Anne Carson y María Hesse.
¿El saber decir «NO» a los nuevos textos es un problema vital para el editor? ¿Cómo lo afrontan?
Un editor es alguien que se define más por los NO que por los SÍ. La decisión de publicar un libro, la voluntad y la emoción de hacerlo, deben estar muy claras desde el principio, pues pasa mucho tiempo desde la contratación hasta la publicación, a veces dos años, y las ganas y el convencimiento deben estar intactos. No publico ningún título si no estoy convencida, de hecho ésa es una fórmula frecuente que acompaña y explica mi no: «no estoy convencida».
Lumen se caracteriza por tener en su catálogo grandes escritores y escritoras como Virginia Woolf, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, Doris Lessing, entre otros, así como autores más actuales, ¿alguna vez se le ha escapado un título que después ha sido un bombazo editorial? ¿Cuál?
Espero no sonar pedante si digo que no recuerdo que se me haya «escapado» un «bombazo», entendiendo por bombazo un título que tuvo mucho éxito de ventas pero también de crítica (los «bombazos» que sólo se traducen en ventas no necesariamente hubieran sido títulos publicables en Alfaguara o Lumen). En Alfaguara sí recuerdo, con gran dolor, haber perdido, en subastas, Purga de Sofi Oksanen (lloré por ello), Libertad de Franzen, y El mapa y el territorio, la última gran novela de Houellebecq. Las perdí contra editores que admiraba y admiro.
¿En el caso de autores actuales, cómo debe ser la relación entre el editor y su autor?
La escritura es un trabajo absolutamente solitario y atípico (lo sé por experiencia propia): una persona pasa horas, días, meses frente a su cuaderno u ordenador, trabajando en algo cuyo destino ignora. Ningún trabajo tiene esa naturaleza incierta. Por eso, por instinto de supervivencia, los escritores somos tan narcisistas como inseguros. La labor del editor es acompañar sin agobiar, dar seguridad y confianza, y velar porque la obra llegue a manos de los lectores en su mejor expresión y en la mejor presentación en todo sentido: el editing es fundamental, pero también el publishing, que va desde el texto de contra y solapas, el claim y el texto que va en la faja –nunca delego esas tareas- a la elección de cubierta –me la paso guardando en Pinterest imágenes para libros que incluso aún no conozco- o los ejes de comunicación.
Y tras la publicación, el escritor sufre el síndrome del abandono, y el editor debe seguir acompañándolo, idealmente ayudándolo a vislumbrar la próxima obra, la mejor próxima obra posible. Así se fideliza a un autor, conociéndolo en profundidad y sacando lo mejor de él. Un buen editor siempre es un Pigmalión.
«Un libro puede cambiarte un día de tu vida, una idea, puede emocionarte, llevarte a otros sitios sin moverte de un sillón».
En 2020 Lumen cumple 60 años ¿Qué hito destacaría de esta trayectoria de tantos años? ¿Por qué?
El catálogo de Lumen se caracteriza por ser importante pero también discreto, no hay libros que trepen a los primeros puestos de más vendidos pero sí éxitos que acaban por convertirse en longsellers. En los últimos años, La amiga estupenda de Elena Ferrante, Frida de María Hesse, El jilguero de Donna Tartt, Tan poca vida de Hanya Yanagihara, Una educación de Tara Westover y La hija de la española de Karina Sainz Borgo han sido hitos. Y el sello ha tenido un crecimiento del 25% en los últimos dos años que se traduce en una mayor visibilidad de todos los libros, en la expansión de la mancha blanca, como me gusta llamarlo.
Lo que define al sello desde su fundación, hace 60 años, es la perseverancia y la capacidad de descubrir «clásicos revolucionarios de ayer, hoy y mañana», como reza nuestro lema, y que hizo que en los 60’ Esther Tusquets apostara por Mafalda mientras Carlos Barral no acababa de entender esos dibujitos; la amplitud de miras para incluir en un mismo catálogo El diario de Bridget Jones –lo contrató Milena, al igual que Apocalípticos e integrados-, La ladrona de libros y Bizna bajo el cielo de Seúl de Le Clézio; el trabajo en equipo (me acompañan grandes editores como Lola Martínez –que también dirige la colección de Gráfica- y Andreu Jaume –del equipo original de Esther Tusquets y que dirige la colección de Poesía-, y grandes profesionales en comunicación -como Gerardo Marín-, en marketing y diseño, y un equipo comercial muy lector, entusiasta y conocedor. La felicidad contagiosa de trabajar en libros que nos enorgullecen también ha marcado Lumen desde los inicios.
«Un editor es alguien que se define más por los NO que por los SÍ».
¿Los editores tienen la llave del conocimiento al hacer su selección de los títulos a publicar?
Nadie tiene la llave del conocimiento de nada, afortunadamente. Pero es fascinante estudiar el mundo editorial, lo que sucede en cada mercado, haber leído mucho y seguir leyendo mucho, siempre intentando buscar explicaciones y asociaciones, pistas de éxito y fracaso (hasta que un gran libro me demuestre lo contrario, a los españoles no les gustan en absoluto las historias morbosas y escabrosas, de abusos sexuales por ejemplo, sobre todo si están basadas en hechos reales; son esencialmente realistas y no les gustan las distopías –a menos que sean obras maestras como La carretera-, a la hora de leer novela negra y thrillers buscan la elemental receta whodunnit y desconfían de los «thrillers psicológicos» tan queridos por los anglosajones), en el entendido de que todas esas conclusiones y supuestas reglas pueden cambiar de un día para otro. Recuerdo que Sigrid me enseñaba, vía fax, en los 90’: «los españoles nunca tuvieron sintonía con la literatura italiana», y sin embargo fue la propia Sigrid quien descubrió La soledad de los números primos de Paolo Giordano y lo convirtió en éxito. Todos los cambios y grandes tendencias surgen a partir de un gran libro, por eso es más importante, rentable y satisfactorio encontrar un gran libro que buscar libros que supuestamente siguen una tendencia en boga: después de Larsson, mientras los editores de novela negra agotaban a los lectores con novelas suecas, descubrí la renacida fuerza de la novela negra italiana con Sandrone Dazieri y Luca d’Andrea. Por eso, un editor debe guardar también cierta inocencia y audacia que le permita apostar por un libro que le entusiasma a pesar de que parecería no tener nada para triunfar. Son esos libros imprevisibles los que acaban por marcar la nueva tendencia: un joven suizo desconocido con un thriller de 700 páginas que sucede en los Estados Unidos, un noruego con un libro inclasificable que habla de su obsesión por la madera, una historia de amor con forma de intercambio epistolar por mail en la que los protagonistas nunca se encuentran cara a cara, los relatos veladamente autobiográficos de una mujer alcohólica que fue enfermera, maestra y mujer de la limpieza, el memoir de una chica que creció en una familia mormona y acabó graduándose en Cambridge…
¿La independencia del editor a la hora de elegir esos títulos está relacionada de manera directa con la rentabilidad?
Un editor debe ser coherente y prudente, tanto si la apuesta económica viene de su bolsillo –el caso de los editores independientes- o del bolsillo de la empresa a la que pertenece: tu credibilidad es clave a largo plazo, y no se evalúa por un título en particular sino por un catálogo entero, que debe crecer de forma integral. Descreo profundamente de esa política que escuché muchas veces y que podría cifrarse burdamente en «con este bestseller que es malo, como todos los bestsellers, pero venderá mucho, podré permitirme publicar estas joyas de la literatura que venden tan poco»: debes creerte todos los libros, pues de lo contrario no venderás ni el bestseller ni la joya de la literatura. Contraté Manual para mujeres de la limpieza cuando nadie confiaba en ese libro, ni la propia editorial americana, con la convicción de que Lucia Berlin estaba por lo menos a la altura de Raymond Carver, y en otra ocasión me dije a mí misma que no podía ser tan snob como para no publicar una novelita francesa romántica e inspirada llamada La gente feliz lee y toma café, si me había pasado dos paradas de metro leyendo y en vez de ir religiosamente a la milonga de un viernes por la noche, con lo que me gusta bailar tango, había decidido quedarme a terminarla en un bar.
¿Qué opina de la crítica literaria? ¿Es necesaria para dar a conocer a los autores y sus obras?
Tengo cierta veneración por la crítica literaria, que ejercí yo misma, y por los críticos (muchos grandes escritores –Borges, Amis, Banville, Oates, Tóibín, Coetze- han sido y son grandes críticos literarios). Creo que es, aún hoy, el mejor modo para dar a conocer autores y sus obras. Seguimos yendo a ver películas que nos recomiendan nuestros críticos preferidos –en mi caso, Carlos Boyero-, y leyendo libros que nos recomiendan también esos críticos implacables a los que seguimos con confianza, aunque a veces estemos en desacuerdo. Las redes multiplican el alcance de esas críticas prescriptoras, no las reemplazan. Me encanta el gesto de librerías como La Buena Vida, de poner dentro de los libros el recorte con las reseñas elogiosas. Qué felicidad leer ansiosa los suplementos culturales y descubrir que una crítica inteligente apoya mi apuesta, mi pequeño descubrimiento.
«Los libros fueron y serán artefactos maravillosos y peligrosos: por eso muchos de ellos, a lo largo de la historia, han sido prohibidos o quemados».
¿Cómo definiría el libro?
No se ha descubierto aún un objeto más cercano y querido que el libro. No tengo afán de coleccionista ni me interesan particularmente las primeras ediciones. Pero he conocido la zozobra de no saber si mis 40 cajas de libros que yacían en un container en el puerto de Buenos Aires se habían perdido, y la emoción cuando le dije a mi hijo que le compraría La metamorfosis de Kafka pues mi ejemplar estaba en esas cajas y se lamentó: «¡pero yo lo quería con tus marquitas!». Mis marquitas son mis subrayados, mis cruces en el margen, ese «lee esto y sabrás por qué es tan bueno». Vuelvo a ellas cuando quiero recuperar el impacto de un gran libro a través de sus mejores momentos. No puedes volver a un ebook sin perderte. Mi biblioteca personal –tan desperdigada después de tantas mudanzas de un lado a otro del océano- es ese arca de Noé donde están todos los libros sin los que no puedo vivir. Me fascina abrirlos cualquier día y encontrar en ellos esa emoción que sentí hace años. Borges, sobre todo. La relectura de cualquier página de Borges supera siempre al recuerdo de Borges.
Además del texto hay otros elementos que forman el libro, como es el diseño ¿Qué opinión tiene del diseño editorial? ¿Qué valor tiene para usted en el libro?
Armando Collazos, uno de mis mejores jefes, decía: el lector levanta un libro de la mesa de novedades por la cubierta y lo compra por la contra. La imagen de cubierta nunca debe duplicar el título (qué aberración poner un sombrero en un libro que se titula El sombrero), debe sugerir sin explicar, debe llamar la atención sin quitar protagonismo al título y al autor (que deben tener perfecta legibilidad). El diseño de cubiertas es un verdadero arte y hay grandes profesionales de ello. En Lumen y Penguin Random House tenemos un equipo de excepción liderado por Marta Borrell, y yo misma me involucro a fondo buscando imágenes (nunca voy a un museo o a una exposición de fotografías sin guardar alguna en el móvil para alguna cubierta). Me resulta muy estimulante el desafío de mantener una identidad de diseño que haga que una marca sea reconocible (el blanco y la bodoni en Lumen, la L en Alfaguara) y al mismo tiempo lograr una imagen de cubierta sorprendente. Es un desafío mayor aún en Alfaguara Negra: ¿cómo transmitir al lector claramente la idea de que es una novela negra sin caer en la burda mancha de sangre o poner una pistola? Lo ideal es dar con una cubierta icónica, y a veces, en esas reuniones tan interesantes en las que salen ideas sucede: «si hay sangre, ¿qué hay?, moscas». Y así surgió la cubierta de La novia gitana (Alfaguara Negra).
«Un editor debe ser paciente y perseverar, seguir publicando a esos autores en los que confía, aunque no tengan éxito al principio».
Cuando entramos en una librería las mesas están repletas de novedades. ¿Cree que hay demasiados títulos editados y se va más a la cantidad que a la calidad?
Hay muchos títulos, desde luego. Pero los lectores saben lo que buscan. Creo que esa competencia es más fuerte y difícil para los sellos comerciales. Muchos lectores han abandonado los libros por las series, con ese comentario que me da escalofríos, del tipo: «cuando vengo cansado del trabajo no quiero pensar, mejor me veo una serie». Pero los verdaderos lectores, los «lectores duros», por llamarlos de ese modo, persistimos (todo editor debe ser antes que nada un buen lector), somos adictos. Y seguimos confiando en un catálogo, en el librero prescriptor, en las reseñas y, sobre todo, en la recomendación de otros amigos lectores. Es esa cadena de empatía y confianza de la que hablaba al principio.
Los editores insisten en la necesidad de desarrollar políticas de fomento de la lectura y de protección de la propiedad intelectual. ¿Cómo? ¿Qué opinión tiene al respecto?
Es fundamental entender que la protección de la propiedad intelectual protege a los escritores y su trabajo, y también a todos los trabajadores implicados en el mundo del libro, que son muchos; que se necesitan leyes que impidan la piratería –a pesar de que es antidemagógico instaurarlas-, y poner freno a las bajadas abruptas de precio –cualquiera sea el canal- pues distorsionan el valor original de un libro. Las nuevas generaciones siguen leyendo y, dato curioso, contra todos los pronósticos, leen en papel. Creo que es importante que los programas de literatura y los libros de lectura recomendada por los colegios tengan una visión más amplia y ecléctica que acerque a los adolescentes a la lectura: por lo general se necesitan muchas lecturas para entender y emocionarse con un clásico, pero hay una sensación física de adrenalina al leer, por ejemplo, un buen thriller de Dicker, de Lemaitre o de Larsson, que acaba creando hábitos de lectura duraderos, porque como dijera Borges, cualquiera historia bien contada funciona como un relato policiaco. Me gustó mucho algo que dijo Banville en un pregón de Sant Jordi: cualquier lectura, incluso la lectura de Cincuenta sombras de Grey, es un acto mágico y sorprendente que implica nuestra inteligencia y sensibilidad más que ningún otro acto, «sigo maravillándome con esa actividad misteriosa de descifrar signos negros sobre una superficie blanca, y que esas imágenes suban a nuestro cerebro y nuestro corazón».
¿Cree que al final el libro tal como lo conocemos hoy perdurará? ¿Cuál es el futuro del libro?
Por supuesto que perdurará, casi idéntico a como lo conocemos. Ha venido perdurando por siglos. El futuro del libro es el mismo que el presente: un modo literalmente al alcance de cualquier mano para viajar, pensar y emocionarse. Los editores franceses se quejan –como casi todos los editores-, pero no conozco una sociedad más lectora que la francesa: admiro su capacidad de interesarse por los libros más variados, la cantidad de gente que lee en el metro… Una imagen me ha quedado grabada: la de un mendigo leyendo recostado contra una pared en París. «¿Qué lee?», le pregunté. Un polar (una novela negra), me dijo alzándose de hombros, como si se disculpara.
¿Y a las librerías qué futuro les espera?
Las librerías también siguen resistiendo casi idénticas a las primeras librerías que existieron. Me gusta que en ellas se puede tomar un café o un vino y empezar el libro que acabas de comprar o vas a comprar. Creo que el futuro pasa por el desafío de que todas ellas sean también pequeños centros culturales, lugares de reunión para presentar libros y para compartir lecturas. De los recuerdos más bonitos que tengo son los clubes de lectura en librerías de toda España, ese último momento en que sorprendía a los lectores pidiéndoles que en diez minutos escribieran el comienzo de un cuento à la Lucia Berlin.
¿Qué mejor lugar para una cita que una librería? Dime qué lees y te diré quién eres. Tengo una profunda confianza en la sabiduría de los libreros, en lo que significa su recomendación y su trato con los lectores: ese «yo sé qué te gusta y te puede gustar y si te ha gustado Los días del abandono de Ferrante deberías leer Ataduras de Starnone». Un algoritmo de Amazon –son muy útiles- nunca reemplaza esa conversación amistosa con un librero. Es un gesto muy similar al del editor que elige un libro para publicar. Los editores también tenemos ese mismo gesto con los libreros, a los que visitamos a menudo: sé que tal libro no te gustó, pero éste sí te gustará y lo recomendarás. Lo dijo Jeanette Winterson hace unos días en Barcelona y vale para el mundo del libro, para las librerías y para casi todo: debemos persistir en el contacto físico, en las relaciones personales, en la confianza que no transmite una pantalla sino una mirada y una conversación.
Para terminar, ¿qué tres libros recomendaría leer sin falta?
Cometierra de Dolores Reyes, La muerte del comendador de Haruki Murakami (cualquier libro de Murakami) y uno por venir, Cómo maté a mi padre, de Sara Jaramillo Klinkert (en Lumen el 7 de mayo).
Foto de María Fasce por Lisbeth Salas.
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