Cuando llegas a las últimas páginas de un libro y te quedas con ganas de más, sabes que es una lectura, provechosa, entretenida y poderosa. Tal es el caso del cómic Un trabajo como cualquier otro (Ponent Mont), adaptación del ilustrador y guionista francés Alex W. Inker (Francia, 1986) sobre el libro escrito por Virginia Reeves, el que ofrece una novela dramática e imponente sobre la vida en la Alabama de los años veinte, en el seno de una familia desgarrada por la ira, el resentimiento, la vergüenza, la culpa y el deseo.
Roscoe T. Martin es el protagonista, un electricista al que le encanta su trabajo en la ciudad, pero que se ve obligado a dejarlo, para vivir con su mujer y su hijo en la granja familiar de ella, un trabajo -el de granjero- que le resulta desagradable y poco gratificante, no le gusta nada porque su verdadero amor es trabajar con electricidad.
Los tiempos están cambiando y la electricidad está llegando y para Roscoe la energía podría ser la salvadora no sólo de la granja, sino también de su matrimonio que está fallando, para así darles una vida mejor. Tiene la idea de llevar algo de la electricidad «desperdiciada» a la granja, pero esto es robar y no es algo que se puede devolver en una fecha posterior. ¿Qué puede haber de malo en tomar un poco de energía y desviarla a la granja?
Después de que Roscoe decida robar electricidad a la compañía eléctrica para su casa y el equipo de la granja, un electricista de la compañía muere electrocutado trabajando en los cables que Roscoe había alterado. Entonces es enviado a prisión, junto con su amigo granjero llamado Wilson, al que convenció para que le ayudara en su plan. Da un giro la trama pasando a retratar la vida en prisión de Roscoe que está llena de agonía y desesperación. Pero Wilson es negro. En la Alabama de los años veinte, la vida de un negro sólo se valora por los trabajos forzados en condiciones implacables. En lugar de la cárcel, Wilson es arrendado a una empresa minera, donde pierde un brazo en una explosión subterránea.
Cuando Roscoe empieza a cumplir su condena, su mujer, Marie, le abandona con su hijo pequeño. Sólo una vez visita a Roscoe en la cárcel, para obtener su firma en los papeles del divorcio cuando apenas está consciente tras una puñalada. Su hijo, Gerald, quiere desesperadamente mantener el contacto con su padre, pero Marie no se lo permite. El precio de su crimen es demasiado alto para ella. Pero la historia es mucho más profunda que eso. Ella desprecia inconscientemente a Roscoe después de que nazca su hijo y su útero resulte gravemente dañado, impidiendo futuros embarazos. Esta culpa y la rabia asociada se transfieren a Roscoe.
Roscoe entabla amistad con los reclusos y hace todo lo posible por realizar diversos trabajos en la prisión, algunos de los cuales son peligrosos y desagradables. Su fuerza física y emocional se deteriora. Más tarde, un guardia le propina una brutal paliza que le provoca lesiones permanentes en el brazo. Y cada día se aleja más de la familia a la que ama, pero que es incapaz de retener.
El cómic es un retrato apasionante de la América del Sur profunda, repleta de racismo, violencia y angustia. Muy bien adaptada por Inker que ofrece desgarradoras escenas de desesperación y esperanza en unos tonos bicolor de rojo y negro con algunos tintes de azul, que hace que cada página sea un rebrote de una estética magnífica, así como, incluye al lector en una trama asfixiante compartida con los personajes que la sufren. De esta forma, el lector se ve inmerso en una familia desgarrada por la culpa, pero unida por una corriente subterránea de amor. Inker pinta escenas magníficas con un lenguaje gráfico expresivo y directo, resultando personajes bien pensados y profundamente impregnados de emoción.
Una ficción histórica convincente, bien estructurada en su máxima expresión, cruda y contada de una forma que te hace sentir el polvo de las tierras de labranza y el crepitar de la electricidad al pasar por los cables de alta tensión. Es a la vez inquietante y brutal en su descripción de la vida en prisión. Los personajes son magníficos en la forma en que han sido diseñados, desde Marie, resentida con su marido, hasta Roscoe y cómo se adapta a su encarcelamiento, pero hay algo que perturba en Roscoe: se muestra pasivo y acepta fácilmente su castigo, hay poca lucha en un hombre que le queda claro que no es sólo su libertad lo que ha perdido.
