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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

No es lo que miras, sino lo que ves

De la importancia de saber cómo miramos, qué miramos y para qué miramos... una obra de arte

No es lo que miras, sino lo que ves
Pablo Delgado el

«La pintura es el arte que nos recuerda que el tiempo y lo visible nacieron juntos, como un par. El lugar en el que se engendraron es la mente humana, que puede disponer los acontecimientos en una secuencia temporal y las apariencias en un mundo visto». Escribió John Berger en su obra «El último retrato de Goya». El arte, y en concreto la pintura, transmiten al observador sensaciones, sentimientos, representaciones de un algo que muy pocas cosas pueden hacer para que un ser humano se pueda estremecer y emocionar. La pintura y los artistas se rigen como medio y emisor de la representación de un tiempo y de un modo de vida que afecta al intelecto y memoria del observador.

La historia del arte en el noble intento de fijar las obras maestras, de mostrar y contextualizar la belleza de unos objetos que han surgido de la realidad o del pensamiento profundo, que van desde el garabato primitivo hasta las más altas cumbres de la pericia y técnica escultórica y pictórica, puede resultar una barrera intelectual infranqueable y lejana, una muralla intrincada de textos y teorías, en apariencia inalcanzable, de conocimientos previos para ese observador que puede acercarse por primera vez a la pintura enmarcada en un contexto determinado (un museo por ejemplo).

En la actualidad, parece que el público que se deleita en los museos con las grandes obras de arte, es un público más cultivado tanto visual como teóricamente. En principio. Pero yo creo que más que valorar lo que se encuentra uno cuando visita una pinacoteca, en su mayoría, son meros coleccionistas de sitios, es decir, aquellos que van sumando a su agenda social de visitas las ciudades de aquellos sitios en los que han estado para luego dar cuenta de ellos con sus seres cercanos, y ahora con todo el mundo por el auge de compartir todo en la red.

Pero ¿realmente entendemos esas maravillosas obras de arte de la pintura a las que nos exponemos en un museo? ¿Entendemos lo que quiso pintar el artista? A estas preguntas y otras muchas más sobre el arte y su significado de aquello que representa, da respuesta Ossian Ward en su libro «Volver a mirar. Cómo aproximarse a los artistas clásicos» (editorial Gustavo Gili). Un volumen que complementa su anterior obra, en el que el crítico británico sostenía «que la comprensión de una obra de arte es un proceso que debe producirse en la mente del espectador antes de ser traducida al lenguaje escrito, o de ser sustituida por la palabra».

El ser humano debe formarse para leer los cuadros que tiene delante sin recurrir necesariamente a la cartela que acompaña al cuadro en la pared, «debemos aprender a mirar antes de intentar leer». Volviendo a John Berger en su clásico «Modos de ver» (Gustavo Gili) afirmaba que un bebé antes de hablar aprendía a mirar. Por lo tanto, el primer aprendizaje que tenemos y que nos ayuda a saber de aquello que nos rodea, es la mirada. Una mirada que hay que educar, formar, cultivar, para luego poder desarrollar una determinada sensibilidad hacia las cosas que nos rodean, y así poder valorarlas mucho mejor que si lo hacemos sin conocimiento alguno.

La obra de Ward junto a sus métodos expuestos, ayuda a eso, a reflexionar con la mirada a fijarte en los detalles, a valorar la pintura clásica y a pintores como Velázquez, Goya, Vermeer, Constable, Cézanne, Jaques-Louis David, entre otros, a los que nos acerca el autor y ve como algo necesario y fundamental de la historia del arte. Percibir de qué modo influye ese arte en nuestras vidas, cómo afecta a nuestro estado de ánimo o cómo pone a prueba nuestras creencias más arraigadas.

Ward emplea una metodología definitoria en la que a través de unos primeros seis pasos que imitan nuestro procesamiento subconsciente de imágenes, desde la lectura a la asimilización y, finalmente, a la evaluación. Una vez pasadas las estrategias de tiempo, asociación, trasfondo, comprensión, segundo vistazo y evaluación, se podría abordar la siguiente fase intelectual en la que Ward diferencia dentro de la obra de arte categorizando el ritmo, la alegoría, estructura y atmósfera. De este modo, con estos pasos que nos muestra, podemos desentrañar el qué, el quién, el dónde y en parte el porqué de la obra de arte.

«Cuando una obra nos ha conferido energía (por medio del Ritmo), nos ha asombrado con sus detalles (gracias a la Alegoría) y su majestuosidad se ha solidificado frente a nuestros ojos (a través de la Estructura), ¿qué otro efecto puede generar en nosotros? A menudo, cuando una obra nos conmueve, permanece en nosotros su influencia y cierto resplandor crepuscular; en pocas palabras su Atmósfera (…) La atmósfera no es otra cosa que el tono general de una imagen, una especie de sensación residual que es mejor experimentar en vivo, delante de la obra. Solo contemplándola en vivo sabremos si una obra tiene o no una presencia real, si nos ha emocionado o no», afirma Ward.

Un genial recorrido visual en el que muestra y hace de guía pictórico al lector, mediante los contenidos que están presentes en las obras, desde el drama, la belleza, el disparate, el terror, hasta llegar a la paradoja que se representa. Así nos muestra la premisa con «la idea de que el arte ha sido creado para ser sentido y no solo observado».

«Uno de los desafíos que plantea el arte contemporáneo está en averiguar, en primer lugar, en qué consiste exactamente una obra de arte, y si está se encuentra encima, debajo, enfrente o alrededor de nosotros; en el caso de la pintura clásica, ese juego queda automáticamente desactivado, ya que, generalmente, la obra está formada por la imagen enmarcada situada frente a nosotros, con una estructura y unos límites concretos, ya sean el contorno del lienzo, la peana sobre la que está colocada, la vitrina que la protege o el lugar preeminente que ocupa en alguna plaza (…) Cuando nos hallamos ante un clásico de la pintura sentimos el impulso de escanear el plano de la imagen, reparando en los diferentes pasajes de la pintura y prestando atención a los detalles».

En definitiva, es una obra que ayuda al lector a conducir esas sensaciones que se pueden llegar a tener cuando se pone delante de una pintura. Una vez leída aporta un punto de vista mucho más rico sobre el arte, los artistas, la historia y aquello que la pintura representa. Todo un paseo artístico enriquecedor que de la mano de Ward arroja algo más de claridad sobre la pintura clásica. Imprescindible para entender el mundo artístico de hoy y sobre todo, que si se aprende a mirar, finalmente lo que importará no será lo que miras, sino como afirmaba Henry David Thoreau, lo que ves.

«Volver a mirar. Cómo aproximarse a los artistas clásicos» // Ossian Ward // Editorial Gustavo Gili // Traducido por Belén Herrero // 2019 // 16,90 euros

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