Pocas obsesiones colectivas persistieron tanto a lo largo de siglos como la búsqueda inglesa del paso del noroeste. Una vÃa de navegación, concebida originalmente en el siglo XVI por los navegantes españoles, y  que hipotéticamente unirÃa Atlántico y Pacifico por el norte del continente americano.
Atribuido su descubrimiento a Bartolomé de Fonte (al menos hasta los tiempos de Cook) supuestamente los españoles habÃan sido capaces de guardar el secreto a lo largo de doscientos años. Lo que sà es cierto es que los españoles llegaron a cartografiar con mucha antelación espacios más al norte y al oeste que los alcanzados por el desafortunado John Franklin de nuestra historia.
Esto vino a convertir al Paso del Noroeste en un desafÃo nacional para Inglaterra y una cuestión de destino: habÃa bien que arrebatarlo o redescubrirlo a cualquier precio. Esa pesquisa que sólo serÃa lograda por un noruego, el gran Roald Amundsen, en el siglo XX, sirvió como el más extraordinario y fértil campo para algunas de las más espeluznantes tragedias de la historia de las exploraciones. Efectivamente, la búsqueda inglesa por el Paso del Noroeste prácticamente se inicia con el asesinato, por sus propios compatriotas, del gran geógrafo Henry Hudson e implicó testimonios tan estremecedores como la horrible expedición de 1819-1821, una temprana expedición acaudillada también por el mismo John Franklin -entonces era sólo teniente- y en la que uno de los grupos a su cargo sobrevivió a las mandÃbulas del invierno del Norte gracias a un pequeño rebaño humano, compuesto de canadienses de origen francés, que bien administrado les proveyó de la carne suficiente hasta que pudieron ser rescatados. La absurda versión oficial, parte culminante de aquella tragedia, zanjó el asunto acusando de la canibalización de aquel grupo, exclusivamente a un francés, a quien le fue atribuido, precisamente, asesinar a todos sus compatriotas para alimentar a los ingleses con carne, engañando, mintiendo y aprovechándose en todo momento de la inocencia de estos, los cuales nunca supieron el origen de la carne y su relación con la desaparición de los canadienses franceses. Al parecer, esta situación fue sólo descubierta en el último momento, lo que propició que ejecutaran en el acto a aquel “cocinero” y antes de que nadie pudiera interrogarlo. Al cocinero, al menos, no se lo comieron.
FatÃdica, honorable y horrorosa fue no obstante la expedición de 1845 que, para la Marina Real, comandó de nuevo John Franklin, veterano del Ãrtico y héroe de Trafalgar, dirigiendo los buques H.M.S. Erebus y H.M.S. Terror a través de un desierto de hielo hacia un inalcanzable océano PacÃfico. Añadiendo una dimensión inexorable al mito inalcanzable del Pacifico y demostrando que desde el Norte estaba vedado ese inmenso océano nombrado por primera vez por los españoles como Mar del Sur.
Extraordinariamente planeada y concebida, la expedición de Franklin se malogró debido precisamente a la aplicación intensiva y a su papel decisivo de esa tecnologÃa. En concreto la solución escogida de conservación de alimentos en lata que fue, de alguna manera, incorrectamente aplicada en la propia Inglaterra antes de salir, y los alimentos quedaron contaminados de plomo y algunos de botulismo. El efecto de estos graves problemas en las condiciones extremas del norte canadiense produjo locura, enfermedad, escorbuto y hambre entre las tripulaciones que, en un paisaje de apariencia infinito y ultraterreno, sufrieron una penosa muerte. Para ver algo semejante habrÃa que remontarse a la colonia que intentó fundar en el extremo sur del continente americano el navegante español Sarmiento de Gamboa y a cuya población, ya diezmada, se negó a socorrer el corsario Thomas Cavendish quien no dudó en saquear lo que pudo a los desesperados y moribundos españoles entre los hielos.
Los buques de Franklin se perdieron y la catástrofe supuso que todavÃa otros cinco navÃos más, a lo largo de muchos años y expediciones de rescate, también acabaran malográndose en el intento de salvar a Franklin y sus hombres de una historia maldita que parece que aún no se ha cerrado.
Efectivamente, las incógnitas sobre el destino final de Franklin y sus hombres sólo se fueron despejando poco a poco en más de 160 años y el alcance de el director de este blog, Jesús GarcÃa Calero, anticipó que el yacimiento arqueológico del HMS Erebus se estaba intentado utilizar como reivindicación sobre los territorios árticos por parte de Canadá.
Sin embargo, las cuestiones jurÃdicas de este yacimiento no se han agotado ahÃ.
La hora del derecho de los aborÃgenes del Norte
Desde que en Estados Unidos se aprobara en 1971 la Ley de Conciliación de las Reivindicaciones Territoriales de los Nativos de Alaska, legislación que vino a convertir a los nativos de ese Estado en los principales propietarios privados de Alaska (16 millones de hectáreas aproximadamente), una corriente de protesta de las desplazadas y saqueadas minorÃas indÃgenas, desde Canadá hasta la Unión Soviética se movilizaron esperando un reconocimiento legal a sus derechos. La fragilidad demográfica del hombre blanco en Canadá y el temor de la difusión del comunismo en las comunidades indias del norte –que en esa hipótesis habrÃa dado un pretexto para la interferencia polÃtica estadounidense- facilitaron que las autoridades canadienses supieran alcanzar compromisos territoriales con los indÃgenas, especialmente al norte del paralelo 60º desde 1975. En 1979 también Groenlandia sufrió esta presión y aprobó con la presión indÃgena su autonomÃa de Dinamarca manteniendo toda su singularidad legal tradicional, como el principio de que todo el suelo es público y se desmarcó del proceso de construcción de la Comunidad Europea. Ni qué decir tiene que en los territorios soviéticos y postsoviéticos estas cuestiones sobre derechos indÃgenas son algo desgraciadamente marginal). Para los poderes postcoloniales eran decisiones asumibles: al fin y al cabo todavÃa esos territorios eran un infierno de hielo que bien se podÃa dejar en fideicomiso a unos pocos indios, quienes por otro lado jamás habÃan firmado un tratado con los blancos –el permafrost y las llanuras perpetuamente congeladas no valÃan la pena ni por el papel en que se hubiera constatado su cesión- y por tanto estas poblaciones podÃan afirmar que sus derechos a la tierra eran originales y no se habÃan renunciado jamás.
En Canadá el proceso se precipitó en 1982 momento en que la modificación de la Constitución Canadiense empezó a reconocer derechos originarios a los aborÃgenes. Fundamental fue en 1993 el Acuerdo sobre las Reivindicaciones Territoriales de Nunavut continuado hasta el Acuerdo sobre las Reivindicaciones Territoriales de los Inuit de Nunavik (2008) que definió un proceso de importantes adjudicaciones territoriales y polÃticas en favor de las minorÃas indÃgenas, significativamente a través de la creación del Territorio Autónomo de Nunavut en 1999. De esta forma, algunos derechos (de propiedad y uso de las tierras y recursos naturales) en esos territorios esencialmente deshabitados, mayores que Europa occidental y periódicamente depredados, fueron pasando (aunque lentamente e incluso en algunos casos retenidos en la práctica por el gobierno federal) al puñado de seres humanos indÃgenas que viven en ellos desde hace milenios, poco más de 30000 personas a los que se suma poco más de un millar de no aborÃgenes. Estos reconocimientos territoriales, no obstante, tienen un marco limitado dentro de la constitución canadiense y es obvio que canadienses y británicos han permitido que todas esas “manzanas” territoriales y jurÃdicas en favor de poblaciones sólo parcialmente asimiladas a la cultura occidental, se mantengan de momento en ese “cesto” aborigen y que la convicción de que culturas poco familiarizadas con participar en administraciones burocráticas complejas les permitirÃan manejarlos evitando al mismo tiempo un discurso “evidentemente colonialâ€.
Todo este proceso ha supuesto que todos los territorios donde se desmadejó la famosa expedición de Franklin desde la Isla de Cornwallis hasta la del Rey Guillermo se encuentren en territorio Innuit.
Los restos de la expedición de Franklin son parte de la memoria del pueblo Inuit. La extraña equivalencia entre memoria y derecho.
Después de casi dos décadas de autogobierno las autoridades aborÃgenes, las comunidades Inuit, consideran que ese patrimonio no sólo está en sus territorios, en donde además ahora sostienen que también detentan algunas competencias soberanas, sino que alegan que ese patrimonio les vincula de una forma histórica propia, desde otro discurso donde la persecución del Paso del Noroeste es apenas un aspecto menor y en todo caso un mero pretexto colonial respecto de ellos.
Algo de esto es innegable, pues precisamente la memoria y folclore del pueblo Inuit es lo que ha permitido ubicar en 2014 el lugar de descanso del HMS Erebus. Y de hecho, aspectos controvertidos de esta memoria han sido apartados de la historia de la Royal Navy especialmente los relativos al canibalismo practicado en los últimos momentos de la expedición (y que se intentó atribuir a los los aborÃgenes al menos hasta que la ciencia forense confirmó que las uñas y manos de varios cuerpos de miembros de la expedición estaban manchados con sangre de sus camaradas) comportamiento que llamó la atención a los Inuit ya que la antropofagia para ellos es el gran tabú, cuya preservación hace que la leve luz de la humanidad persevere, frente las tierras del hielo, en la tierra sin testigos: nunca consumir carne humana.
La ausencia de un reconocimiento del gobierno federal respecto a los derechos indÃgenas sobre estos restos arqueológicos ha propiciado un grave conflicto. La expedición de Franklin representó uno de los primeros y simbólicamente más traumáticos contactos entre los pueblos inuit y el británico. Ahora el acceso y vaciamiento del yacimiento con remisión del contenido a Inglaterra y a Otawa supondrÃa el nuevo capÃtulo en pleno siglo XXI del mismo modelo de relación con el que partió John Franklin, lo cual ha provocado una reacción muy dura por parte del gobierno del territorio autónomo de Nunavut. De momento, la administración Inuit ha intentado restringir el acceso unilateral a los yacimientos y que, sin su autorización, no puedan los buzos y expertos arqueológicos de Parques del Canadá intervenir sobre el pecio del HMS Erebus. Los restos del buque son parte cultural relevante del pueblo inuit y sus acuerdos con el gobierno canadiense les otorga derechos especiales e intereses sobre los mismos.
No obstantes, las autoridades indÃgenas sà habÃan aceptado un acuerdo marco con las mismas autoridades de Parques del Canadá (Parks Canada) para que se tuvieran que solicitar permisos antes de retirar ningún resto del HMS Terror, lo que no ha servido de antecedente para el caso del Erebus. El asunto es bastante relevante porque lo cierto es que Parques del Canadá ha destinado más de 17 millones de dólares desde 2008 en una búsqueda que, ciertamente, supera cualquier elemento cultural justificable y tiene una dimensión polÃtica de primer orden .
Mientras Canadá, en materia de polÃtica exterior siempre ha mostrado la máxima “transigencia†a los intereses del Reino Unido y, en relación a la expedición de Franklin, ya en 1997 habÃa cedido todos sus posibles derechos sobre los restos de la misma, la virtualidad de ese acuerdo internacional ha sido negado por los inuit quienes insisten en que no les afecta. De hecho, las comunidades indÃgenas, con base a su convenio del año 1993 con la Corona Británica y el Gobierno Canadiense alegan que la titularidad inuit quedó efectivamente reconocida sobre los restos arqueológicos en las zonas marÃtimas del territorio (artÃculos 33.1.2, 33.2 al 7, todo ello sin perjuicio de la excepción hecha en relación a la titularidad pública expresada en el artÃculo 33.7).
Patrimonio común y compartido
Sin embargo, los pueblos Inuit están dispuestos a considerar que pueda existir una copropiedad sobre los restos. Desde el ABC hemos propuesto más de una vez la idea de un patrimonio compartido respecto de los restos arqueológicos de algunos de nuestros buques en determinadas circunstancias en que no puede disociar aspectos culturales, históricos y de propósito de protección y conocimiento, buscando soluciones que favorezcan el reencuentro histórico entre sociedades y siempre que preserven el valor histórico, de legalidad internacional y desde luego el elemento moral de suponer tumbas de guerra por parte de muchos de esos yacimientos.
Es posible también que la introducción del elemento indÃgena sea parte de ese cambio de estrategia británico en relación con el conflicto Ãrtico frente a Rusia, tal como ya se sirvió del elemento ecologista para encontrar una solución diferente sobre esos inmensos espacios que desactive un conflicto de viejo corte y que parece difÃcil de ganar para el viejo imperio. La solución no parece mala, siempre que el final sea cerrar definitivamente el juego…
Dos inevitables postdatas:
QuerÃa expresar que estas lÃneas quedan dedicadas a ese gran poeta español de Barcelona que es Enrique Badosa y, francamente, nadie que ame el mar y la inteligencia, entendida como viaje, deberÃa dejar de leer sus versos.
 Y ya que hablamos de pueblos originales y aborÃgenes me permito recomendar la entrañable y brillante obra de Diego de Azqueta y la fotógrafa Patricia Fuster “Los guardianes de la Biodiversidad” un testimonio de nuestra frágil diversidad y con la esperanza de que la humanidad no descubra nunca a la memoria como su única patria.
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