Cuenta un conocido personaje español del siglo XIX, cuyo nombre no viene ahora al caso, una divertida anécdota: conoció en cierta ocasión a un historiador que estaba completando un erudito trabajo sobre la Reconquista. Según su relato, la ardua lucha de ocho siglos se reducía a una serie tan continua como infalible de victorias cristianas sobre los musulmanes. Extrañado ante tan triunfal visión, nuestro personaje se atrevió a preguntar al estudioso: “¿ Y no sucedió nunca que ganaran los moros ?”, a lo que el historiador, impasible, contestó sin dudar: “Mire usted, eso…¡ que lo averigüen ellos !”.
La anécdota parece a propósito para reflejar lo que ha sucedido con nuestra Historia Naval. Desde películas y novelas más o menos históricas, pero de gran éxito popular incluso hoy, a sesudos estudios, parece general la impresión de que nuestra Historia Naval no ha sido sino una serie ininterrumpida de derrotas, cuando no de desastres.
Claro que muchos de estos libros o películas reflejan la muy interesada versión de los que entonces eran nuestros enemigos, pero nadie repara mucho en ello, y tal bombardeo, unido a un cierto complejo de inferioridad, cuando no a la feroz autocrítica de la que somos capaces los españoles, ha llevado a muchos a admitirlo como una cosa cierta.
Ahora bien, siendo así, no se concibe que España pudiera crear y mantener durante cuatro siglos un enorme imperio oceánico, adelantándose además a otros países, al parecer mejor dotados. Y mucho menos si se recuerda que tales posesiones no pasaron casi nunca a manos de otras potencias, sino que en su inmensa mayoría se perdieron por los deseos de emancipación de sus pobladores.
¡Alguna vez debieron de ganar los moros! Y ya que nos ha tocado el triste papel que les asignaba el conscientemente parcial historiador de nuestra anécdota, tal vez sea el momento de dedicarse a recordar algunas de las muchas ocasiones en que resultamos vencedores. Y no por el vano prurito de pretender ser más que nadie recordando viejas glorias, ni por el empeño erudito de revisar páginas olvidadas de la Historia, sino por algo mucho más importante: por no perdernos el respeto a nosotros mismos ignorando nuestro pasado, y por darnos el gusto de brindar con los que ahora son nuestros amigos y hasta aliados, recordando en plan de igualdad, nuestro pasado común.
Con tal propósito nace esta sección, en la confianza de disponer de material suficiente que ofrecer a sus lectores como para hacerla durar muchos años.
Así presentábamos en el cuaderno de junio de 1999 de la Revista General de Marina nuestra nueva sección, que ha durado largos años y tal vez resucite en el futuro, gérmen del presente libro como el lector ya conoce.
Para su publicación en forma de libro hemos ordenado los artículos por orden cronológico, para su mejor entendimiento y valoración, corrigiendo algunos errores o “gazapos”, aportando alguna información adicional, o en ocasiones, y como observarán los lectores de la mencionada Revista, agrupándolos o refundiéndolos.
También, y en aras de ofrecer una visión más completa, hemos añadido varios más, algunos nuevos y otros aparecidos igualmente en las páginas de la Revista General de Marina, pero sin el antedicho epígrafe aunque con la misma o parecida orientación, para cubrir todo el período que nos hemos propuesto: desde el siglo XVI al fin del imperio en 1898, pues el siglo XX sólo ofrece o combates de mucho menor interés y entidad, o dolorosas victorias de unos españoles sobre otros que queda muy lejos de nuestra intención celebrar.
Por la misma razón, y tras seria meditación, hemos obviado las victorias conseguidas por marinos españoles como don Ángel Laborde o don Jacinto Romarate en las guerras de la Emancipación Americana, en esencia, guerras civiles donde a menudo había españoles peninsulares entre los independentistas y desde luego, muchos españoles americanos entre los realistas. Y eso pese a que con suma frecuencia, los enemigos de Laborde o de Romarate no eran sino anglosajones al servicio de las nacientes repúblicas, como fueron los casos notorios de Brown, Cochrane o Porter.. .
Nuestro trabajo ha sido, declaradamente, de índole divulgativa, aunque en no pocas ocasiones hemos añadido una investigación concreta y propia, como el lector podrá comprobar en las notas al pié o en la bibliografía y fuentes señaladas al final de cada artículo. Pero, y en general, reconocemos nuestra deuda con la clásica y monumental obra de don Cesáreo Fernández Duro: “Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón”, que ha sido nuestra referencia obligada y hasta única para muchos artículos, pero, permítasenos la licencia, que no hemos citado puntualmente con el propósito de que el lector vaya a buscar en la gran obra la referencia concreta, y así sea tan leída y conocida una obra tan citada y básica, pero con la cual pocos se han atrevido de verdad.
Por supuesto que nuestra relación de “victorias por mar de los españoles” no pretende en modo alguno ser exhaustiva: hay otras muchas más victorias no reseñadas, entre las que destaca la gran batalla de Lepanto, la que ha merecido libro aparte. Nuestro criterio, por supuesto discutible, ha sido el de divulgar muchos combates merecedores de recuerdo por su importancia real o por el mérito en conseguir el triunfo en todo el largo período estudiado. También hemos preferido centrarnos en los combates puramente navales, dejando de lado operaciones de gran mérito pero casi exclusivamente de índole terrestre, desde la defensa de Cartagena de Indias en 1741 a la de Buenos Aires en 1807, por citar sólo dos ejemplos, y aunque en ambas el papel de la Armada española fuera vital.
También hemos intentado recordar que, a lo largo de su larga Historia Naval, España se ha enfrentado con multitud de enemigos de toda índole, no sólo y como parece por ciertas visiones, con los de origen anglosajón. Otra historia muy distinta sería si nuestro único enemigo hubiera sido éste, pues, y con frecuencia, la situación fue trágica justamente por la multiplicidad de enemigos y de escenarios en que teníamos que enfrentarlos. Desde luego, y para todo el Levante español, incluso en el siglo XVIII y durante su mayor parte, el verdadero enemigo fueron los corsarios argelinos y sólo secundariamente los británicos.
Al parecer y sin embargo, para muchos españoles carecen de mérito alguno las victorias obtenidas sobre enemigos que no fueran los presuntamente invencibles británicos, considerando al resto como poco menos que irrelevantes. Según esa retorcida lógica, más propia de un secular complejo de inferioridad que de un análisis detenido de los hechos, las propias victorias británicas carecerían de importancia, pues obviamente fueron obtenidas sobre enemigos no británicos.
Y si Inglaterra ha sido vencida reiteradamente en los mares por holandeses y franceses, por citar sólo algunos de sus enemigos, bien creemos que debe tener algún mérito el que los españoles consiguieran a su vez victorias sobre bátavos y galos.
Tampoco pretende nuestro trabajo ser una historia de la Armada española, labor harto más compleja y que dudamos se pudiera realizar en tan corto número de páginas.
Pero sí creemos que nuestra aportación puede coadyuvar a replantearnos la cuestión, tanto desde el enfoque dado hasta ahora, que para nosotros es excesivamente derrotista, como en la percepción de que aún queda mucho por saber de nuestra Historia Naval, tanto en extensión, pues hay épocas prácticamente ignoradas por la investigación, como en la profundidad de las ya más o menos conocidas. Y dada la amplitud y complejidad de nuestro pasado marítimo y naval, queda trabajo para generaciones enteras de historiadores.
En nuestro recorrido hemos incluido los siglos XVI y XVII con la intención clara de recordar que la Historia Naval española no empieza con la fundación de la Real Armada por Felipe V en los albores del siglo XVIII, cosa que a veces se olvida, como si antes no hubieran existido más que viajes de exploración y colonización de un lado, victorias menores sobre indígenas de otro, y, todo lo más, episodios concretos como Lepanto o la “Invencible”.
Y, sin embargo, durante la mayor parte de la época de los Austrias, la potencia naval española era la primera del mundo y sus realizaciones no se quedaron por detrás de ninguna otra en cualquier época, mientras que en el XVIII, pese al renacimiento naval auspiciado por la nueva dinastía borbónica, España estuvo a gran distancia siempre de la ya hegemónica “Royal Navy” y se tuvo que conformar con un segundo o tercer puesto en práctica paridad con la marina francesa, que se convirtió así en un aliado vitalmente necesario para enfrentar a un enemigo mucho más poderoso.
Recordar por último, que incluso en nuestro decadente siglo XIX, seguíamos conservando un gran imperio, y que con el renacimiento naval de Isabel II, la Armada pudo apuntarse todavía éxitos sobre los enemigos que los avatares políticos le depararon. Y que incluso en el luctuoso 98, hubo marinos españoles que supieron imponerse a sus enemigos, pese a tener que luchar en condiciones desesperadas.