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Naufragios y sueños quebrados del Bosco

Naufragios y sueños quebrados del Bosco
Jesús García Calero el

Durante la reciente exposición del centenario de Jheronimus van Aken, el Bosco, el Museo del Prado reunía la mayor colección de obras del autor en un discurso irrepetible. Pleno de simbolismo en cada figura de sus fabulosos trípticos y lleno de significados velados en sus grotescas invenciones, pudimos observar también algo extraño en destacados rincones de sus obras maestras: una pequeña colección de naufragios.

Preguntados los expertos, nos dijeron que una de las más claras interpretaciones de la presencia del naufragio en sus cuadros sería del fracaso, vinculado con el mundo del pecado y las visiones del infierno y la crítica de las conductas antisociales que pueblan el universo onírico del Bosco.

Lo cierto es que las apariciones de barcos naufragados en los lienzos del genio de Bolduque no son meros adornos admonitorios. Cobran especial significado y abren la puerta a una visión de la impotencia humana frente a las poderosas fuerzas que rigen el mundo de los mortales.

San Juan en Patmos

Qué pensar si no del cuadro San Juan en Patmos, hermosa representación del evangelista en actitud de recibir las revelaciones del Libro del Apocalipsis. Aparece el discípulo, vestido de rojo en actitud de escucha, junto a él, un diablillo ha tratado de inmiscuirse en la revelación, pero fracasa en su interferencia gracias a la atenta mirada del águila, el animal simbólico de San Juan. ¿Qué más?

Arriba, a la izquierda, justo debajo de la imagen de la Virgen que parece inspirar al evangelista, aparece una imagen confusa de barcos incendiados y naufragios. Curioso, porque todo el paisaje empleado por el Bosco es de una serenidad que contrasta con el tema. Casi parece que ese naufragio apenas intuido semeja una premonición del Juicio Final. Y no es descabellado interpretarlo así.

Porque según la gran enciclopedia iconográfica de Helene E. Roberts, el término naufragio se refiere a una extensa serie de eventos desastrosos y no solo al hundimiento de un barco en el mar. Ha sido empleado en ocasiones, a lo largo de la historia, para expresar connotaciones de pérdida, o de cómo los planes de los hombres se deshacen en cualquier momento y se tuercen como el destino. Pero si hay algo que simboliza un naufragio es la pequeñez humana frente a una de las manifestaciones más poderosas de la naturaleza. La tormenta en el mar que alza las olas sobre el barco es un tema recurrente desde la Odisea, incrustado en el inconsciente colectivo y muy relacionado con el término etimológico del que procede: la rotura de una nave, el navifragium latino. Durante los siglos de exploraciones y navegación a vela por los océanos numerosos supervivientes han dejado escrito ese terror atávico en todas las lenguas. Los relatos en español son pavorosos.

Esquina superior izquierda del Tríptico de Lisboa

EL bosco no se conforma con aquella somera aparición en el cuadro de San Juan en Patmos. Los barcos hundidos aparecen en varias esquinas importantes de sus obras. Sin duda esa presencia del desastre es una advertencia más entre las que el pintor utiliza para incitar a quienes contemplan su obra. La carga moral de sus invenciones salta a la vista, aunque también se contradice muchas veces, tal es la riqueza iconográfica que suscitan sus imágenes.

No es solo una obra en la que, al fondo de una tabla lateral, aparece una superficie inundada y, por encima de la superficie, asoman apenas unos palos o unas jarcias destruidas. En ocasiones, como en el Tríptico de las Tentaciones de San Antonio, del Museo de Lisboa, vemos ese fracaso sumergido en la tabla izquierda, mientras en toda la obra se produce un contraste entre la desatada imaginería del pintor, que ha dibujado incluso barcos y peces luchando por los aires, entre diablillos, y la presencia salvífica de un Cristo en la tabla central. Da la impresión de que nos advierte contra la intención de sobreestimar la capacidad de cumplir nuestros planes con ese pecio.

Parte superior derecha del Tríptico de la Crucifixión de Santa Wilgefortis

Este caso no es comparable al del Tríptico de la Crucifixión de Santa Wilgefortis, donde aparece otra vez, pero en términos diferentes, el naufragio. En esta ocasión, en la tabla de la derecha puede verse un buque fuertemente armado, casi con una dentadura feroz, que parece haber causado el hundimiento de cuantas naves había en el puerto. Es el dibujo de un hombre que conoció un mundo casi siempre en guerra, desde su ciudad natal, donde los nobles recaudaban impuestos para ir a enfrentarse con los nobles vecinos, según se recuerda en alguno de los pocos episodios de su biografía que bien conocemos.

Resultados de guerra, admoniciones contra la soberbia humana frente a fuerzas que le superan o simplemente imágenes del fracaso o adelantos del fin del mundo. Todo eso simbolizan los barcos naufragados, los sueños quebrados del Bosco. No en vano, las tierras de los Países Bajos vieron cómo su prosperidad iba amarrada al comercio marítimo, en el que muy pronto destacaron. Así que a nadie más que a ellos les inquietaría la idea de naufragio ni es probable que muchos entendieran mejor la idea asociada de enorme pérdida o fracaso de los empeños humanos y de las esperanzas de progreso. Un buque mercante naufragado era una de las más pésimas noticias que podían dar un vuelco a cualquier fortuna y ponerle fin. Tal es también, por ejemplo, el hilo de historias como la shakespeariana del Mercader de Venecia, en la que Antonio ve su vida en manos de Shylock al naufragar sus barcos.

Aún así El Bosco dejará muchos más símbolos basados en el barco, como el Buque de los locos y sus diferentes variaciones

El barco de los locos

No quedará ahí la cosa, y la historia de la pintura utilizará ese símbolo de manera estimulante para quienes contemplan a menudo los grandes cuadros de los viejos maestros. Traigamos dos para acabar, mucho más recientes. Ambos del XIX.

El barco esclavista, de Turner (1840)

El lienzo titulado “Barco esclavista”, de Turner, es una imagen con algo bosquiano. Su título completo es “Slavers throwing overboard the Dead and Dying — Typhoon coming on”. Y ese crepúsculo sangriento parece perfilar los ayes de los cuerpos entregados, aún con vida, a su fin en un mar encabritado. Brazos, caras, cuerpos, telas, aparejos… todo batido por un mar que refleja un incendio moral y se mancha de sangre. Escenas de peces devorando los cadáveres y un barco indolente que abandona ese infierno sobre las olas y sigue su rumbo hacia el siguiente círculo con el producto humano para la trata y el trabajo extenuante en cualquier plantación.

The polar sea (1824)

Y también en el XIX, mucho más calmo, es el “Mar Polar” de Caspar David Friedrich, pintado en 1824. La aparente calma de los hielos casi oculta, pero no del todo, los restos de un barco atrapado. Por eso se ha titulado también este famoso cuadro como “El naufragio de la esperanza”. La gama de colores fríos y el dibujo meticuloso de este maravilloso pintor, contrasta con el cálido ocre de la madera del barco que no alberga vida ya y se ve arrastrado, como antes comentábamos, por el silencio helado.

Esta imagen está sin duda grabada en el inconsciente colectivo, sobre todo en el mundo anglosajón, que durante varios siglos y tras los descubrimientos españoles en América, se volcó en una obsesiva búsqueda del paso del Noroeste, una ruta por encima de Canadá desde el Atlántico al Pacífico. Muchos de los barcos expedicionarios acabaron así a lo largo de los siglos, borrados en el hielo, y sobre todo se recuerda las dos naves de la expedición de Franklin de 1846, el Terror y el Erebus. Sus pecios han sido recientemente hallados por la agencia de Parques de Canadá, algo que ha despertado el interés de los Inuit. Y su investigación cierra con las evidencias arqueológicas de dos buques expresamente pertrechados con los últimos adelantos técnicos de la época la larga recuperación de una expedición terrible, en la que los marinos pudieron desorientarse por saturnismo, debido al plomo con el que sellaron las latas de comida. Terminaron practicando canibalismo en una pesadilla que dejó una honda impresión en Gran Bretaña.

El paso del Noroeste, John Everett Millais (1874)

De esa impresión da buena cuenta el cuadro de un pre Rafaelita, John Everet Millais, que pintó este lienzo titulado “Paso del Noroeste” en el que los protagonistas no son los barcos ni los exploradores sino la enorme frustración que causo una incesante serie de fracasos. Interesante cuadro, puro naufragio también, en un ámbito espiritual.

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