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Los últimos de Filipinas de la Armada

Los últimos de Filipinas de la Armada
Agustín Ramón Rodríguez González el

Por lo general se cree que, tras el desastre de Cavite, y todo lo más, con el asedio y caída de Manila, no hubo otras operaciones navales en la guerra del 98 en el escenario de Filipinas y resto de las posesiones españolas en el Pacífico. Lo cierto es que las hubo, y de tal entidad, que constituyen una de las páginas más gloriosas de la Armada en aquel luctuoso año. Cubrir en parte ese vacío es nuestro propósito.

 

Aunque los buques de Dewey apenas salieron de la bahía de Manila, los insurrectos filipinos se apoderaron de toda clase de buques mercantes, tanto de vapor como de vela, incluídos los vapores Compañía de Filipinas, Taaleño, Balayán, Taal, Bulusán, Concepción y otros, a los que artillaron con piezas de 7, 8 y 9cm procedentes de los buques españoles hundidos en Cavite o del propio arsenal. Con estos buques los insurrectos se dedicaron a extender la rebelión en la misma isla de Luzón y en las Bisayas. Tales buques, al no ser de ningún estado legalmente reconocido, eran teóricamente piratas, pero los buques de guerra neutrales presentes en aquellas aguas los dejaron hacer, por no indisponerse con sus protectores estadounidenses. Sólo los alemanes de la escuadra de Von Dieredich intentaron poner algún freno a sus actividades.

Pero aún quedaban buques de guerra españoles operativos en el Pacífico, se trataba fundamentalmente de la División Naval del Sur de Mindanao, al mando del Capitán de Navío D. José Ferrer y Pérez de las Cuevas, los buques, asignados a dicha unidad o distribuídos entre las pequeñas Estaciones Navales del archipiélago, eran el transporte General Álava, el gran cañonero Elcano, los de menor tamaño Calamianes, Samar, Paragua, Mindoro, Panay, Mariveles, Pampanga, Albay y Manileño, las lanchas cañoneras Basco, Gardoquí y Urdaneta, y los cañoneros lacustres destinados en la laguna de Lanao, en la isla de Mindanao, Almonte, Corcuera, General Blanco y Lanao. Aparte de esta fuerza, y destinados en las Carolinas, estaban los cañoneros Quirós y Villalobos, que operaron de forma independiente.

Aquella era la última escuadra ( mas bien flotilla) española en el Pacífico, y tanto sus hechos como lo poco conocido de las unidades, merece que se las dedique una atención especial:

El buque mayor era el transporte General Álava, construído en Glasgow en 1895 como vapor mercante y luego comprado y adaptado en España como transporte, de 1.200 toneladas de desplazamiento, con 7 millas de velocidad, y artillado con dos Hontoria de 7 cm y dos ametralladoras de 11 mm. Su dotación era de 67 hombres y había costado unas 16.300 libras, cuando el cambio oficial de la época era de unas 25 pesetas por libra.

El cañonero Elcano era de factura nacional, habiendo sido botado en La Carraca, junto con el segundo, el 28-I-1884. Desplazaba unas 540 toneladas, su velocidad máxima teórica era de 11 nudos, con máquinas construídas por la Portilla & White de Sevilla de 600 cv, armado con tres Hontorias modelo 79 de 120 mm, dos Nordenfelt de 25 mm, una amtralladora de 11 mm y un cañón de tiro rápido de 37 mm, así como con un tubo lanzatorpedos. Su dotación rondaba el centenar de hombres, con un armamento individual de 74 mausers, 24 revólveres y 24 sables. Su imagen encabeza este artículo.

Capítulo aparte merecen los cañoneros menores, la última de las series de buques que defendieron Filipinas en el XIX, aunque parecidos, sus características eran ligeramente distintas, y lo fueron más con cambios posteriores a su botadura.

Se suelen agrupar en tres series, la primera construída íntegramente en el astillero británico de Whampoa, en Hong Kong , la segunda a partes iguales entre el citado astillero, que continuó sirviendo como suministrador de casi todo lo necesario y la sociedad Varadero de Manila, que utilizaba los recursos del arsenal de Cavite, siendo la última y más numerosa, de factura enteramente caviteña. Todos tenían el casco de acero, salvo la segunda serie, que lo tenía de hierro. Desplazaban entre 142 y 200 toneladas, con escasos 10 nudos, armados con uno o dos cañones de 9 o 7 cm y un par de anticuadas ametralladoras de varios tubos de 11 mm, su dotación era de una treintena de hombres, de los que sólo los siete mandos eran españoles: el comandante (un Teniente de Navío), condestable, contramaestre, practicante y tres oficiales de máquinas, siendo el resto marineros filipinos. Su pequeño cañón no tenía más cargo que 35 granadas de todas las clases, y unos cientos de cartuchos para cada ametralladora. El armamento portátil constaba, según reglamento, de 25 mausers, 8 revólveres y ocho sables.

 

Uno de los pequeños cañoneros que vigilaban las aguas de Filipinas 

Las lanchas Basco, Gardoquí y Urdaneta, habían sido botadas en Cavite, en 1884, eran de 43 toneladas, y sus máquinas de 15 cv apenas les permitían alcanzar sus 9 nudos teóricos de velocidad. Su armamento era un Hontoria de 7 cm y una Nordenfelt de 25 mm. De poco podían servir excepto para la vigilancia policial de puertos.

En cuanto a las unidades fluviales, se trataba de dos parejas:

General Blanco y Lanao, botadas por Whampoa en 1895 en Hong Kong, de 102 toneladas, casco de acero, 20 CV, 11 nudos, un cañón de 42 mm, una ametralladora de 25 mm y dos de 11 mm. Dotación: un Teniente de Navío y 28 hombres. Almonte y Corcuera, en 1895, Cavite, casco de acero, 90 toneladas, 10 nudos, un cañón de 7 cm. Dotación de 19 hombres al mando de un Alférez de Navío.

Cortesía de Manuel García, autor del cuadro.

Los dos cañoneros destacados en Carolinas eran de parecidas aunque no iguales características, ambos habían sido botados en Whampoa en 1895, tenían casco de acero y llegaban a dar 11 nudos. Pero el Quirós era de 350 toneladas y estaba armado con dos cañones de 57 mm y dos de 37 mm, todos de tiro rápido, mientras que el Villalobos desplazaba 370 toneladas, y lo armaban un Hontoria de 9 cm y dos ametralladoras de 25 mm. El primero estaba destacado en la Estación Naval de Yap, el segundo en la de Ponapé.

Debemos recalcar que las velocidades consignadas y las potencias de máquinas son las teóricas, y que las reales, dado el intenso uso de los buques en operaciones contra la insurrección anterior o las extenuantes de patrulla y policía en aquellos enormes escenarios oceánicos eran menores que las indicadas.

A poco de empezar la guerra, la escuadrilla española se apuntó un éxito, al apresar el Elcano a la fragata mercante enemiga Saranac, cargada con carbón para la escuadra de Dewey. El buque, sin interés para nosotros fue enajenado, pero su bandera se conserva todavía en el Museo Naval de Madrid, siendo una de las pocas presas que hicimos a nuestros enemigos durante la contienda.

La bandera de la Saranac, apresada por el Elcano, Museo Naval de Madrid

Pero, tras este éxito, el Capitán de Navío Ferrer, sabía que no podía esperar otros, dada la debilidad de su fuerza. Por ello, ordenó concentrar todos los buques disponibles en La Isabela, fondeando minas y emplazando hasta once pequeños cañones de las Estaciones Navales para defender la entrada al puerto. Asimismo, y sacrificando lo menos importante a lo fundamental, decidió zabordar las cañoneras fluviales de la laguna de Lanao, reforzando con sus armas y hombres al transporte General Alava, que llegó a reunir un cañón de 9 cm, dos de 7 cm , dos de 42 mm, dos ametralladoras de 25 mm y cuatro de 11 mm, casi como un pequeño crucero auxiliar, y en el que, como buque más importante, arboló su insignia.

Pronto se hizo evidente que los buques de Dewey no salían de Manila, mientras que los de los insurrectos eran cada vez más activos, por lo que, orillando las anteriores precauciones, Ferrer decidió pasar a la acción: por separado o formando escuadrillas, los cañoneros empezaron a dar caza a los buques rebeldes filipinos, hundiendo y apresando a muchos, a auxiliar a los pequeños y aislados puestos del Ejército, llevándoles noticias, provisiones y munición, cuando no el decisivo apoyo de sus pequeñas piezas y el de sus trozos de desembarco o evacuándolos cuando la situación se hacía insostenible. Para servir como transporte, Ferrer agregó a su escuadrilla el pequeño vapor mercante Churruca.

Tal campaña se efectuó con buques cuya dotación, como sabemos, era mayoritariamente indígena, en malas condiciones operativas, sin noticias ni órdenes, sin repuestos y municiones y quemando leña a falta de carbón para las máquinas. Teniendo en cuenta además que los buques rebeldes eran algo más grandes por lo general y que llevaban casi el mismo armamento, pues era el hallado en Cavite, las victorias españolas no carecieron de mérito.

Destacó el cañonero Pampanga, que apresó un velero y la lancha de vapor Cambuilao, mientras la escuadrilla reunida echaba a pique al Bulusán, y apresaba al Nueva Esperanza, al velero Iris de Paz y a muchos otros. Por tierra, la operación más importante fue probablemente el decisivo apoyo de tres cañoneros y del personal de la Estación Naval a la defensa de Ilo Ilo, con sólo 1.200 defensores en total, contra el ataque de 10.000 insurrectos.

Su labor fue decisiva para cooperar a las operaciones del general Ríos, hasta entonces gobernador de la indómita Mindanao, para reasentar el dominio español sobre el archipiélago. El motivo era que se daba por perdida Luzón, pero no el resto de las islas, donde los norteamericanos no habían puesto pié. De hecho, sólo habían ocupado la ciudad de Manila tras su capitulación, hecha, por cierto, dos días después de firmado el armisticio de 12 de agosto. Pero las esperanzas españolas de conservar parte de sus posesiones se vinieron abajo ante la cortante actitud de la delegación norteamericana que negociaba la paz en París, que aseguró que su gobierno estaba dispuesto a reanudar las hostilidades si España no cedía todo el archipiélago. Y nuestro país no estaba en condiciones ni materiales ni morales de proseguir una guerra que ya había conducido a un desastre.

Firmado el Tratado de Paz en París el 10 de diciembre de aquel año, la misión de nuestras fuerzas varió: ahora se trataba de la concentración y evacuación de tropas y residentes españoles en las islas, lo que obligó a continuar las operaciones, ya sin perspectiva alguna de éxito.

Tras tan valerosa como callada y tenaz labor, se decidió liquidar las armas y materiales españoles de Filipinas, vendiéndolas, por medio de intermediarios, a los propios estadounidenses, pues ya desde febrero de 1899 había comenzado la guerra entre filipinos y norteamericanos, pues los primeros se resistían a aceptar que todo se redujera a que ellos cambiaran de amos. Los trece pequeños cañoneros se fondearon en Zamboanga (Mindanao), haciéndose cargo de ellos los intermediarios que esperaban al pequeño crucero americano Petrel que los convoyaría hasta Cavite, para, tras las reparaciones oportunas, entrar en servicio en la US Navy.

Pero antes de que se produjera el traspaso, y ante la tardanza del Petrel, los filipinos se apoderaron por fuerza de los buques y los condujeron a un fondeadero mucho más seguro para ellos. No quedaban allí más que tres oficiales de la Armada y un puñado de soldados del Ejército, pues las dotaciones indígenas ya habían sido licenciadas y los mandos repatriados, pero temiendo lo peor, que los estadounidenses dudaran de la buena fe de los españoles, el Teniente de Navío Cano y Puente, con veinte soldados embarcados en un bote, recuperó cuatro cañoneros en el mismo Zamboanga, y utilizando esos cuatro, el citado, el Capitán de Fragata Pascual de Bonanza y el Teniente de Navío Quintas, con otros cuarenta soldados, recuperaron a poco el resto, haciendo entrega de todos ellos poco después al retrasado Petrel.

El ya USS Elcano con bandera de los EE.UU.

Pese a ello, tales buques han aparecido regularmente en todos los anuarios navales americanos como si hubieran sido apresados por su escuadra, cuando lo cierto, es que, según hemos narrado, ya vendidos, fueron recuperados por el arrojo y el valor personal de unos hombres que, en abril de 1899, nada tenían que hacer allí oficialmente. Ferrer, ya entonces jefe del Apostadero, llegó a solicitar para ellos la Cruz Laureada de San Fernando, recompensa que se les regateó, debiéndose conformar con simples Cruces del Mérito Naval y con distintivo blanco porque España no estaba oficialmente ya en guerra.

Y aquellos barcos sirvieron largos años en la US Navy, en Filipinas y en China.

El Álava siguió en la brecha, arbolando la última insignia española en el Pacífico acudió a las aisladas Carolinas, cuya venta y traspaso al Imperio Alemán ya se había decidido, para evacuar a la guarnición y efectuar las ceremonias de entrega formal. . 

Allí los cañoneros Quirós y Villalobos habían realizado su propia gesta, pese a su aislamiento y a carecer hasta de víveres. En julio del 98 apresaron al pailebot estadounidense Tulemkam, que entró en Ponapé con carga general, y después tuvieron que contener una dura rebelión de los indígenas.

Al final, el transporte y los dos cañoneros fueron vendidos también a la US. Navy, donde sirvieron todavía durante largos años y conservando los mismos nombres. En total, la escuadrilla se había enajenado por unos dos millones y medio de pesetas de la época, siendo así útiles a la nación que los construyó hasta el fin.

Y en lo que se refiere a los hombres, recordar que la evacuación y cambio de soberanía en Carolinas se produjo en noviembre del 99. Mientras, en Baler, su heroica guarnición había capitulado con todos los honores tras un cerco épico de casi un año exacto el 2 de junio del mismo año.

No se trata de hacer comparaciones, siempre odiosas y más en cuestiones semejantes, pero sí de recordar que la Armada también puede enorgullecerse de “sus últimos de Filipinas”, siendo como en tantas ocasiones, la primera en llegar a los nuevos territorios y la última en abandonarlos. Ojalá la gesta casi olvidada de aquellos marinos que sostuvieron la bandera de España en aquellas lejanas aguas durante más de un año después del combate de Cavite obtenga el reconocimiento que merece y se conmemore y recuerde.

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