El Vasa era el orgullo de toda Suecia. Bautizado con el apellido de la dinastía reinante, fue botado en Estocolmo el 10 de agosto de 1628 y tardó apenas unos minutos en hundirse en su primer viaje, junto al puerto. El viento lo escoró, el agua entró rauda por las troneras de los cañones y se fue a pique.
«Solo Dios sabe porqué», fue la conclusión de una larga investigación en la que la culpa nunca quedo clara: si el constructor había calculado mal, si el lastre era insuficiente, si la tripulación estaba sobria y los cañones bien amarrados… Pero la culpa pudo ser de una moneda.
Hace más de 2000 años que la tradición manda poner una moneda en la base del palo mayor de los buques para darles suerte. Según pudo confirmar a ABC el ingeniero naval Francisco Fernández González, cuando el Vasa fue reflotado y restaurado, antes de convertirse en la mayor atracción turística de Escandinavia, los arqueólogos no hallaron monedas en la base de los palos: es como si el barco estuviera maldito. Tal vez en el astillero un obrero necesitado alargase la mano atrayendo sobre el buque insignia de la flota real sueca, sobre toda Suecia, la desgracia que se vivió en 1628.
El Vasa medía 52 metros desde la quilla hasta la parte superior del palo mayor. En la exposición actual en el museo de mayor éxito de Escandinavia, al barco se le han montado tres palos: trinquete, mayor y mesana. Sobre el techo del museo hay añadidos metálicos con la forma superior de los palos para dar una idea de la altura total de la nave.
La reconstrucción del complejo aparejo de la nave tal y como se veía en 1628 fue una operación ardua que empezó en 1960. Para el aparejo se utilizó una cuerda especial de cuatro kilómetros de longitud. En cuanto a los palos, primero se reconstruyó el bauprés -en parte con madera nueva-, y luego se montaron los demás: el trinquete y después el palo mayor. La importancia de la tradición sobre la fortuna de las naves también se sintió entonces. Antes de que el palo mayor, que pesa seis toneladas, fuera acoplado en su lugar, el célebre Anders Franzen colocó, esta vez sí, una moneda en la “coñera” para que al Vasa no le faltase la suerte que en su primera botadura la avaricia de algún hombre la arrebató.
El palo de mesana (el más alejado de popa ) fue el único de los mástiles de la nave que no sobrevivió, por lo que se construyó uno nuevo. Otra curiosidad: el Vasa tenía cuatro de sus diez velas desplegadas cuando se hundió. Las otras seis fueron halladas, cuidadosamente dobladas, y guardadas en su lugar al reflotarlo. A pesar de que estaban en muy malas condiciones , fue posible conservarlas. La más pequeña, de solo 32 metros cuadrados de tela de cáñamo, se exhibe en el museo.
Así que la moneda de la suerte es muy importante. Este es el origen de la leyenda:
Desde los tiempos paganos era costumbre botar las naves conjurando los naufragios. Como sucedían, pese a todo, los griegos y romanos impusieron la costumbre de plantar una moneda en la base del palo mayor. De este modo, en caso de que el barco se fuera a pique, sus ocupantes tenían esa moneda simbólicamente asegurada para pagar a Caronte por el viaje al otro mundo, cruzando la laguna Estigia en su lúgubre barca.
Los marinos, que tanto dependieron de la suerte bajo las tormentas y huracanes, conservaron la costumbre pagana durante los siglos del cristianismo. Los astilleros del imperio español siempre botaban navíos y galeones con una moneda dorada en la «coñera», como se llamaba la base cóncava que recibe el peso del palo mayor. Hoy en día, la costumbre se mantiene pero, a falta de palo, la moneda suele ponerse bajo la estructura más alta de la nave, que suele ser la torre del radar en los buques militares.
MuseosOtros temasPecios