“Los periodistas se deleitan en la divulgación de los detalles de las escenas deplorables de “La Meduse”. En realidad, la imagen de lo que nunca debe comparecer ante los ojos del público”. En aquel naufragio se dieron escenas de enfermedad, hambre y canibalismo. Fue un naufragio que marcó el antes y el después de la historia marítima de Francia.
Ministro de la Guerra Francés al rey Luis XVIII.
El naufragio de la fragata Medusa frente a la costa de África Occidental en el verano de 1816, posiblemente sea uno de los hundimientos más documentados y polémicos de la historia antes que tuviese lugar el naufragio del Titanic. En los anales de la marina Francesa no existe un ejemplo más trágico, dramático y real que el de aquella fragata. Una historia que conmocionó a la sociedad francesa en su momento y que lo sigue haciendo en la actualidad. Un joven pintor la quiso inmortalizar para siempre. Entre la quietud y el silencio de los museos, en la capital del arte, en el museo del Louvre, descansa un mito de la pintura romántica. Un mito, que curiosamente se inspira sobre el naufragio más celebre de Francia. Esta es su historia…
La fragata real Medusa había abandonado puerto Francés el 17 de Junio de 1816 para navegar hasta San Luis en Senegal. La vanidad, debe ser pecado capital imperdonable por los dioses de la mar. Suele ocurrir una y otra vez en esto de los naufragios. Como ocurrió con el Titanic, la fragata Medusa era considerada como uno de los navíos más modernos y rápidos de la marina Francesa de su época. El objetivo de aquel viaje, tomar posesión de la colonia de África, que Inglaterra había restituido a Francia. Para esta misión buscaron, como solía suceder por cuestión de protocolo, un barco flamante, uno de primera línea que representase adecuadamente a la nación. A bordo se encontraban el nuevo gobernador de Senegal, junto a su familia, el personal administrativo que le acompañaría en su nueva misión y un batallón de infantería de marina. Lo normal para una misión de protocolo de la época.
Un aristócrata, llamado Hugues Du Roy de Chaumereys estaría al mando de la fragata. Un hombre que tras huir de Napoleón, se hizo capitán de mar y de guerra en los despachos y que difrutaba más de los salones y los bailes de oficiales en el exilio de Inglaterra, que navegando por los mares del mundo. Cuando los borbónes sustituyeron a Napoleón, recompensaron al fiel monárquico nombrándolo capitán de mar y de guerra. Y lo de siempre en este tipo de sucesos. La impericia de un comandante novel, mala compañera de travesía. De esas que hacen temblar de antemano a la marinería veterana. En el caso de la Meduse los hechos anunciaban tragedia. El encargado de la navegación era un prisionero de los pontones del Támesis, un tal Richefort, parece que sería, por su experiencia marinera, el que influiría decisivamente sobre el capitán en materia de navegación. El señor Du Roy no tocaba madera de navío y salitre desde hacía años.
Las instrucciones eran bien claras. Al llegar a la altura del Cabo Blanco, debían tomar precauciones por los peligros conocidos de navegación en la zona. Nos encontramos entre las islas Canarias y Cabo Verde. Al salir de Tenerife, el capitán de la nave decide navegar a todo trapo, dejando atrás a los barcos que lo acompañaban. La corbeta Echo, le sigue a poca distancia, enviándoles señales luminosas de precaución. Fue en vano. A pesar de que la mar se iba poniendo cada vez más turbia, debido a la cercanía de un banco de arena, la nave de Du Roy seguía con su velocidad constante, desafiante. Ante la situación, el alferez Maudet, horrorizado, se dispone a sondear profundidad, ante los resultados, también pide disminuir la velocidad de la nave. Y así, con seis brazas de profundidad, y metidos de lleno en el banco de arena, se escuchó desde el castillo de popa un ¡todo a estribor¡ del malogrado capitán. Y llegó lo inevitable. A consecuencia de los errores de navegación y la negligencia, la fragata encalló en el banco de Arquin (el cual sí se encontraba posicionado perfectamente en las cartas náuticas de la época). Y así, el barco naufragó incomprensiblemente un día de buena visibilidad y con la mar en calma. Era un 4 de Julio, en pleno verano de una costa lejana Africana. A merced de la fuerza de la mar y del viento, tras el accidente, comenzaron a aligerar la nave, para permitir que el casco aflorase a superficie y realizar las maniobras pertinentes de primero auxilio. Y parecía que lo iban a conseguir. Una esperanza de salvación corrió como la pólvora en la cubierta de la fragata. Pero sucede que en esas aguas costeras del Sáhara abiertas al Atlántico suele predominar una mar de fondo de Poniente, de manera que cuando la Medusa flotó en superficie, las grandes olas la empujaban hacia el levante una y otra vez Estaban atrapados. La nave se adentró aún más en la extensión del banco de arena. Desde aquel momento, quizás sin darse cuenta, comenzaría la tragedia…
Simplemente de película.
En la cubierta de la Meduse, se pliegan las velas, que hasta el momento se encontraban a todo trapo, no paraban de golpear aquí y allí a las maderas de la nave. Tras los intentos desesperados de desencallar, se producen la entrada de las primeras aguas en las cubiertas de la fragata. Y entran en tromba. Rompiendo los remaches de hierro y dejando a la nave sin timón. Aquella situación alarmó a todos de inmediato, estaba claro que aquello se hundía irremediablemente. En realidad, sin saberlo, todos los que iban a bordo ya se encontraban sin retorno. Tras aquella situación, el capitán de la nave, ordena el abandono de la misma. El sálvese quien pueda. Ahora faltaba elegir quienes serían los elegidos. Sencillamente no cabían todos en los botes salvavidas. Secretamente el capitán, junto a sus oficiales eligen a los privilegiados, son principalmente sus súbditos y conocidos. A los soldados y a las personas con menos influencia les toca la peor parte, como siempre suele ocurrir. En medio de una gran tensión se produce el abandono de la nave. Y una gran tensión, porque la marinería silba y abuchea al capitán aristócrata cuando lo hace sin rendir cuentas ni dar una palabra. Por su responsabilidad habían embarrancado en aquel maldito lugar, por su inconsciencia, por su mediocridad, estaban perdidos en salía disparado a la primera de cambio, el primero en abandonarla. Tejiendo para la historia una de esas historias de felonía que acompañan a los marinos cobardes. Y no quedó así la cosa. Incluso cuando tuvo que relatar lo ocurrido, el capitán Du Roy testificó: “Los que se quedaron en la nave, lo hacían por el pillaje de la misma”. Es aquí cuando viene a colación el refrán anónimo irlandés que dice: “Vale más ser cobarde un minuto que muerto el resto de la vida”, si hay refranes hecho a la medidas de algunos tipos, Du roy se ganó a pulso lo de cobarde.
Pero volvamos a los hechos. Imaginemos la situación. En la huida, el coronel gobernador ocupó el batel, el capitán Chaumereys uno de los botes, sus oficiales el otro, junto a la falúa y la chalupa. Muchos de estos, aún se encontraban sin calafatear, debido a la nueva factura de la fragata, en esas condiciones apenas podrían llegar a la línea de costa, pero no había otra. La mayoría de los marineros y pasajeros, algunos soldados así como casi todas las mujeres y niños, se acomodaron entre las cinco embarcaciones. Pero quedaron casi 150 personas personas sin espacio en los botes salvavidas. Para todos ellos la única posibilidad de abandonar la nave estaba en una balsa. Una enorme que Espiaux, había construido de manera apresurada y urgente con tablones aquí y allá. Los flancos con los mástiles. Otras partes de estos, para la estructura central. El conjunto era complementado con palos y planchas de madera, atándose fuertemente entre ellos.
Por lo que se apresuraron, una vez construida la balsa, a entrar en la misma 147 personas (120 soldados con sus oficiales, y el capitán Dupont). Le acompañaría en forma de víveres cinco barricas de vino y dos de agua. Entre ellos también había 29 hombres entre marinos y pasajeros, así como una mujer. El sistema ideado era bien sencillo. Los botes tirarían, penosamente unidos mediante cabos, de la improvisada balsa. Se produjeron juramentos de que nunca los abandonarían y bla, bla, bla. Al cabo de unas pocas horas se produce la traición. Se cortan los cabos que unen a los botes con la balsa, debido a la imposibilidad de gobernarla en aquella mar desde los botes. Ellos o la balsa. Todos los presentes en aquel conjunto de palos arrastrados no se lo podían creer. El valor de los juramentos pronunciados se los llevó el viento rápidamente, en cuestión de segundos. Sorprende y cautiva, por su dramatismo y su profundidad, los detalles de aquellos momentos. Especialmente los provenientes de los testigos directos de la tragedia. De Savigny, como dijimos anteriormente, tiene buena parte de la responsabilidad del legado emocional de este momento de la historia marítima que comunicaría al mundo meses más tarde. Especialmente las letras contenidas en The Instructor de 1836, que correspondían de sus testimonios. Las letras apasionadas que contienen este informe, desde luego que están a la altura del romanticismo que acoge la textura del cuadro. El texto acompañaba a la perfección a la pintura. Patetismo y dramatismo por doquier.
El 7 de julio es domingo. Los náufragos, que en su mayoría son como ya hemos dicho soldados, pasan el día primero abatidos, luego enfurecidos por el abandono. El testimonio de Savigny, era claro. ”No podíamos creer que nos habían abandonado hasta que dejamos de ver los botes en la lejanía , y entonces caímos en una profunda desesperación”. Aquella frase sentenciaba. Todo aquello era simplemente de película.
Para colmo de males, la mar, que estaba hasta ese momento serena, comienza a empeorar. Esto los abate aún más. A lo largo de la mañana dos jóvenes y un panadero se suicidan tirándose al mar. Después de 12 días llenas de calamidades, avistaron el buque francés Argus en el horizonte, sólo para verle desaparecer en la lejanía. Los supervivientes del naufragio no lo podían creer. ¡Para una vez que aparece un mástil en el horizonte!. Al amanecer del decimotercer día bajo el sol de África Occidental, los reencontraron en alta mar. Aquella balsa de la fragata Medusa estaba sembrada de muertos y moribundos. Los testigos de aquel rescate no pudieron olvidar nunca aquella visión. Embriagados por el vino, (la única bebida que tenían), y enloquecidos por la desesperación, aquel espectáculo que se vivió entre aquellas frágiles tablas, fue dantesco. En los días en los que estuvieron a la deriva, se comieron hasta el cuero de los correajes, las bolsas de munición y las vainas de sus armas. Se comieron hasta sus sombreros. Unidos unos contra los otros, prácticamente de pie, fueron luchando unos contra otros. Y así fueron cayendo día tras día. En la balsa se desencadenó la mas pura y obstinada lucha por la supervivencia. A empujones. A machetazos. Los 147 naúfragos disponían de una sola caja de galletas que se acabó en el primer día. La reserva de agua cayó la primera noche por la borda, quedando tan solo algunas barricas de vino para beber. Pero lo peor estaba por venir. La pugna no se lidió por las galletas o el vino. La lucha por la supervivencia se daba para conseguir los mejores lugares, para no caer al agua. Al fin y al cabo, para sobrevivir. “Todos intentaban llegar al centro”. Y en aquella locura diaria, al cabo de una semana no quedaban a bordo más de 28 supervivientes.Tras aquellos días de salvaje y despiadado sol, el canibalismo era el último recurso. Y llegaron hasta él. Cortaron las extremidades y rasgaron la piel de sus compañeros de balsa. Colgaron los trozos de carne humana en tiras para que se secaran al sol y pudiesen así ser más comestibles. Bebieron su propia orina y lanzaron por la borda a los más débiles con el fin de conservar el poco vino que quedaba…
“Todos estaban gravemente heridos y habían perdido la razón, -escribió después Savigny-. Tras una larga discusión, decidimos tirarlos al mar. “Al cabo de los días, los pasajeros de la balsa de la Medusa se vieron en la necesidad de completar la ración de vino con agua salada y orina, y al tercer día ya aparecieron casos de canibalismo”. “Aquellos que habían conservado la vida se lanzaron ávidamente sobre los cadáveres que cubrían la balsa. Los cortaron en trozos e incluso algunos los devoraron inmediatamente. Una gran parte de nosotros rechazó tocar aquel espantoso alimento, pero finalmente cedimos a una necesidad, que es más fuerte que cualquier humanidad. Veíamos aquella horrible comida como un medio deporable y único de prolongar nuestra existencia. El propio Savigny propuso cortar los cadáveres en tiras y secarlos al sol. El espectáculo de los cadáveres sangrientos horrorizo particularmente a los salvadores, que al principio los tomaron por fragmentos de vela o ropa hechas jirones”. Este detalle se omite en el cuadro de Gericault. El canibalismo no aparece. Tan solo en uno de los numerosos dibujos preliminares pintó dos hombres desnudos devorando un cadáver, pero se quedaron en los preliminares.
Aquel era el rastro y la derrota, nunca mejor dicho, que dejaba tras de sí La Meduse. Mientras aquellos hechos se daban en la costa más septrentional de África, un bullicioso y ajetreado París, cuna de la ilustración y los buenos modales, era ajeno a la tragedia. Hasta que se enteraron de los acontecimientos. Entonces enfurecieron, porque entre otras cosas estaban siendo engañados vilmente. Y hay pocas cosas que un ciudadano francés no perdona. Una de ellas y principalmente, el engaño. El gobierno Francés intentó encubrir los hechos, de nuevo apelando a la cobardía. Algo muy propio en ocasiones de determinados estadistas y sus equipos de gobierno ministeriales. La prensa desveló la verdad, como ocurre en muchas ocasiones, ante la irritación de la opinión pública, que no podía entender como ocurrió aquello, como se les pudieron abandonar a su suerte, a los marinos que iban a luchar por su patria. La catástrofe y el escándalo estaba en la boca de muchos de los ciudadanos parisinos.
El primer reportaje sobre el naufragio, fue el de Henri Savigny, sus palabras que describieron con detalle todo lo ocurrido, fueron terribles. Uno de los diez supervivientes. Gericault lo retrató a la derecha del mástil. Junto a otro de los supervivientes, el cartógrafo Alexandre Corréard. Dos supervivientes, cuyos testimonios impactaron a buena parte de la sociedad del momento. Indignados y una vez de vuelta en la Francia, escribieron detalladamente sobre todo lo acaecido. Con esto, pretendían conseguir la indemnización para todas las victimas de la Medusa, ya que sus reclamaciones anteriores habían sido completamente silenciadas. Y ocurrió lo que en ocasiones realizan algunos altos mandatarios en su historia. Una decisión errónea que hace avergonzarse a sus súbditos durante años. Todos los que denunciaron fueron expulsados del servicio, se les impusieron severas multas. Incluso llegaron a encerrarlos en calabozos para silenciar su voz…
Aquella escena había que pintarla…para la eternidad
El joven pintor Gericault, de 27 años de edad, quería hacerse famoso a toda costa y sabia que tenía un tema para hacerlo. Confiaba en pintar su obra maestra. Presentó su escena del naufragio en el salón parisino de 1819. El cuadro supuso una provocación. La prensa se abalanzó sobre el tema de aquel gigantesco cuadro. El “Journal des debats” de París abrió el periódico, lanzando una terrible noticia sobre el naufragio. No se hablaba de otra cosa que del naufragio durante esos días. Conmocionó a Francia y querían saber sus causas. Sus consecuencias. Todos los detalles que rodeasen a aquella tragedia humana de las 147 personas que se refugiaron sobre aquella balsa que pasaría a la historia. Una escena propia de una tragedia griega, que se sirve del romanticismo, para tomar el pulso a través de la razón, de la emoción y el patetismo humano. Y a bien que lo consiguió.
Gericault trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer y terminó el lienzo en ocho meses. Prefiriendo trabajar, Gericault rara vez salía de la casa e incluso comía en el estudio que compartía con su discípulo Luis Alexis Jamar. Imbuido en su obra maestra, todo se olvidaba. Incluso los deberes cotidianos del sustento y la comida. Mientras pintaba a la Medusa, permitió que unos pocos confidentes y amigos entraran en el estudio. Estos incluyen su amigo más cercano Dedreux-Dory, el pintor Robert-Fleury, y dos alumnos de Horace Vernet llamados Montfort y Lehoux. Delacroix, siendo un alumno de Guerin, también visitó la confección del cuadro. La visión del mismo le impresionó profundamente. Especialmente el hecho de los trozos de cuerpos diseccionados (que pidió en la morgue) , que para poder dibujarlos mejor, los llevo a su propio estudio, impregnando de un fuerte olor toda la atmósfera del mismo. El patetismo y el sentimiento de la balsa llegaba más allá del tiempo y del espacio. Gericault se preparó a conciencia para pintar el cuadro que lo catapultaría a la fama. Entrevistó a los supervivientes. Recogió toda la documentación existente en los periódicos. Todo tipo de grabados y litografías del hundimiento de la nave, que le mostrasen la estructura del navío. Aquella tragedia tenía que transmutarla, para poder así entenderla. Sentirla. La etapa de preparación duró diez meses. Llegó incluso a construir una maqueta real de la balsa, y alquiló en Rue de Fauborg du Roule, un enorme estudio para acomodar el enorme lienzo y poder así trabajar adecuadamente.Y así se retrató aquella instantánea que a modo de fotografía retrató el momento, su patetismo y emoción, algo inusitado en las pinturas de aquella época.
En el centro se encuentra Savigny, el todavía cirujano uniformado, él se inclina contra el mástil, su mirada se resigna, indicando con ello las pocas esperanzas de ser salvados. En su zona central, otra figura, la de su amigo Correard, lo toma del brazo, y se esfuerza por inspirarle con un sentimiento de confianza. Correard, Savigny y Lavalette todos se hicieron pasar por ellos mismos en el estudio de Géricault. Otros amigos personales prestaron su cooperación. Un antiguo compañero de colegio, Theodore Lebrun, posó para la cabeza del padre que sostiene a su hijo muerto en la izquierda de la balsa, y un amigo oficial, Dastier, es el hombre que trata de elevarse en el extremo derecho. Otro amigo, Martigny, posó para el cadáver envuelto en la parte inferior derecha, y Delacroix posó para el joven tumbado boca abajo en la balsa. El cuerpo del padre es, el de la modelo profesional Cadamar, que prestó su forma atlética.
El esfuerzo y la pasión de Gericault tendrían su recompensa, pasaría a la historia. Como así fue. Como así lo atestiguan una gran cantidad de visitantes que visitan al Louvre, para contemplar esta joya del romanticismo para estudiar su composición, su historia, su impresión. Muchos de ellos observan detalladamente los trazos y los detalles de este cuadro del genio Francés. Lo que muchos desconocen curiosamente, era su verdadera historia. Su particular, basado en hechos reales. Una que hoy, con espejo de navegantes hemos podido recuperar del fondo de la historia, y que como solemos decir con muchos naufragios; “La realidad siempre supera a la ficción”. Que se lo digan a los supervivientes y a los testimonios que nos dejó el episodio. El triste episodio de la Medusa, retratando para siempre algo más que una pintura. Algo más que un naufragio. Desde el fondo de los tiempos se nos retrata perfectamente la lucha por la supervivencia. Un relato atávico, profundamente humano. Ahora tocaba hablar a la arqueología. Como un pecio reconocido de la historia de Francia. Tocaba su turno a la vanguardia de la historia.
El reto arqueológico.
Y así en 1980, el servicio arqueológico francés, con aquel impresionante precedente, fue a localizar el naufragio de La Medusa. Ya fuese en África o donde se localizase, había que encontrarlo. Partiendo para ubicar el sitio del naufragio Méduse frente a la costa de la actual Mauritania, el equipo tuvo como base, la ciudad portuaria de Nouadhibou. Para localizar de manera efectiva el casco del buque utilizaron tecnología submarina de exploración. En este caso el magnetómetro (con tecnología de los años 80). Lo localizaron de manera eficaz y de manera rapidísima. El estudio bibliográfico con anterioridad, para localizar en los archivos el hundimiento se consideró crucial. Como siempre suele ocurrir en la localización de los naufragios, especialmente cuando estos se encuentran descritos por los cronistas, el área de búsqueda se definió sobre la base de las cuentas de los sobrevivientes de la Medusa y, sobre todo, basándose en los registros franceses de 1817. En la expedición cartográfica costera que encontraron restos de la embarcación y que nos contaban que todavía se podía observar a los restos de la nave sobresalir sobre las olas. Por lógica, indicaba que allí se abatió una nave olvidada, abatidos una y otra vez por las olas. La investigación de los archivos, y la precisión de los datos y las coordenadas del lugar del naufragio resultaron ser tan buenos, que el equipo de la expedición parece que encontró el lugar del naufragio en el primer día de búsqueda. Aquello sencillamente era increíble. En el primer día encontraron el pecio que buscaban para la historia de Francia. Todo un tanto para el Estado y para la Cultura del país.
A continuación, se recuperaron suficientes artefactos para identificar los restos del naufragio de manera positiva y sobre todo, para montar una exposición en el Museo de la Marina de París, en plena plaza del Trocadero de París. Había que contar aquella historia. También desde la arqueología y la historia. La dirección nacional de cultura del Estado Francés tenía claro la cuestión. Los grandes acontecimientos de la historia de su país, han de ser explicados, porque formaban parte de su historia como nación. Sólo hace falta querer contar esas historias que para su país “estaban aún sin contar” desde ese bello discurso que es la arqueología. Y la contaron.
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