Alexandre Monteiro / Jesús G. Calero
Algunos dicen que nadie descubrió más pecios que Robert Marx, otros dirán que nunca hubo un mentiroso mayor que Bob Marx. Incluso, su edad permanece sumergida: según algunos de sus currículos, entrevistas y perfiles, nació en 1933. O 1936, decida usted. En lo que todo el mundo está de acuerdo es en que su vida estaba llena de aventuras, como si fuera un Indiana Jones hecho realidad. Buceó durante más de 50 años por todo el mundo, publicó libros sobre naufragios y tesoros y, desgraciadamente también expolió yacimientos de nuestro pasado. Ha fallecido en Florida, el pasado 4 de julio.
Fue arrestado en México, escapó de los terroristas de la OLP y encontró cañones de bronce bajo el agua mientras desenredaba un cable de las hélices del navío de la Marina de los EE.UU. en el que iba embarcado. Tomó oro de galeones españoles frente a Guam y descubrió naufragios fenicios en el Algarve, Portugal. Son cientos de historias que todavía se cuentan pero que nadie ha comprobado nunca.
No descubrió todo lo que dijo
Por ejemplo, nunca descubrió un naufragio romano en la bahía de Guanabara, Brasil; las réplicas de las ánforas publicadas junto a su imagen en diversos periódicos, incluso en «The New York Times», y que interpretaba como pruebas de un naufragio romano en la costa brasileña, fueron colocadas allí por un buzo local, Américo Santarelli. Nunca localizó, y mucho menos excavó, el barco portugués «Flor de la Mar» de 1512, supuestamente el «naufragio más rico del mundo: había sido rescatado en el momento del hundimiento por el potentado local. No hay fotos del casco de oro de 40 kilos que Marx dijo que pertenecía al explorador portugués Vasco da Gama. En su currículum oficial desborda cualquier imaginación el número de galeones españoles, naves de Colón y todo tipo de tesoros que acumuló durante su vida.
Nunca tuvo un grado ni un doctorado -odiaba lo que él definía como petulancia de quienes los poseían-, ni en Historia ni en Arqueología, y nunca ayudó al FBI a atrapar al hombre más buscado, el ladrón de bancos Frank Sprenz, en México, en 1959; el tipo fue detenido en realidad porque tuvo un accidente con una avioneta cuando una vaca se cruzó en la pista de despegue mientras aceleraba para volar a Cuba. Por otro lado, Marx dijo que fue condecorado en España, Portugal e Inglaterra, pero en Portugal su nombre no figura en el Registro Nacional de Caballeros y Órdenes. En España, su condecoración (durante la dictadura de Franco) no respondía a méritos arqueológicos.
Es como si Marx tuviera un síndrome de Munchausen, una afección que nunca fue comprobada pero que en realidad le ayudó a impresionar a los aspirantes a exploradores de salón con historias inventadas como las que contaba el noble del siglo XVIII.
En 1953 llegó con la VI Flota a Cádiz y uno de los primeros equipos de buceo autónomo. En la entrevista con ABC publicada en 2009 relataba la impresión de sumergirse en la Bahía de Cádiz y contemplar el fondo alfombrado de pecios de todas las épocas desde los griegos. Desde entonces -aquel año recorrió como marino militar todo el Mediterráneo- no dejó de perseguir naufragios, principalmente en yacimientos de pecios españoles y portugueses, por todo el mundo. Y de expoliar los que pudo.
Se pasó la vida tratando de lograr contratos con gobernantes sensibles a sus dotes de encantador de serpientes burocráticas ávidas de fama y oro. No cejaba. En diciembre de 1983, el diario El País publicaba:
Robert Marx ofrece a España las que afirma son las mejores condiciones del mercado: pone el barco, equipado para esta actividad; contratará personal español, con idea de formar escuela de arqueología submarina, al tiempo que buscará la colaboración de los hombres-rana de la Armada, donde ha encontrado buen eco su propuesta. Respecto a los hallazgos, las piezas únicas pasarán a poder del Estado, y, en caso de piezas repetidas y de tesoros, el Estado y la Phoenician Exploration repartirían a partes iguales
Así ha insistido la industria durante décadas, ofreciendo lo mismo hasta que , por pura estadística, gobiernos corruptos o despistados permitían sus actividades o se beneficiaban con ellas. Marx fue una de las leyendas de la industria cazatesoros norteamericana e internacional por su influencia. Las empresas que siguieron en el negocio hicieron los mismos intentos una y otra vez, y esos argumentos han sonado en despachos de Colombia, Uruguay, Dominicana y el muchos otros países donde esperaban hallar mandatarios débiles.
Ley del galeón San José
Durante años ha querido y logrado influir en Gobiernos y administraciones para lograr contratos favorables a los cazatesoros, repartiéndose los objetos extraídos según una fórmula inventada por él. Fue decisivo incluso en el cambio de ley en Colombia que lanzó el proyecto del galeón San José, puesto que su «criterio de repetición», expresado en 2003 ante la Corte Constitucional, se convirtió en fuente de derecho en la ley 1675/2013. La fórmula viene a decir: si hay muchas y tienen valor, se reparten.
En las Azores, sedujo a los políticos locales para que aprobaran una ley local que le permitiría salvar naufragios allí, con el gobierno regional manteniendo la mitad de todo lo que se recuperaría.
Cuando Lisboa quebrantó esa ley, logró hablar con el abogado Rui Gomes da Silva, también miembro del Parlamento portugués, y le influyó para redactar la legislación 189/93, que puso el país en brazos de los cazatesoros. Marx escribió varias veces que los gobiernos deberían tener leyes vigentes para proteger los naufragios. Pero las leyes que se hicieron por su recomendación siempre funcionaban a su favor, al suprimir la competencia. En Portugal, trató de lograrlo al contratar al legislador Rui Gomes da Silva como su abogado. Por entonces aseguraba que era director de 6 compañías, en 7 países, que gestionaba un conglomerado de inversionistas como Billie Jean King y Diana Ross, y era el único capaz de poner un submarino de un millón de dólares encima de la mesa de operaciones para recuperar una carabela portuguesa intacta y mostrarla dentro de un acuario, en la EXPO’98.
Robert Marx se ganaba la vida no con los fabulosos tesoros que afirmaba haber encontrado, sino con los derechos sobre los libros, siendo conferenciante en cruceros y recaudando fondos para empresas de búsqueda de tesoros, centrándose en personas que ganan más de $200,000 al año y que tienen un patrimonio neto superior a $1 millón, las personas que fácilmente pueden permitirse perder su inversión.
Verdadero pionero
Un verdadero pionero, Marx fue finalmente el primero en llegar a costas ricas en naufragios. Por unos pocos dólares, los pescadores españoles, portugueses o mexicanos le dirían dónde estaban enganchadas sus redes, por unos pocos dólares más algunos archiveros de los años 60 y 70 le dejaban copiar los documentos, por unos pocos dólares más contrataba a investigadores para que los transcribieran y tradujeran.
Un comandante de la Marina brasileña, Max Justo Guedes, que le prohibió bucear en Brasil, debido a que realizó una venta ilegal de una campana del galeón holandés “Utrecht”, lo admiraba como se admiraba a un hombre adorable. Se detenía, entrecerraba los ojos, ponía un dedo junto a la nariz y decía: “Marx es un sinvergüenza, pero su nariz, su nariz … Tiene una nariz maravillosa para los naufragios, tiene nariz de sabueso para encontrar pecios”.
Era un gran narrador que no respetaba el relato de los hechos históricos, y junto con Potter, el primer divulgador sobre naufragios y tesoros, con solo el toque justo de hechos históricos y documentos, aprovechando un enfoque bastante innovador: si la gente está fascinada con el oro y la plata, realmente se verá inclinada al drama en alta mar, preferiblemente si los piratas, las joyas de la reina y los motines se mezclan en el argumento.
También, y por todo lo relatado aquí, fue un viejo hombre de mar. Descanse en paz, una paz más duradera que la que sus proyectos dieron a los ahogados de la historia naval de origen ibérico.
«Cuanto más grande es el tesoro, más grande es el problema», le encantaba decir a Robert Marx. Él era realmente, como se suele decir, más grande que la vida, pero había muchos más problemas en su vida que tesoros.
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