ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Espejo de navegantes Expertos en arqueología naval

El periodista, un aliado en la difusión y la protección del patrimonio

El periodista, un aliado en la difusión y la protección del patrimonio
Jesús García Calero el

Este mes tuve el honor de recibir la invitación para participar en el acto de graduación del I Master de Historia Naval, algo que agradezco de corazón, hice con muchísimo gusto y que me dio mucho que pensar. A la sorpresa inicial, siguió la idea de que el periodismo en general y el periodismo cultural en particular, tiene todavía no ya sentido, sino incluso cierta utilidad social. Eso es algo que no siempre le ha quedado claro a todo el mundo, ni siquiera a nosotros, los periodistas. 

 

Primera promoción del Master en Historia y Patrimonio Naval

Visto en perspectiva, con sus pros y contras, sabiendo las veces que los periodistas, a pesar de mil errores, hemos dado a conocer información importante que antes no emergía al debate público; conociendo, además, que hemos ayudado a la mejora de la conciencia social sobre el patrimonio sumergido de manera incuestionable, y a pesar de cuantos ataques y polémicas hemos tenido afrontar con quienes, tal vez sintiéndose atacados, confundían al periodista o divulgador de los temas de patrimonio con el enemigo a abatir porque iluminaba pasadas chapuzas o situaciones simplemente mejorables, creo que al pasar estos pocos años los resultados hablan por sí solos. Sin la prensa y su presión, no tendríamos la muestra de la Mercedes sino, tal vez, otro museo americano como el del Juno y la Galga (con piezas del patrimonio español, a excepción de un ancla) y nos faltarían otras cosas que, dibujando un cambio paulatino y democratizador que hoy aceptan casi todos, afortunadamente sí tenemos. Por eso permítanme compartir con ustedes, lectores, aquellas reflexiones mías pronunciadas en Cartagena hace unos días, junto al submarino de Peral. 

 

El Patrimonio Naval y la opinión pública: El caso de la fragata Ntra. Sra. de Las Mercedes

Comencé este camino en mayo de 2007, cuando supimos que una empresa norteamericana que trabajaba con permisos oficiales había aprovechado su presencia en las aguas del Estrecho, y la protección que Gibraltar y el Ministerio de Defensa inglés le otorgaban para realizar algunos trabajos, para sencillamente cometer una tropelía. Un delito, o más bien varios, que significaban el robo de una parte muy importante de nuestra historia, el contrabando de los bienes culturales asociados a una fragata de la Armada Española para su posterior venta y, además, el tráfico de información asociada sobre nuestro propio patrimonio con el fin de dejarnos -si me lo permiten -, además de cornudos, apaleados.

No tengo sino palabras de agradecimiento para todos los que han acompañado a lo largo de los últimos siete años los esfuerzos por acercar la luz de los hechos comprobados, la legitimidad de los valores que compartimos y la intuición de que es mejor un futuro cargado de memoria que echar tierra sobre nuestro pasado como si nos avergonzase y tratar de saber quiénes somos sin conocer quiénes fuimos y desde cuándo somos lo que somos. Las palabras de agradecimiento, créanme, incluyen a quienes en algún momento han puesto en cuarentena la labor de los periodistas tal vez porque se sintieron amenazados por el conocimiento de unos hechos que, si bien han acabado en un final feliz, como veremos, todavía nos parecen pobremente iluminados y negligentemente valorados, aunque tengan explicación. Hay que analizarlos no para empecinarnos, sino para no repetirlos.

Foto de las monedas de la Mercedes que Odyssey manipuló para que no supiéramos que eran reales de a 8

En un país tan poco dado a los consensos sobre nuestro pasado, en una sociedad a menudo más inconformista con los hechos históricos que con nuestro propio presente, el caso de la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes” supone toda una lección y espero que sea un punto de inflexión para los españoles. No creo que haya otro episodio de nuestra vida pública en el que se haya visto a tanta gente trabajar, a menudo sin estar de acuerdo en cómo, por un objetivo común. Sin embargo, desde el balcón del periodismo, al que nos hemos asomado cada día desde mayo de 2007 con ánimo crítico y también exigente, hemos visto muchas cosas que merecen reflexión y de las que deberíamos sacar enjundiosas enseñanzas. Permítanme que nos detengamos un momento sobre esto. Pero antes, me gustaría insistir en que desde el periodismo, utilizamos las palabras solo con ese fin de iluminar y debatir de una manera a la postre constructiva. Nosotros no somos jueces. Si acaso tenemos algo de notarios. Espero que después de este relato de mis pensamientos pueda convencerles de que, a pesar de todas las deficiencias de mi profesión, y de los errores achacables tanto a la prisa como a la impericia, el periodismo, la divulgación, son su mejor aliado.

Recordemos con cierta perspectiva: Primero ocurrió el expolio, inesperado, pero lleno de zonas oscuras. Cuando la empresa Odyssey Marine Exploration arrancó del fondo del mar la carga de la “Mercedes” y se la llevó de contrabando a Florida en aviones fletados desde Gibraltar y con el doloso y desleal comportamiento del Gobierno de la Roca, que incumplió hasta sus propias leyes, había mucho que explicar. No nos equivoquemos: sabemos que los autores del expolio eran los culpables, pero no podemos dejar de reconocer que la presencia en aguas españolas de estos piratas modernos no fue, como salta a la vista, vigilada como corresponde. Entonces, en mayo de 2007 asistimos a un espectáculo poco gratificante -aunque ciertamente breve – en el que las autoridades se arrojaban entre bambalinas las supuestas competencias y los permisos de ámbito autonómico y estatal que Odyssey había manejado. Pero hay un hecho que no deberíamos olvidar: Seis años de reuniones en despachos ministeriales muy importantes de Madrid, autonómicos en Sevilla y más que discretos en Gibraltar, en las que se proponían misiones ilegales sobre el patrimonio a cambio de información sobre nuestros propios naufragios, no debieron haberse permitido. No deberían ni siquiera haberse producido. La negativa más educada y diplomática ante pretensiones como estas no tarda en darse tanto tiempo, no seis años.

Es cierto que estaban buscando supuestamente un buque inglés, el HMS Sussex, pero a la luz de este hecho es peor aún el papel de vigilancia encomendado a quien correspondía, a quienes deben velar por el Patrimonio. Seamos positivos: Es de los errores de lo que más podemos y debemos aprender, siempre que los analicemos con franqueza, sin autoengaños. Falló la coordinación de un Estado de Derecho muy complejo en ámbitos competenciales. La responsabilidad y la información fueron muy deficientes, fracasó la ética pública y, lo más importante, nadie tuvo la altura de miras para prever las consecuencias de aquella gestión tan desordenada como desafortunada. ¿Nadie?

Estallido de la Mercedes. Detalle del cuadro de Sartorius

Bueno, para ser justos, habría que introducir algunos matices. A mí nunca me ha cabido duda de que los profesionales de la Historia y la Arqueología, incluso los que tenían cargos oficiales, a título particular, desconfiaban de la empresa. Me consta que los profesionales de la Armada se encontraban muy molestos con aquella presencia en nuestras aguas y presentaban informes, cientos de ellos, detallando posiciones y actividad de sus barcos. También la Guardia Civil. Pero eso no se sabía entonces: si la prensa tomó conciencia del problema, si anduvo vigilante, si fuimos útiles, fue sobre todo por la insistencia con la que nos alertaron unos pocos miembros de la sociedad civil que no querían que ocurriera lo que luego ocurrió y actuaron en consecuencia con sus pobres armas. Su esfuerzo solo debería ser recordado como un mérito cívico sobresaliente: Ecologistas modestos que nos hablaban de lo que los pescadores contaban sobre las actividades de los barcos, navegantes deportivos que perseguían en su propio velero a los piratas para sacarles fotos y medir sus posiciones con el fin de que no quedase impune su actividad si se demostraba algún día delictiva, abogados y arqueólogos que elevaban informes a las consejerías de Cultura, al ministerio de Cultura, y que en el mejor de los casos fueron convenientemente archivados con un gesto soberbio que también debería arrojar enseñanzas a nuestros responsables políticos. Nombres que valdría la pena reconocer, aunque sus informaciones fuesen incompletas, porque las ponían a disposición de la sociedad a menudo contra el criterio pudoroso de los ámbitos de poder; nombres que la España oficial ha preferido ocultar, y esto es muy triste. Su historia, la de Ecologistas en Acción, Pipe Sarmiento, Javier Noriega, José María Lancho, José Antonio Braza, y algunos otros, está publicada en las páginas de nuestros periódicos y completa la verdad de lo que sucedió, por eso las páginas son, de momento, casi su único homenaje.

Pero avancemos: la España oficial después sí despertó, realizó un esfuerzo fabuloso para aportar ante los tribunales de Estados Unidos las pruebas archivísticas y para armar una defensa contundente en un litigio al que nos presentamos en inferioridad, frente a una empresa que guardaba las pruebas del delito y no quería que fueran utilizadas en su contra. Pero a la postre se impuso la razón, hubo justicia. Una de las primeras lecciones es que los medios de comunicación sí servimos entonces para algo: pusimos sobre la mesa el sentimiento de indignación que la sociedad albergaba ante estos hechos, un sentimiento, por demás, que casi nadie esperaba que se oyera con tanta fuerza y que movilizó voluntades políticas para que los mecanismos del Estado se pusieran a toda máquina. Hubo debates parlamentarios intensos que recordaron a los que acontecieron en el Parlamento británico en 1805 tras el ataque. Y un debate trasladado a los medios sobre el control de lo que había pasado con Odyssey y con lo que tocaba hacer.

Como decía, en 1805, a los pocos meses de hundirse la Mercedes, se produjo una guerra de panfletos políticos entre quienes pensaban que Gran Bretaña había atacado ilegítimamente a las fragatas españolas y debían por tanto devolver la plata por haber actuado contra la ley y la razón, y quienes defendían la actuación de su almirantazgo, bajo las órdenes del gobierno de William Pitt. Fue un debate periodístico sobre otro político, cuya réplica se produjo dos siglos después, en 2007. Es el latido de la democracia, con todas sus imperfecciones y toda su grandeza, la pugna de un poder que debe dar explicaciones a la sociedad que lo ha elegido. Es otro valor que pudimos contemplar en cuanto la carga de la Mercedes fue puesta en el centro del debate público. Un valor que emergió con el patrimonio y su conocimiento. Vendidas sueltas, las monedas no tienen esos valores. Concebidas culturalmente, ese es el máximo valor que portan.

El abogado de España, James Goold, durante una rueda de prensa en el Ministerio de Cultura

En los últimos años, desde la prensa fuimos relatando paso a paso el juicio del Reino de España contra Odyssey, a menudo más allá de lo que a algunos les hubiera gustado. Nos decían que estaban temerosos de que los cazatesoros empleasen contra España en el tribunal la polémica generada contra sus actos. En ABC fuimos leales y tuvimos en cuenta siempre la prudencia ante el proceso, pero no caímos en un exceso que resultaba -en el mejor de los casos – pueril. Como veremos, cuando la luz ilumina los hechos, incluso los hechos más controvertidos, ocurren más cosas buenas que malas. Los periodistas creemos en esto, y les pediría que lo tengan en cuenta, porque esa es nuestra principal motivación y nuestra fuerza como sociedad (y acaba siendo nuestra debilidad cuando no lo logramos). Hace apenas dos meses, en el curso de unas jornadas sobre arqueología subacuática que tuve el honor de organizar y que contaron con la ayuda destacada de esta Cátedra Naval, el gran escritor cartagenero Arturo Pérez Reverte expresaba algo parecido: que no dejemos de publicar porque los poderes públicos, incluso los democráticos, no suelen moverse si no es bajo la presión del “pequeño chantaje” que sienten cuando la prensa se muestra exigente. Y no se me ocurre mejor manera de definir nuestro papel. Créanme que no es cómodo, que siempre resulta desagradable decirle al poderoso que se equivoca (o que hay alguien con conocimiento que lo piensa) y aguantar su desprecio o sus invectivas, incluso algún ataque (el asunto de la Mercedes ha dejado algunas cicatrices).

Pero a lo que importa: España movilizó sus recursos y una vez más habría que reconocer el inmenso esfuerzo realizado por los archivos de la Armada, el Museo Naval -durante el mandato de tres directores, los almirantes De Leste, Rodríguez González-Aller y González Carrión -, pero también cuatro ministros de Cultura sucesivos de gobiernos de distinto signo que, con intensidad variable, fueron capaces de llevar a buen puerto ese esfuerzo en coordinación con los archivos estatales y los responsables del ministerio de Exteriores, que era quien había dado el último permiso a Odyssey, semanas antes del expolio.

Aunque hubo determinados altos cargos del ministerio de Exteriores que se defendieron con armamento pesado, si me permiten la metáfora, de nuestras ganas de publicar lo que ocurría, las autoridades culturales y la representación diplomática española ante Washington tienen un mérito indudable que hay que reconocer, además de subrayar el magnífico trabajo de nuestro abogado ante el tribunal, James Goold. No hay que ser cicateros en este reconocimiento colectivo, publicado también extensamente, pero seríamos injustos si no sumásemos otras pequeñas o no tan pequeñas aportaciones legales como las de Hugo O’Donnell, que sumó pruebas periciales para demostrar la identidad del barco, o las del citado abogado José María Lancho que puso a disposición del Estado su rápida investigación sobre las indemnizaciones del siglo XIX que derribó de un plumazo toda la estrategia legal de Odyssey de obrar en representación de quienes perdieron sus bienes en el naufragio de la “Mercedes”. Una vez más conviene no olvidarnos de quienes, sin más razón que su orgullo y su patriotismo, quisieron ayudar.

Y ahora viene lo bueno si me permiten esta confesión: Lo que produjo toda aquella ola de indignación publicada, de trabajo colectivo y de polémicas interminables fue, en realidad, un bien mayor del que tenemos que alegrarnos y disfrutar. Con su profanación del yacimiento de la fragata “Mercedes” y con el expolio de las monedas de su carga, los cazatesoros abrieron su propia caja de Pandora, porque aquellos objetos -las monedas tienen cara y tienen cruz – estaban cargados de historia. ¡Y qué historia!

El vil ataque inglés que abrió las puertas de una de las guerras más importantes de la historia, un ataque que fue nuestro “Pearl Harbor”, como muy bien dijo Goold ante el juez Merriday de Tampa con el fin de que comprendiera el valor histórico de aquellos restos para España. El combate del Cabo de Santa María, que todos los periódicos relatamos con detalle, la tragedia de Alvear, que aún nos conmueve porque perdió a su esposa y siete hijos mientras tenía que atender al mando de su nave, la vida de aquellos marinos que fueron tragados por el océano nada más estallar la Mercedes, reflejada en sus botones, sus tabaqueras, sus gemelos… Eso es el patrimonio. No solo metal con valor de mercado, sino materia oscura que solo un arqueólogo puede iluminar y entonces ilumina nuestro presente. Porque es parte de nosotros, una verdadera máquina del tiempo, una puerta a emociones a las que resulta maravilloso asomarse.

Tengo el convencimiento de que Odyssey no era consciente de lo que estaba a punto de provocar. Porque un país en el que la historia naval, sin duda una de las mayores de la humanidad, la que hizo posible la primera navegación global, estaba tan olvidada, y en el que la arqueología subacuática apenas había logrado suscitar una atención muy localizada en nuestra sociedad, se convirtió casi de la noche a la mañana, después de la investigación sobre lo ocurrido con la Mercedes, en un país que volvía los ojos de nuevo a los mares de su historia, encantado de reencontrarse con un pasado lleno no solo de heroísmo sino sobre todo de ciencia y modernidad, de sociedades mestizas y horizontes lejanos que alguna vez mirábamos con tanta naturalidad que sorprende mucho que durante dos siglos, salvo ustedes los marinos, casi todos los españoles hayamos podido olvidar tan intensamente.

Lo compruebo cada día: es publicar la historia del Glorioso, episodios de la vida de Jorge Juan, de Ulloa, o de Blas de Lezo; o las circunstancias de un combate o un naufragio, y ver que esas informaciones, noticias y reportajes se convierten en los más vistos de la web de un periódico nacional como ABC, compitiendo con el escándalo político del día y hasta la información de los famosos, superándolos en no pocas ocasiones. No hablamos de una publicación especializada, sino de un diario de información general al que los lectores demandan cada vez más historias rescatadas del mar y de la historia que nos circundan, historias que nos explican para bien y para mal, para la exploración de los continentes y para los abusos de la explotación colonial, para entender las guerras de entonces y para poner en pie los proyectos científicos del futuro. La sociedad ha sido lúcida en esta demanda, ha reaccionado de manera inesperada y de un modo que todos deberíamos entender como una oportunidad. Una vez más, el periodista, el divulgador, es el mejor aliado de quienes aman y cuidan del patrimonio.

Los Reyes inauguraron la muestra sobre la fragata Mercedes en el Museo Naval

Comprueben las cifras de visitas al Museo Naval de Madrid, en continuo ascenso. Miren la exposición de la Mercedes en tres sedes, la permanente aquí mismo, en el Arqua, y la itinerante que arrancó, inaugurada por los Reyes, en uno de sus últimos actos como Príncipes de Asturias, el pasado mes en el Arqueológico y el Naval. Miren este precioso Museo Naval de Cartagena, con especial atención a esta sala donde nos encontramos, que pone en valor la historia repetida y la que no hemos valorado suficientemente: la ciencia y la marina fueron las disciplinas unidas por las que el progreso entraba en nuestra historia y eso tiene un lado bueno, que es tanto la navegación oceánica o la medición de un grado de meridiano en Quito en el siglo XVIII como la invención de la asombrosa máquina que cambió el siglo XX: el submarino. Y tiene también, a qué negarlo, el lado malo, si pensamos en el sueño de Peral malogrado o en el desprecio a la visión que Jorge Juan tuvo de que España solo podría desarrollarse en plenitud si se reformaba justamente la administración de las Indias y si se daba una importancia primordial a la construcción y mantenimiento de una Armada potente, muy importante. Una vez más nos muestra como somos, las dos caras de una misma moneda que nos define.

Aprendamos de ello. La grandeza de nuestra historia no está tanto en los oropeles del imperio como en el esfuerzo modernizador sumado al carácter resistente ante las adversidades que nos retrata. Cuando nos miramos en la Mercedes y su historia, en Blas de Lezo y la suya, instintivamente nos reconocemos.

Tratemos de extraer, entonces, algunas conclusiones. Desde el origen, como demuestran los pecios griegos, romanos o fenicios documentados, nuestro pueblo ha vivido y ha soñado -y ha muerto – entre las olas. Ese vasto continente patrimonial que las aguas y las costas de España guardan está lleno de historias. Apenas estamos empezando a comprenderlas. Apenas somos conscientes de su dimensión. España sostuvo durante más de tres siglos el esfuerzo colectivo más asombroso que hayamos asumido jamás: la exploración, conquista y administración de un imperio marítimo, y la fundación y la defensa de las ciudades y las rutas que lo conformaban. Y eso ocurrió en nuestra tierra después de dos mil años de navegación e interdependencia, de culturas exóticas llegando a puerto y mezclándose en la piel de toro. Más tarde la cultura propia partía en las naves que enviábamos hacia lo desconocido.

Ese esfuerzo hoy se rescata desde la reivindicación de aquellos valores que nos configuraron y desde el relato de aquellas aventuras y desventuras. Para ambas cosas, una vez más, el mejor aliado es el periodista. Cuanto más nos contemos, cuantas más veces nos lo puedan explicar, con paciencia y rigor, mejor periodismo haremos y también más valorará la sociedad su patrimonio y su historia. Estamos condenados a navegar juntos y creo que vale la pena. Se puede hacer un reportaje de un pecio, y otro de un combate y otro de una carta de un marinero a su novia y otro de los avatares consignados en una simple hoja de servicio. Todo suma.

Sin embargo, aceptamos que el poder tiene una relación tensa con el periodismo. Siempre ha sido así. A los panfletos críticos publicados en Londres en 1804 siguió una lluvia fina de reproches y una oleada de desconfianza entre adversarios políticos. Pero esos panfletos dejaron testimonio de que en Gran Bretaña hubo quienes reflexionaron sobre lo ocurrido sin marcar el paso de una jugada política y de un ataque a traición. Eran libres, se alejaban de un discurso inducido para hacerse oír. Con mejor o peor motivo, pero libremente. Los periódicos también servimos para eso, dejamos constancia – un poco notarios, como les decía – de opiniones y realidades que de otro modo no tendrían eco y que, frecuentemente, molestan a quienes tienen en sus manos las llaves de las cosas. Hay que recordarlo para que no se nos olvide. Nadie tiene las llaves del mar o de la libertad…

¿Ancla de la Juno o de la Galga? Historias sin contar, en el centro de visitas de Assateague Island

Aunque alguna vez se hayan molestado con algún detalle de nuestra visión de lo que ocurrió, por ejemplo en el caso Odyssey, la luz ha traído más cosas buenas que malas. Sin esas incomodidades no sabemos cómo habrían reaccionado las autoridades. O sí lo sabemos, porque ocurrió con el Juno y la Galga, otros dos barcos españoles expoliados en un juicio que España ganó en 2000, con el mismo abogado y ante idéntico tribunal federal estadounidense. Con la Mercedes fue muy distinto y la única diferencia la marcó la difusión que la prensa dio del expolio. Hoy ese patrimonio está accesible para todos y esa es la prueba de que el periodista es el mejor aliado de todos quienes aman y cuidan el patrimonio, por vocación, cargo, competencia o por mandato legal.

Hoy la historia naval está en boca de todos, en los museos y también en quienes estudian como ustedes la disciplina y sabrán cuidar los archivos y valorar el método científico para extraer la información histórica de los pecios de nuestro pasado. El futuro está en sus manos y en los proyectos de una joven generación de arqueólogos que está cambiando las cosas ya, aquí mismo, en Isla Grosa, o en el Bou Ferrer, y en el ánimo de quienes aceptan que la Mercedes nos concitó a todos, cada uno con su opinión, en un esfuerzo común. Nada sería peor ahora que hacer caso a quienes nos piden a todos los que hemos ayudado a cambiar la percepción del patrimonio que nos conformemos con lo visto y con lo ya realizado. No.

Monedas del Juno y la Galga, parte de una historia sin recuperar, a pesar de la victoria en los tribunales

Si lo miran bien, acabamos de empezar. Es importante que todos sigamos sumando. Para hablar de los pecios antiguos y de los galeones, de los navíos de línea y de las armadas perdidas. Para recobrarlas y rescatar la mejor historia que España ha dado al mundo, y no hacerlo con falta de miras o complejos. Además, para no dejar que sean los cazatesoros y los muecines de la leyenda negra los que cuenten nuestro pasado después de robarlo y venderlo con un desafuero constante, como si perteneciese a una sociedad con taras morales, enferma, sedienta de oro y deseosa de esclavizar al prójimo.

No fue así, y en el patrimonio subacuático tenemos la fuente de legitimidad para alumbrar el pasado con toda su complejidad, desde una sociedad abierta y democrática que quiere participar de ese proceso de investigación y puesta en valor y disfrutar del conocimiento de unos bienes que son de la humanidad, en los que está nuestro futuro, más que nuestro pasado. Porque ya es historia que compartimos con un montón de naciones, nuestros barcos se perdieron en los mares de toda la tierra y son un registro histórico como no hay otro igual. Su abandono y destrucción sería la peor catástrofe cultural de la historia. Aunque no la veamos.

Noticia sobre la firma del Memorando de Entendimiento México España, publicada en ABC

Aprendamos a cooperar para llegar a ellos. A ese conocimiento. España acaba de firmar un protocolo con México para empezar a trabajar juntos en este patrimonio. La recuperación de ese pasado solo puede ser un proyecto de Estado. Hay pocos con tanta fuerza para unirnos. Piénsenlo. Exíjanselo como ciudadanos y como personal especializado a los responsables de la Administración, en todas sus capas, local, autonómica y nacional. Nosotros, lo hacemos desde la prensa, y además lo queremos publicar para que ni se olvide ni se detenga.

A medida que suceda, con su ayuda, seremos aliados en ese conocimiento del impresionante patrimonio. La Mercedes es solo un ejemplo, pero comparte con el Juno y la Galga, con el San Diego y el Triunfante la tristeza de que los expoliadores llegaron antes que los científicos. Imaginen el día en que los arqueólogos lleguen primero y podamos rescatar la historia completa de uno de aquellos barcos desventurados. Yo estoy deseando que suceda. Para conocerlo y para contarlo.

 

Momento de la lectura en la clausura del I Master de Historia y Patrimonio Naval, en Cartagena
Otros temas
Jesús García Calero el

Entradas más recientes