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Colin Martin: «No habrá jamás nada como la Gran Armada»

Colin Martin: «No habrá jamás nada como la Gran Armada»
Jesús García Calero el

El arqueólogo Colin Martin, el mejor conocedor de los restos arqueológicos de los naufragios de la Gran Armada de 1588, repasa su carrera y nos confiesa su vínculo personal con algunas piezas en esta entrevista y nos ayuda a extraer lecciones de nuestra historia compartida:  Dice que de todo hay que guardar memoria, salvo de los mitos… Y más: «Las interpretaciones fáciles y engañosas le hacen un flaco servicio a la ciudadanía, y solo pueden contrarrestarse mediante un diálogo crítico e inquisitivo entre toda la sociedad». 

 

Cuando Felipe II envió la Gran Armada en 1588 contra Inglaterra, necesitó los recursos de todo su imperio para pertrecharla. Por eso, entre los restos naufragados hay armas, ropajes, cañones e incluso la pólvora que usaban los españoles del siglo XVI, procedentes de Italia, España, o Escandinavia. Incluso de China. La mal llamada Invencible es historia global de España, historia del mundo. Ahora, gracias a una conferencia internacional en Sligo, Irlanda, especialistas de varios países contrastarán sus investigaciones en un momento en el que el patrimonio subacuático permite descubrir las claves perdidas del mundo moderno.

Colin Martin y Geoffrey Parker en Simancas en 1988, mientras investigaban para su libro conjunto

Colin Martin es el científico con más conocimiento directo de los restos naufragados de la Gran Armada. Ha estado excavando y estudiando los pecios desde los años sesenta. En conversación con ABC, con motivo del citado simposio que inaugura el viernes 24, relata cómo se siente vinculado a aquellos hombres, en el recuerdo de cómo se recuperaron algunas piezas lo mismo que en una humilde tira de plomo en la que descubrió marcas de dientes y cuando supo por qué se sintió transportado al siglo XVI y al dolor causado por los cirujanos en el sollado de los barcos.

El primer buque que estudió, en 1968, fue la almiranta guipuzcoana Santa María de la Rosa, un barco construido por balleneros, los Villafranca, en San Sebastián, similar a los que ha excavado Canadá en Labrador. Como decenas de naves, fue embargado para la Armada y artillado en Lisboa, poco antes de partir. «Martín de Villafranca era el capitán cuando se hundió. Él y todos los miembros de la tripulación (excepto uno) perecieron en el naufragio. No había rastro del armamento del buque, excepto gran cantidad de bolas de cañón. Esto nos sorprendió, porque los libros de historia nos contaban que una de las razones por las que había fracasado la Armada era su falta de munición. Las balas de cañón no mienten, de modo que los historiadores se habían equivocado. Pero, ¿por qué?».

ha premiado recientemente su dedicación a la historia de España con una distinción que fue entregada por el embajador en Irlanda

La respuesta se mantuvo esquiva entre los restos del Gran Grifón, en Fair Isle. «Era buque insignia de las urcas. Y allí encontramos más pilas de bolas de cañón, y también muchos cañones. Muchos eran piezas ligeras de hierro fabricadas en Alemania o Suecia, pero había dos cañones de bronce fundidos en Lisboa para la Corona española poco antes de que la Armada zarpase. Uno lo habían fundido tan mal (tenía la bóveda desviada del centro) que era imposible que lo hubieran disparado. En los documentos se registraron problemas con la misma fundición. De modo que esa era una de las respuestas: muchas de las armas españolas eran más peligrosas para su propio bando que para los ingleses. Las armas italianas también causaron problemas: un cañón siciliano de uno de los pecios de Streedagh abrió un agujero cerca de la boca», afirma Martin.

La Trinidad Valencera

El 16 de septiembre de 1588 -justo ayer hizo 429 años-, La Trinidad Valencera, uno de los buques más grandes del convoy, no resistía más. Dañado por la tempestad, se acercó a la costa en Kinnagoes Bay y fue el primero en naufragar, al golpear el fondo. Quedó a poca profundidad, protegido por el cieno. Colin Martin recuerda su contacto con ese barco así: «La universidad escocesa de St Andrews me invitó a crear allí un instituto de investigación, y a eso me dediqué durante los 30 años siguientes. Hasta que me jubilé en 2002 continué mi investigación sobre los naufragios en aguas escocesas e irlandesas. El proyecto más significativo fue la excavación del mercante veneciano La Trinidad Valencera, otro barco embargado por España para la Armada que naufragó al norte de Donegal».

¿Qué hace tan especial este pecio? «Aunque el buque se hundió en aguas muy poco profundas, buena parte de sus contenidos se conservaron en el blando cieno arenoso, y el proyecto ha proporcionado una maravillosa muestra de objetos de la Armada, desde zapatos de cuero y prendas de vestir hasta tres gigantescos cañones de sitio que deberían haber ayudado al duque de Parma a marchar sobre Londres. Estos hallazgos son importantes no solo para nuestro conocimiento de la Armada, sino también para estudiar la tecnología, la economía, el armamento y las costumbres en un periodo importantísimo de la historia mundial: la transición de la Edad Media a los albores del periodo moderno. Dado que la Armada obtenía sus recursos de buena parte de Europa, desde el Adriático hasta el Báltico, sus pecios ofrecen una posibilidad probablemente inigualable de estudiar estos procesos. Por eso son tan importantes no solo a escala europea, sino mundial. Y por eso deben tratarse con el mayor cuidado y respeto. Nunca volverá a haber nada igual», sentencia.

-Parece una buena lección de historia en los tiempos del Brexit y los nacionalismos.
-No quiero mezclar la política con este tema, pero me parece que la Armada nos enseña que a Europa le va mejor junta que separada.

El escudo de Felipe II en un cañón recobrado del pecio de La Trinidad Valencera en Donegal, Irlanda

Una máquina del tiempo y marcas de dientes

Martin se mantiene siempre concentrado mientras bucea, porque «es una tarea que exige cuidadosa atención en un entorno hostil, de modo que no queda mucho tiempo para emociones». Pero le pedimos que rescate dos momentos de su carrera en los que la emoción pudo con la concentración: «Uno fue cuando, como cámara submarino, filmé un cañón de sitio del Trinidad Valencera mientras lo izaban a la superficie. Al liberarlo del lecho marino, la arena se desprendió de su superficie todavía de color amarillo brillante y apareció el escudo de Felipe II (unido al de María Tudor, porque se fundió en 1556, cuando ella era todavía su consorte). Parecía completamente nuevo, y me sentí como si una máquina del tiempo me hubiese transportado al siglo XVI».

El otro momento especial se produjo en la orilla, «mientras clasificaba algunos restos de plomo que acababan de sacar. Una pequeña tira mostraba marcas de dientes humanos que prácticamente la habían atravesado. Comprendí que debieron de colocársela en la boca a alguien a punto de soportar un terrible dolor, muy probablemente una amputación sin anestesia. Se habla de “morder la bala”, pero una bala redonda sería imposible de sostener entre los dientes mientras uno muerde con todas sus fuerzas. Una delgada lámina de plomo sería mucho más eficaz. Casi pude sentir la agonía del paciente, y me sentí muy cerca de él. A fin de cuentas, la arqueología trata de personas», sentencia.

Un arqueólogo trabaja sobre los restos de un cañón en un pecio de la Armada, en Fair Island

La hora de la ciencia
Ahora aumenta el interés en la sociedad por este pasado y la ciencia debe estar a la altura. Colin Martin reflexiona: «Creo que, en su mayoría, los historiadores y los arqueólogos británicos y españoles ven ahora la Armada como algo del pasado, sin prejuicios por ninguna de las partes. Ambas naciones tenían grandes virtudes y defectos que deberían explorarse con neutralidad. La historia se sostiene por sí misma, y las únicas cosas del pasado que deben olvidarse son los mitos» 

Desde un punto de vista científico, le parece importante «este legado, que ambas naciones [España e Inglaterra] pueden compartir, el maravilloso recurso arqueológico que yo he descrito en líneas generales. Es una ventaja que un tercer país, Irlanda, se encargue ahora de la conservación de la mayor parte de este recurso (aunque no deberíamos olvidar que España, Escocia, Inglaterra y quizá Noruega tienen también yacimientos relacionados con la Armada), y espero que todos colaboren. Mi única advertencia es que cualquier arqueología efectuada en los yacimientos debería ser de la mayor calidad posible. Lo que necesitamos no son buceadores sino arqueólogos que sepan bucear. Esto no excluye la participación de aficionados, si están bien preparados y supervisados».


Aunque todos los elementos hablan de la época, es la artillería la que ayuda a identificar mejor los pecios «si existen documentos adecuados -afirma Martin-. Los tres cañones de sitio de La Trinidad Valencera -recuerda- estaban marcados con su peso individual de 5.186, 5.260 y 5.316 libras castellanas. Esos mismos pesos están registrados en los documentos de carga del barco. Las probabilidades de que esa misma combinación se dé en cualquier barco distinto de La Trinidad Valencera son menores que las de que te toque la mayor lotería mundial». Pero sin duda hay otros medios: «El pecio del Santa María se identificó por una bandeja de peltre con el nombre de Matute grabado: los documentos nos dicen que un tal Francisco Ruiz Matute era capitán militar del barco».

La primera armada global

En ausencia de esos datos, la mejor firma de la Armada es la loza: «Piezas de alfarería de finales del siglo XVI procedentes de Sevilla, Lisboa, y el distrito del que procedía el barco. En el Valencera, por ejemplo, encontramos vasijas de Sevilla y Lisboa, además de piezas venecianas de su puerto de origen. Y, a través del galeón de Manila y las flotas trasatlánticas, ni más ni menos que un cuenco de la dinastía Ming llegado de China», refiere Martin. Era una Armada pertrechada cuando ya funcionaba la primera globalización debida a los navegantes españoles y portugueses.

“Destrucción de la Armada Invencible”, el hermoso cuadro de Gartner de la Peña en el Museo de la Aduana, de Málaga

-¿Cuál es su hallazgo más importante?
Probablemente nuestro hallazgo más importante fue una sencilla báscula de madera empleada para medir el diámetro de un cañón en función del peso de la munición que disparaba. Se usaba junto con un juego de anillos de madera (de los que encontramos tres) que coincidían con los diferentes calibres de munición. Debería ser sencillo distinguir el tamaño a partir del diámetro, pero la escala es terriblemente imprecisa (no hay coincidencia entre los distintos tamaños), y parece más relacionada con las medidas italianas, más livianas que el patrón castellano de 460 gramos. Y tampoco los cañones seguían un patrón común; cada país (a veces cada ciudad) tenía su propio sistema. A nuestra mente moderna le resulta difícil entenderlo, pero el problema de imponer un patrón sobre una gama tan amplia de variables era aparentemente insuperable, de modo que da la impresión de que la munición de la Armada simplemente no encajaba en los cañones. Esto explica en parte la cantidad de munición no disparada. Después de la Armada, los españoles empezaron a abordar el problema, lo cual constituyó un pequeño paso hacia la imposición de patrones de intercambiabilidad en los procedimientos de fabricación, un factor esencial en el desarrollo de nuestro mundo moderno.

Mapa de Robert Adams en 1590 con el rumbo de la Armada

-¿Qué es lo último hallado?
Estoy trabajando en la relación peso/volumen de la pólvora (hemos descubierto un barril medio lleno) para determinar el peso de la pólvora usada para cargar los cañones (también hemos descubierto dos cañones todavía cargados que nos ayudan con los cálculos).

-¿Qué futuro tiene todo esto?
La caracterización de la Armada como conflicto fomentó en el pasado las percepciones inglesas de triunfalismo, mientras que en España se veía como un desastre menor aunque trágico que no influyó mucho en la historia del país, y se ha dedicado poco tiempo a su estudio. Estas percepciones han inhibido el estudio crítico e imparcial. Por suerte, gracias en gran medida al descubrimiento de los pecios y a su meticulosa investigación, ha llegado una nueva era, y la Armada se ha convertido en un vehículo para estudiar su mundo contemporáneo a través de una combinación muy especial de fuentes originales. España tiene los documentos, Irlanda los pecios. Otros países y ciudades europeos tienen también aportaciones que hacer. Ha llegado el momento de afrontar estos retos y cosechar juntos los beneficios.

Homenaje a los caídos en la Armada en una playa de Irlanda

-Hemos visto comunidades en Irlanda muy activas en el cuidado de este pasado, de los pecios y la memoria de la Armada. ¿Qué le parece este fenómeno, paralelo al crecimiento del interés en España por estos temas?

La Historia hace referencia a la conexión entre las personas de hoy y las personas que las precedieron. Si conocemos mejor el pasado, nuestras propias percepciones y nuestro sentido de la continuidad serán más seguros y estaremos mejor preparados para afrontar el futuro. Los historiadores y los arqueólogos no son los «dueños» del pasado sino que tienen el deber de analizar y entender las pruebas como una disciplina rigurosa y crítica, y ponerla a disposición de las generaciones presentes y futuras. Esta es una gran responsabilidad que debe ejercerse en asociación con la ciudadanía. La presentación y la implicación son vitales, pero su fin debe ser siempre la «verdad» (un concepto difícil que nunca puede tomar forma absoluta). Pero las interpretaciones fáciles y engañosas le hacen un flaco servicio a la ciudadanía, y solo pueden contrarrestarse mediante un diálogo crítico e inquisitivo entre toda la sociedad. El potencial del recurso de la Armada para contribuir a este proceso y estimularlo a escala local, nacional e internacional es grande. Los beneficios indirectos, tanto culturales como económicos, posiblemente sean considerables, aunque difíciles de cuantificar.

El libro de Colin Martin y Geoffrey Parker, toda una referencia en los estudios de la Gran Armada

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