De nada valen fotos con Rubalcaba ni el paso a Cultura ni modelos de Armani ni trajes de diseño. De poco vale el debate social, político, cultural, económico y medioambiental en defensa de la Fiesta. De poco o nada vale si después no se ofrece un espectáculo en donde se refleje toda la verdad de un toro y un torero en el ruedo.
En estos momentos de incertidumbre, tras la prohibición de la Fiesta en Cataluña y con una gravísima crisis económica, se impone que el entramado taurino -empresarios, ganaderos y toreros, especialmente las figuras- asuman un grado de compromiso y responsabilidad con el propio espectáculo como garantía de su continuidad.
En otras palabras, que las denominadas figuras no pueden -o no deben- consentir festejos que trasmitan una lamentable imagen de las corridas de toros. El ejemplo de la recién finalizada Feria de Valencia con la paupérrima presentación del ganado en los días clave y con la presencia de los toreros de mayor renombre, no es el mejor camino para defender la Fiesta.
No se trata de que los toreros del denominado G-10, ahora G-9 por la lucha en solitario del francés Sebastián Castella, se den un atragantón de miuras, victorinos y doloresaguirres. Se trata de que dejen de apurar esa ley del mínimo esfuerzo en la que parecen estar inmersos y acudan a las Ferias con ganado digno. Que se dejen, por ejemplo, de esos toretes de Las Ramblas de caritas lavadas y escaso trapío. Esa es la imagen de una Fiesta que no se puede defender.
Toros