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Blogs Entre barreras por Ángel González Abad

La moral española ha dimitido

Rosario Pérez el

La moral española ha dimitido. No la busquen. Apenas queda rastro. Resumiendo: usted puede ultrajar nuestra bandera, insultar a nuestro Rey… La libertad de expresión será eso. Como lo es decir que un señor que no tiene más balas que las de su oficio de campo y despacho tiene una empresa armamentística o dejar caer que a ese mismo se le mataría llegado el caso…

Aquí todo vale. Y todo no debería valer, ni en la vida ni en la parodia. La moral española ha dimitido, sí. Y la ética. Solo nos quedará la frase de Kapuściński sobre el oficio periodístico: “Ser buena persona”. Que es la misma frase que todo padre inculca a su hijo o, al menos, la que mi padre me repite. En eso, en lo de ser buena persona, como en nada, nunca llegaré a mi padre ni a la suela del zapato al que de niña me subía para bailar un twist cuando llegaba a casa.

La moral española ha dimitido en medio de tanto baile de corrales, de cosas que no son y que saltan al universo de la red como si lo fueran. ¿Acaso alguien piensa en los padres y los hijos de aquellos de los que se habla sin ton ni son? Pero “¡qué invento es este!”, que diría Marujita.

La moral española ha dimitido en la vida pública, aunque deseo que no haya muerto. Y, lo peor, en la que roza la privada. La vida que se confunde con twitter, el twitter que se confunde con la vida. Dice un pensador en una obra recién sacada ayer mismo del horno (“En pos de un nuevo humanismo”, donde figura un texto -que merece la pena leer- de Marín Civera sobre la “Dimisión de la moral española”) que “la idea del éxito ha envanecido al hombre, lo ha sacado de quicio y lo ha hecho insoportable”.

Trasladándolo al hoy, lo penoso es que algunos miden el éxito por el número de “Me gustas” en twitter, por los retuits en una red social. El éxito no son “Me gustas” en twitter, el éxito es un “Usted me gusta” a lo Girard -el mayor vendedor de coches de la historia- o ese “Usted me gusta” frente a frente. Pero para eso se necesita un valor del que la mayoría carece (perdón, carecemos -me incluyo-). El éxito no son retuits, el éxito son las huellas, el recuerdo que se deja, no solo lo que hicimos, sino lo que hicimos sentir.

Sentenció Nietzsche en “Así habló Zaratustra” que “todas las verdades silenciadas se vuelven venenosas”, pero no es menos cierto que cuando el silencio se vuelve voz los que no quieren escuchar siguen con los oídos taponados. Da igual que haya datos, pelos y señales. Al final, lo más sabio quizá sea hacer un Sabina con “esta boca es mía”. Allá cada cual.

La moral ha dimitido o está en huelga. Puede usted quemar la bandera, atacar al Rey, entrecomillar (supuestas) declaraciones muy graves sin decir quién es el que habla, contar mentiras como la canción de niños: “Ahora que vamos despacio…” Tras la red abundan los cobardes. No solo de los que se creen en la posesión de la verdad, aunque afirmen que hace un sol radiante mientras llueve a cántaros, sino de los que jalean, asienten y cogen el bañador aunque sea día de chubasquero y botas de agua.

Por todo, entre cien motivos más, me gustan los toros. Y lo digo alto y claro: “Me gustan, me apasionan, me emocionan”. Y en mis emociones mando yo; como usted manda en las suyas. En las cifras manda la realidad de los números, que, sin ser la misma según cada caso, es una sola. No hace falta explicarla. Da igual. Total, la moral ha dimitido. De la reflexión, ni hablemos. Si algo tiene que caer o algo tiene que crecer que sea con la verdad y acorde a la realidad: de los pedazos caídos, se construyeron muchas casas. Y sueños. Pero esos no se explican. La realidad, sí. Ojalá la moral caída también se reconstruya. Pero no seré yo la que dé lecciones de moral, ni de ninguna cosa.

Mientras tanto, vayamos a lo importante y sigamos debatiendo (a lo Operación Triunfo) sobre si el aguacate es una verdura o una fruta. Por cierto, se ha quedado buena tarde para preparar un guacamole.

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