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Blogs Entre barreras por Ángel González Abad

La vieja del visillo y los golfos del toreo

Rosario Pérez el

 

Alcafrán de la Fiesta. Mientras unos trabajan, otros critican a modo de la vieja del visillo de José Mota, pero con menos arte que el genial humorista. «Gooolfos», refunfuña la vieja del visillo, expresión que normalmente espeta el envidioso o el que menos hace pero más se queja. Ya se sabe que en España tenemos fama de quejicas, hábito bastante nocivo para el desarrollo de uno mismo.

Tenemos la mala costumbre de crititar a nuestro propio país, cuando solo hace falta mirar otros países europeos (o sin comparar)… Si no me falla la memoria creo que las encuestas dicen que somos el octavo país que más recursos destina al bienestar social. Sin embargo, nuestra autoestima parece estar por los suelos (otros la tienen por las nubes) y naturalmente el descontento del pueblo se ha visto en las urnas. Los chinos se sienten orgullosos de ser chinos, los franceses de ser franceses… En España gritas ¡viva España! y te miran como si hubieses cometido los siete pecados capitales juntos. ¡Catetos!

Con la tauromaquia ocurre algo parecido. Da la impresión de que muchos aficionados y profesionales no se sienten orgullosos del espectáculo más ecologista y auténtico que hay, de un arte que ya quisiera el Prado en vivo y en directo. Y un negocio, no lo olvidemos, que mueve millones de euros y genera miles de puestos de trabajo. Un arte legal, sí, pero un negocio legal también, como todo arte.

Cierto es que hace tiempo que debería haberse cogido al toro por los cuernos para lanzar el mensaje que no ha sabido plasmarse (y que no quiso escucharse), calar en la sociedad y contrarrestar los ataques antitaurinos, cuyos tentáculos se han extendido cada vez más.

En ocasiones queda lejana la crítica con argumentos sólidos, de manera constructiva (y sin mezclar churras con «meninas»). Ir a dilapidar trabajo y proyectos de quienes al menos lo intentan es propio de mediocres. Desde fuera y desde dentro.

Hay viejas del visillo (profesionales y públicos) que parecen detestar tanto la forma como el fondo de la Fiesta, a la que por supuesto debemos exigir pureza e integridad en todos su niveles. A la viejas del visillo no les gusta nada. Todos les parecen «gooolfos»: alguno habrá pero, oiga, alguno se salvará. «Noooo, todos gooolfos». ¡Menuda amargura! Si todo es golfería y tan detestable, ¿por qué no dedicarse al patinaje artístico o a criar margaritas? Como decía Juncal, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, a lo malo y a lo bueno. «¿Dijo bueno? ¡Si son todos unos golfos!»

En la sociedad, la del toro y la del no toro, hay gente que trabaja, muchos que desgraciadamente no tienen oportunidades, algunos que las desaprovechan y otros que bordan lo de «apalear», pero para aportar una idea y dar un palo al agua se la tienen que echar encima del selfie.

Si -a lo Ortega y Gasset- el toreo es reflejo de la sociedad, ese afán rupturista de un sector de la nación también se vislumbra en el planeta taurino, que nunca destacó por su unidad. Pero a fecha de 15 de enero de 2016 el famoso «divide y vencerás» no parece el mejor camino. Libre es cada uno de elegir el suyo, pero que no trate de arruinar lo que otros tratan de continuar o construir. Meter cizaña -tan vieja y tan joven costumbre- con mentiras (incluso a través de falsas «ventanas») en el espectáculo más verdadero.

«¡Goooolfos!», seguirá murmurando la vieja del visillo, una especie que se pierde en la noche de los tiempos, pero que nunca estará en peligro de extinción, ni en la parodia de Mota ni en la vida misma. «¡Gooolfos!»

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