El pueblecito de Veigy-Foncenex se sitúa a pocos kilómetros de la frontera Suiza, en una tierra llana, amarilla, donde los chopos y las viñas son de los pocos brotes de vegetación que verdean el paisaje. Fue allí donde hace más de setenta años un grupo de vecinos decidió jugarse la vida ayudar a los hombres y mujeres que intentaban cruzar de Francia al país helvético para dar esquinazo a la muerte. Así me lo explicaron un caluroso día de finales de julio el señor Arnaud, un apasionado del general napoleónico Chastel, y el señor Perez, un madrileño de la calle Príncipe de Vergara que llegó a los pies de los Alpes de niño. Ambos me mostraron esos lugares que pasan desapercibidos para un visitante sin guía, llevándome en coche y ofreciéndome explicaciones detalladas y pacientes cada vez que no comprendía algo. Una de nuestras paradas fue la granja de la señora Neury, de soltera Thérèse Lançon, nombrada Justa entre las Naciones por Yad Vashem, el Museo de Historia del Holocausto de Israel.
Yad Vashem posee una fotografía de Thérèse en su juventud. La chica que aparece en la imagen tiene los mofletes carnosos, y está retratada en un patio, rodeada de vegetación y junto al muro de una casa por donde trepa una enredadera. Viste una chaqueta a rayas y una falda de cuadros que le cubre las rodillas, y sonríe con la cabeza un poco ladeada y los ojos entrecerrados, no sé si por el sol o por el efecto que esa expresión causa en su rostro. La imagen me inspira sencillez y dulzura, cualidades que llevan mal los cínicos y los maestros de las ironías con afán hiriente, pero que con frecuencia se manifiestan como más útiles para la vida, para soportar la vida y para salvar la de los otros, como bien saben, aunque no lo admitan, esos cínicos e irónicos a los que acabo de mentar.
Acompañada de su padre, Joseph Lançon, y de un vecino de Veigy, François Périllat, ambos finalmente arrestados por los alemanes y asesinados, Thérèse ayudó a escapar a «centenares» de judíos de Francia. Su labor consistía en acompañar a los perseguidos, a los que antes acogía en su granja, hasta la frontera con Suiza. El itinerario se realizaba por la noche y terminaba en el río Hermance; cerca de él, dos molinos servían como refugio en caso de que el grupo necesitara detenerse. La connivencia de un aduanero suizo facilitaba la labor.
La familia Lançon y el joven Périllat pertenecían a la «filial de Douvaine», una red de rescate organizada por curas y de inspiración católica. Sus miembros destilaron la religión hasta quedarse con lo mejor que les ofrecía: la voluntad de ayudar al prójimo. Los chicos de la Rosa Blanca, en Alemania, hicieron lo mismo, sacrificando su vida por oponerse al nazismo. Obviamente, la fe no es un requisito imprescindible para comportarse de manera loable; también está el camino de la razón, la reflexión como arma para combatir la barbarie y empatizar con el sufrimiento ajeno.
Frente a la señora Neury, que fue poco amiga de las alabanzas, pienso en Charles Maurras, el padre ideológico de la Acción Francesa. La Acción Francesa fue un partido de extrema derecha francés, y Maurras un nacionalista fanático y antisemita. El catolicismo solo le interesaba como pegamento social. Así, la religión no le condujo a las mismas conclusiones que a la señora Neury, ni inspiró la misma excelencia en su comportamiento. Tampoco lo hizo su cultura, que supongo mayor que el de la rescatadora, ni sus cualidades como escritor, que son indiscutibles, pero que no le hicieron dueño de una gran altura moral. Como periodista, no dudó en alabar las virtudes del régimen de Vichy, responsable en la detención de judíos que luego fueron enviados a campos de la muerte. En «L’Allemagne, l’or et les morts», Jean Ziegler explica que algunos periodistas suizos se convirtieron en auténticos voceros del odio contra los judíos, arguyendo que temían la «judaización» del país helvético.
Un informe de los Archivos de Estado de Ginebra describe cómo algunos judíos que eran rechazados en Suiza preferían suicidarse antes que regresar a Francia.
Parece que los peores crímenes, las mayores canalladas, se pueden cometer desde la ignorancia, que no idealizo, y desde el talento más brillante. Creo que la bondad se aprende con la educación y se apuntala, ya de adultos, con la ética, que nos exige esfuerzo y reflexión.
La señora Neury fue un ejemplo admirable de ser humano.
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