Desde el pasado 27 de septiembre Armenia está en guerra con Azerbayán. Luiza Grigoryan, 25, una joven nacida en Armenia, llegó a nuestro país con siete años. En la actualidad tiene nacionalidad española y vive en Madrid, pero para los armenios la distancia no es el olvido y nunca emigran, sólo se transplantan con sus propias raíces. Luiza vive su primera guerra en la diáspora con la misma intensidad que si estuviera en primera línea. De hecho, hace años, cuando aún no había vivido su primer conflicto bélico ya aseguraba que ”los armenios somos un pueblo acostumbrado a la guerra, o mejor dicho, a la idea de la guerra como un estado permanente, natural. Somos muy conscientes de su realidad, de su cercanía. La sensación de pender de un hilo no nos abandona nunca”.
El Cáucaso parece que fue el lugar elegido por Dios para su Segunda Creación. La primera, la del paraíso terrenal, con Adán y Eva y sus descendientes, fue arrasada por el Diluvio Universal. Pero la segunda tuvo lugar en el Cáucaso, por cuyos valles se extendieron los hijos y nietos de Noé con sus numerosas esposas e hijos, tras quedar el Arca varada en las faldas del Monte Ararad. Se dice que uno de sus descendientes, Jafet, se llevó consigo las simientes de la vid, que plantaría más tarde en un hermoso valle, donde se bebió el primer vino de la historia. También fue Armenia el primer país del mundo en abrazar el Cristianismo, así que estamos hablando de una cultura milenaria de tradiciones arraigadas, pero que sólo ha conocido la paz en breves períodos a lo largo de su dilatada andadura, tal como parecen confirmar las palabras de Luiza: “Una no es consciente de sus palabras hasta que le toca vivirlas. Hasta que una mañana, lee: “Hoy, a las 07:10, Azerbaiyán ha lanzado un ataque aéreo y con misiles en dirección a Artsakh (Nagorno Karabaj), bombardeando no sólo áreas militares sino también civiles, incluida Stepanakert, su capital. Se informa de víctimas y heridos”. Para entonces todavía contábamos el número de tanques, helicópteros y vehículos de combate que el Ejército de Defensa armenio había conseguido derribar. A día de hoy, ni siquiera conozco el número de víctimas”
Es difícil comprender los sentimientos de alguien que vive la guerra en la distancia, pero absolutamente involucrada: “Cuando vives fuera, pero tu país está en guerra. Cuando estás lejos del daño físico, pero estás mentalmente rota. Cuando haces todo lo que puedes, pero sientes que nunca es suficiente. La verdad es que me siento paralizada, incapaz de pensar o hacer nada porque mi cuerpo está en un lugar y mi alma en otro”.
Luiza no se despega de las redes y lee cosas así, escritas por ciudadanos anónimos: “Vivo en Stepanakert con mi familia. El 27 de septiembre, mi tranquila mañana se vio perturbada por bombardeos justo al lado de mi casa. Mientras intentaba entender qué ocurría, apareció el sonido de la sirena. Me vestí como pude, di de comer a mi perro, cogí mi pasaporte y algunas cosas innecesarias que encontré alrededor. 30 de septiembre: estoy en Ereván. He dejado mi casa, a mi perro Phoebe y a mi amor, Arthur, quien me trajo a Ereván y se volvió al frente”.
¿Cómo lo lleva tu familia aquí en Madrid?: “Mi padre no ha ido a trabajar, mi madre está rezando y yo vivo pegada al teléfono móvil. Sabía lo que se avecinaba: Azerbaiyán iba a dar la vuelta a la historia y culpar a Armenia de haber iniciado las hostilidades. Nada nuevo. ¿Cómo va a desatar una guerra un país de menos de tres millones de habitantes contra otro, Azerbaiyán, con diez millones, y aliado con Turquía, que cuenta con 80 millones de habitantes y un poderoso ejército? Virginia Mendoza, en su libro ‘Heridas del viento. Crónicas armenias”, dice: “No intentes comprender. Esto es el Cáucaso”. Pero ni siquiera en la particularidad del Cáucaso podría darse una locura como esta.
Y tú, ¿cómo llevas tu día a día?: “Mientras intento asimilarlo todo, debo seguir con mi ‘realidad paralela’: apartarme del móvil -mi fuente de noticias-, ir a trabajar, asistir a reuniones, conversar. Me preguntan: “¿Cómo estás?” No sé qué decir. ¡Mi país está en guerra!. Es lo único que sé. “¿Tienes familia allí?”. “Sí, toda”. “Pero tú estás aquí, no te preocupes, no te llamarán, no tienes que ir, ¿verdad?”. No sé qué decir… ¿Cómo puedo explicar que vengo de un país del que todos huimos cuando hay paz y al que todos regresamos cuando estalla la guerra? ¿Cómo explico que, cuatro horas después del estallido, había más de diez mil voluntarios pidiendo ir al frente? ¿Cómo explico que, si estoy viva, es porque otros se fueron sin ser llamados?
Supongo, Luiza, que es una situación muy difícil vivir dos realidades simultáneamente: “La otra noche intentaba dormir, pero no podía evitar escuchar desde mi habitación la lista de los soldados fallecidos que daba la televisión del salón, cada nombre seguido por un “nacido en 2001”, “nacido en 2002”. Jóvenes muertos por defender Armenia, pero en mi “realidad paralela” mañana tenía que madrugar para ir al trabajo. En cuanto me desperté, abrí los ojos y revisé la nueva lista: ningún nombre conocido. Me dolió igual. Azerbaiyán abre fuego y bombardea la región de Vardenis, territorio de la República de Armenia. Mi pánico es prácticamente inevitable. Infraestructuras y objetos civiles dañados, un autobús incendiado. Menos mal que estaba vacío.
Azerbaiyán justifica sus actos alegando que las fronteras de Artsakh (Nagorno Karabaj) están en disputa. “Y yo me pregunto: ¿y cómo justifica sus bombardeos a Armenia? Las fronteras de nuestro país están reconocidas internacionalmente. Una ofensiva no provocada contra un territorio internacionalmente reconocido como estado soberano convierte a Azerbaiyán en agresor. También me pregunto: ¿cómo lo estarán justificando todos aquellos países que no reaccionan a esta violación del Derecho Internacional? ¿Dónde quedan los derechos humanos de la población civil, las mujeres, los niños, los ancianos? ¿Qué les estará pareciendo esta agresión en mitad de una pandemia global? ¿Y qué me dirían sobre el reclutamiento de yihadistas por parte de Turquía y Azerbaiyán? ¿Y del uso de bombas de racimo en los bombardeos sobre Stepanakert? Son muchas las preguntas que me hago, pero la respuesta es siempre la misma: “Expresamos nuestra preocupación, condenamos fuertemente la violencia y llamamos al cese del conflicto”.
Oriente Medio