En la remota y boscosa comarca de Los Oscos, allá en la frontera entre Asturias y Galicia, donde todavía se habla el eonaviego, un dialecto a mitad de camino entre el bable y el gallego, aún queda en pie el último mazo hidráulico. Lo sostiene vivo Friedrich Bramsteidl, un romántico herrero austriaco que vino a pasar un invierno al sur de España en el año 89 y no volvió nunca a su país.
El sol de Andalucía terminó por agobiarle e inició un peregrinaje hacia el norte hasta enamorarse del paisaje y el clima de Galicia, que tanto le recordaba al de su país de origen. Para entonces, su vida era ya la de un hippy. Se dedicó, primero, a la agricultura ecológica, para terminar volviendo más tarde a la forja artística. Hasta que un buen día oyó hablar de que en Santa Eulalia de Oscos se ofrecía una de las dos últimas fraguas de mazo hidráulico que quedaban en pie desde el siglo XVIII. No necesitó más. Se hizo cargo de ella en 2006 y comenzó el duro aprendizaje de un sistema arcaico y complejo del único maestro vivo que quedaba y que moriría años más tarde. Ahora Friedrich es el último ferrero de mazo vivo y preside desde 2007 el Concejo del Hierro de España.
El mazo hidráulico es un viejo sistema que se ingenió en Centroeuropa en los siglos XIII y XIV, haciendo fortuna después en las ferrerías de Taramundi y Los Oscos, una región que ha vivido tradicionalmente de la cuchillería y donde se forjaron todos las clavos que llevaban las naves de la Armada Invencible.
Por su complejidad y complicado mantenimiento fue despareciendo gradualmente de la historia. Este tipo de fragua requiere un estanque de agua en altura para activar por gravedad una especie de noria que, a su vez, hace girar en el interior de la fragua una rueda dentada que activa el mazo. El ‘mazo’ en cuestión es un martillo gigantesco. El mango tiene varios metros de largo y un grosor de 50 centímetros, mientras el martillo propiamente dicho es una pieza de hierro de más de 100 kilos, que percute contra un yunque semienterrado.
La fuerza generada es enorme y resulta muy sencillo laminar barras de hierro candente en pocos segundos. El asunto parece fácil, pero requiere mucho oficio. Y aquí reside el mérito de este diminuto austriaco que, sin perder su estética hippy, se atrevió a ponerlo en marcha. No sólo aprendió la manera de manejar el mazo, sino que tuvo que familiarizarse con todo el mecanismo e ingeniárselas para improvisar los frecuentes problemas de mantenimiento de un sistema secular y obsoleto que carece de repuestos o manuales de funcionamiento.
Friedrich vive ahora en la aldea de Mazonovo, un nombre muy apropiado para denominar este bello rincón de cinco casas mal contadas que guarda el último mazo vivo que se conoce. Oficia como herrero tradicional, pero los fines de semana ofrece, además, demostraciones del funcionamiento del sistema a los visitantes. ¿Se lo van a perder?
Para dimes y diretes: seivane@seivane.net
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