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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Cisma en la Iglesia Ortodoxa rusa

Ucrania se desliga del Patriarcado de Moscú, abiertamente pro Putin

Cisma en la Iglesia Ortodoxa rusa
Francisco López-Seivane el

Del mismo modo que la Rus de Kiev fue mucho antes que la Rus de Moscú, la religión ortodoxa prendió mucho primero en Ucrania que en la propia Rusia. Otra cosa es que los avatares históricos llevaran a la todopoderosa Rusia imperial a fagocitar la jerarquía eclesiástica y establecer una especie de Vaticano ortodoxo en Moscú, del que dependían todas las iglesias eslavas. Con la reciente invasión de Ucrania eso parece haberse acabado y los patriarcas rusos han dejado de tener mando en Ucrania. No ha sido una tarea fácil porque la jerarquía ortodoxa ucraniana estaba profundamente penetrada por el Patriarcado ruso, pero, tras la invasión de Putin, se tomaron las medidas oportunas y muchos clérigos y monjes ucranianos afines a Rusia fueron destituidos. Y no pocos de ellos, detenidos por espionaje.

Recortándose en la niebla, las cúpulas doradas de Lavra Pechersk llenan de luz y vida el corazón de los kievitas. Foto FLS

Hace algún tiempo visité Athos y sus fantásticos monasterios ortodoxos. Uno de los que me parecieron más llamativos fue Angio Ponteleimonos, el monasterio ruso, una inmensa mole de azul intenso, rematada por inconfundibles cúpulas encebolladas, como las que coronan la catedral de San Basilio en Moscú. Unas semanas antes lo había visitado el propio Putin, no por azar, según me dijeron, sino porque había muerto el antiguo abad y el candidato con más opciones a ocupar su puesto era un ucraniano. Putin vino de inmediato en persona a recordarles a los monjes que sería muy conveniente para la salud económica del monasterio que el nuevo abad fuera también ruso.

Monasterio ruso de Athos, Angio Ponteleimonos. Foto: FLS

El corazón ortodoxo de Ucrania es conocido como Lavra Pechersk, y es uno de los complejos monásticos más impresionantes del mundo. Data del siglo XI, cuando Antonio, un asceta de origen griego, se instaló en una cueva natural que había en una ladera junto al río Nipro, a las afueras de Kiev. Pronto se le unió Teodosio, un natural de la región, recién convertida al cristianismo por decisión del príncipe Vladimir, que, entendiendo que la Rus necesitaba una religión que acabara con el culto primitivo a los ídolos, mandó emisarios a Roma, a Jerusalén a Bizancio y al mundo musulmán para estudiar las diferentes opciones.

Pero fue en Constantinopla donde los enviados quedaron deslumbrados por la grandeza de la basílica de Santa Sofía y los ritos litúrgicos que en ella se celebraban.  Al regresar, sugirieron a Vladimir optar por la religión ortodoxa griega, cuyos textos sagrados serían después traducido al cirílico por los monjes Cirilo y Metodio, con lo que los eslavos podían leerlos sin necesidad de aprender el latín o el griego clásico. Fue así como la Rus, un inmenso principado poblado por tribus eslavas, germen de la actual Rusia, que se extendía desde los Cárpatos hasta el Báltico, quedó convertida al cristianismo ortodoxo en el último suspiro del siglo X.

Iglesia de Todos los Santos, uno de los numerosos rincones que se encuentran en el gran complejo monástico de Lavra. Foto FLS

El ardor de los nuevos conversos pronto llevó a numerosos eslavos a unirse a la orden Antoniana. Hubo que excavar un laberinto de túneles para albergar a los nuevos monjes que llegaban con diferentes talentos (Nestor, el cronista; Alipio, el pintor; Agapito, el doctor; Nikolai, el príncipe asceta…) y construir capillas subterráneas para el culto.

Todos los templos de Lavra fueron alzándose sobre la ladera que asciende desde el río. Foto FLS

Diez años más tarde, Antonio se retiró a otra cueva en la parte alta de Lavra, a la que le siguieron los monjes mas significados. Muchos de ellos se encerraron ascéticamente en celdas excavadas en los laterales de las galerías, sin otro acceso que un simple agujero por donde entraba el aire. Dos veces por semana, se les dejaba algo de comida y agua. Cuando los alimentos permanecían más de tres días sin tocar, alguien gateaba por el boquete para recuperar el cuerpo del monje.

Hoy, los visitantes pueden recorrer los casi trescientos metros de galerías de las primitivas Cuevas Lejanas, llamadas también de Teodosio, porque su cuerpo fue enterrado allí, y los casi cuatrocientos de las Cuevas Cercanas, o Antonianas, las más recientes y ascéticas, guiados por monjes y alumbrándose con una vela. Es una visita que despierta hondas emociones, ya que allí se hallan aún los cuerpos incorruptos de los primeros monjes: Alipio, Varlaham, Nestor, Agapito…, convertidos en santos. Es evidente que se trata de un lugar sagrado que se recorre en silencio, con unción y respeto.

El príncipe Yaroslav, el Sabio, hijo de Vladimir, concedió tierras a la orden y dinero para levantar templos, con lo que la aventura ascética de Antonio y Teodosio pronto fructificó en un monasterio en toda regla, con iglesias y pabellones, que llegó a sobrepasar los quinientos monjes.

Lavra es una palabra que designa a los grandes complejos monásticos del mundo ortodoxo, aquellos que son faro y luz para los creyentes. Hay muy pocos con esa categoría en la Europa del Este, pero ninguno como el de Kiev. Su grandeza se debe tanto a su antigüedad como al ascetismo secular de sus monjes y a los soberbios templos, museos, campanarios y edificios que se fueron levantando en las 28 hectáreas de terreno amurallado que se extienden desde lo alto de la colina hasta lamer las aguas del río Nipro, la tradicional vía de comunicación por donde llegaron los vikingos a Ucrania y el ámbar del Báltico a Bizancio.

Catedral de la Dormición, uno de los templos principales de Lavra. Foto FLS

Desde su espléndida catedral de la Asunción, construida en el siglo XII, pero restaurada en los siglos XVII y XVIII en un precioso estilo barroco ucraniano, hasta la más moderna, pero no menos admirable, Iglesia del Refectorio, un templo redondo del siglo XIX, con una gran cúpula bizantina que se prolonga en una acogedora y luminosa nave rectangular, usada por los monjes como Refectorio, todo es deslumbrante en el complejo de Lavra: las paredes blancas, los tejados verdes, las cúpulas doradas, la belleza barroca de los altares, que aquí llaman ‘iconostasi’, los frescos y murales que adornan los interiores, la limpieza, el orden y la belleza del paisaje, con el río como fondo en la distancia, todo constituye una imagen ideal de la vida religiosa que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Y lo más importante, es una luz viva en el corazón de todos los creyentes ortodoxos de esta parte del mundo, que lo visitan incesantemente con un respeto y devoción que hoy cuesta encontrar en cualquier otro lugar de Occidente.

Del sentimiento profundo de fe que concita Lavra entre los kievitas da idea la siguiente anécdota histórica. En 1831, el zar Nicolás I decidió fortalecer el flanco sur de su imperio y mandó construir unas formidables fortificaciones en Pechersk, un lugar estratégico que dominaba la ruta fluvial del Nipro. Orgulloso de su obra, se dirigió al Patriarca Metropolitano de Kiev, diciéndole: “Espero que ahora se sienta seguro protegido por nuestros cañones”. A lo que el Patriarca le respondió: “Tengo la impresión de que es nuestro Santuario el que protege sus fortificaciones”.

El gran anhelo de los kievitas es casarse en alguna iglesia de Lavra. Foto FLS

La cúpula de la Iglesia del Refectorio es digna de atención por su tamaño y belleza (ver imagen de portada), así como por el adyacente Refectorio, donde el último Zar, Nicolás II, comió con los monjes poco antes de morir asesinado junto a su familia. Creo que con esto ya queda claro que las relaciones entre Rusia y Ucrania siempre han sido difíciles.

La tumba del azar Nicolás II en el mismo lugar donde le llegó la muerte. Foro FLS

Francisco López-Seivane

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