En efecto, la antigua Ragusa se asienta como una perla entre las dramáticas laderas del Monte Srd (Se pronuncia ‘Serye’, ya se irán acostumbrando a las consonantes), que la protege por el norte, y el azul infinito del mar Adriático, que la envuelve por mediodía y saliente. Defendida por una impresionante e irregular muralla de blanca roca caliza, todas sus casas son de piedra y todos sus tejados parecen hechos de la misma teja roja. De poco sirvieron las murallas, sin embargo, cuando los cañones y los francotiradores serbios atacaron la indefensa ciudad desde las alturas del Monte Srd. Ni siquiera les valió la intercesión de San Blas, el protector de la ciudad, cuya imagen se repite hasta la saciedad por todos los rincones de la vieja ciudadela y cuya vida y milagros todos desconocen. Aún pueden verse aquí y allá los estragos de los bombardeos. Vista desde dentro, Dubrovnik, prisionera de sus miedos históricos, es una ciudad sin horizontes, intrínseca, única e incomparable. Orgullosa, siempre buscó la independencia hasta convertirse en una ciudad estado, a imagen de su admirada Venecia, que reinó sobre la laberíntica y hermosa costa dálmata con una flota de más de cien barcos. A su alrededor, extramuros, ha crecido otra ciudad encastrada en las laderas del Monte Srd, con sus encaladas casas asomadas, unas sobre otras, al magnífico espectáculo, rojo y azul, que ofrecen la ciudad amurallada y el Adriático.
La mejor manera de iniciar la visita a la ciudad es recorrer a pie el sinuoso e irregular perímetro de su muralla. Hay que subir muchas escaleras y pagar una cuantiosa entrada antes de divisar el horizonte de tejados y torres que se va contemplando nítidamente a medida que se recorren sus muros. De hecho, pasear la muralla de Ragusa equivale a visitar la ciudad a vista de pájaro y contemplarla desde infinitos puntos de vista. Lo primero que destaca en este paseo de 360º son las torres que se alzan al cielo desde la catedral, desde el monasterio de los Franciscanos, desde el de los Dominicos… Cada una tiene su forma peculiar y constituye una referencia inconfundible. El acceso está junto a la Puerta Occidental. El paseo, un par de horitas, es una delicia, aunque uno no para de subir y bajar escaleras, trepar a los bastiones que defendían cada esquina y contemplar los poderosos fuertes que protegían las murallas de cualquier ataque desde su privilegiado emplazamiento en lo alto de estratégicos acantilados, como es el caso del Fuerte Lovrijenac, que junto al Fuerte Bocar, situado en la esquina suroccidental del perímetro, hacían prácticamente imposible el acceso por mar a la pequeña ensenada que da acceso a la Puerta Occidental o Entrada de Tierra. Sin olvidar las imponentes vistas del Adriático y del arriscado acantilado que soporta el tramo meridional de la muralla.
Una vez dentro de la ciudadela, todo el mundo se encuentra en el Stradun, una ancha calle que la cruza de Este a Oeste, o mejor, desde la Puerta Occidental hasta la Torre del Reloj y el pequeño puerto de pescadores, defendido por los fuerte de San Juan y Revelin. Es una calle hermosa que divide la ciudad en dos mitades y sirve de eje en el que se ensamblan todas las callejuelas que trepan colina arriba a un lado y al otro. Calzado con centenarios bloques de piedra caliza que brillan lustrosos, como si estuvieran encerados, el paseo es especialmente bello por la noche o bajo la lluvia. De día el Stradun está ocupado por una muchedumbre de ojos rasgados que desembarca de los cruceros: chinos, japoneses, surcoreanos, tailandeses… Es una invasión silenciosa que ocupa la ciudad durante unas horas sin dejar grandes beneficios.
Ahí se acaba la parte plana de la ciudadela. A ambos lados ascienden hacia la montaña o el acantilado numerosas callecitas, tan angostas y empinadas, que no tienen adoquines, sino escaleras. Callejear por la ciudadela es un constante subir y bajar escaleras, vayan prevenidos. Eso sí, cada esquina, cada pasadizo, cada recoveco les regalará una imagen inolvidable, que irán descubriendo en la medida que su curiosidad e instinto les mantenga en el empeño. Todo está en ese pequeño recinto que, con justicia, ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad.
Tras la muralla, lo más relevante son los monasterios de los Franciscanos y Dominicos, situados ¡cómo no! en ambos extremos de la ciudadela, alrededor de sus claustros ajardinados. Entrando por la Puerta de Tierra, lo primero que llama la atención, frente a la iglesia de los Franciscanos, es la Fuente de Onofrio, una extraña construcción redonda, rematada en cúpula, con numerosos grifos alrededor. Era la fuente de la ciudad, que garantizaba el abastecimiento de agua durante los asedios. A partir de ahí, cada edificio, cada esquina, cada plaza, cada iglesia… tienen su historia y merecen atención. Dubrovnik es una gran visita, altamente recomendable, que no decepcionará a nadie. Otra cosa es que, fascinados por la ciudad, no todos los turistas descubran la impresionante región que se extiende a lo largo de la costa dálmata. Otro día se lo cuento en detalle.
Para terminar, déjenme recomendarles algunos lugares de garantía para viajar, comer y dormir. Yo me alojé en el hotel Hilton Imperial Dubrovnik, en Pile, fuera de las murallas, pero junto a la Puerta de Occidente. Es un hotel magnífico, con una situación envidiable, perfectamente accesible a pie y con todos los servicios. Desde luego no es el más barato, pero creo que no hay lugar mejor cerca de la ciudadela.
El número de restaurantes es incalculable. Intramuros, en la calle Prijeko, descubrí un pequeño lugar de corte alternativo, llamado Nishta. Dan comida vegetariana con especialidades mexicanas, indias, kosher, etc. Sencillamente, me encantó. Otros buenos lugares, ya extramuros, aunque junto a la Puerta de Occidente, son el Dubravka, con terraza junto al mar, y el Posat, muy cerca del anterior, y también con una cocina excelente. Viajar a Dubrovnik desde España es comodísimo. Hay vuelos directos desde Madrid (Iberia) y Barcelona (Vueling)
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