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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Opio y anfetaminas, los otros actores del conflicto afgano

Desde tiempos de Alejandro ningún ejército o religión ha combatido realmente estos cultivos, motor de la economía local

Opio y anfetaminas, los otros actores del conflicto afgano
Francisco López-Seivane el

Tras muchos años de ser el mayor exportador de hachís del mundo, durante la guerra con Rusia Afganistán pasó a ser también  el primer productor y abastecedor de opio de los mercados mundiales, tras desbancar a Myammar (antigua Birmania) y Tailandia. Su cosecha se estimaba entonces en cerca de dos mil quinientas toneladas anuales y la invasión estadounidense no acabó, ni mucho menos, con los cultivos. Durante los últimos tiempos las amapolas del opio, que se recolectan en Afganistán entre junio y julio, eran enviadas a laboratorios móviles instalados en las zonas más remotas y tribales de Pakistán, donde la ley no llegaba. La heroína retornaba a través de solitarios pasos de montaña, procesada, empaquetada y lista para iniciar su largo camino hacia Europa, cruzando todo el Asia Central. Ahora también se hacen cantidades ingentes de anfetaminas que siguen la misma ruta hacia los mercados occidentales.

Aunque se suponía que las sucesivas invasiones acabaría con el tráfico de estupefacientes, la verdad es que durante la invasión rusa se produjo más opio que antes en el valle de Helmand y, en menor medida,  en la región de Herat, al este del país, cuya protección sería asignada posteriormente a las tropas españolas. En Afganistán abundan los señores de la guerra, una especie de señores feudales que campan a sus anchas por un territorio controlado sólo en parte por el gobierno afgano y las tropas de la coalición. Al igual que sucede con muchos grupos armados en el mundo, resulta difícil saber si se trata de guerrilleros que usan la droga para financiarse o de traficantes que usan la guerrilla como coartada para enriquecerse con la droga. Lo cierto es que la guerra de Afganistán y la desaparición de la escena política del poder talibán sólo cambió las cosas a peor en lo que se refiere al cultivo y tráfico de estupefacientes.

Los afganos cuidan con mimo sus cultivos de opio

A su llegada a Afganistán en 2001 los estadounidenses gastaron nueve mil millones de dólares en luchar contra los cultivo de opio. Sin embargo, según fuentes de Naciones Unidas, si el cultivo de opio en Afganistán a su llegada era de ocho mil hectáreas anuales, en el 2020 llegó a las doscientas veinticuatro mil hectáreas. El kilo de opio sin procesar, localmente conocido como kanka, no costaba más de 36 euros en el valle de Helmand, pero podía llegar fácilmente a los novecientos en Osh y sobrepasar los ocho mil euros en los mercados de destino.

No es un secreto para nadie en la región que la antigua Ruta del Opio, que llevaba la droga a Europa a través de Irán y Turquía, modificó su itinerario durante la guerra con Rusia. La nueva Ruta del Opio pasó a atravesar Tayikistán, donde miles de soldados rusos se mostraron incapaces de impermeabilizar una frontera por la que la droga circulaba masivamente hacia Osh, centro neurálgico de distribución de la región, a través de la denominada ‘carretera de la muerte’, uno de los sitios más peligrosos del mundo. Desde allí, seguía su camino, a través de Uzbekistán y Kazajstán, hasta Moscú y Europa occidental.

La también llamada ‘autopista del Pamir’ es una escalofriante ruta que atraviesa todo el macizo del mismo nombre desde Khorog, la parte meridional y más inaccesible de Tayikistán, hasta Osh, en Kirguistán. El viaje se hace normalmente en tres días. Esta carretera, abierta sólo algunos meses al año, transcurre por una alta y desierta meseta, atravesando valles y puertos solitarios. A lo largo de todo su recorrido no hay más que un par de aldeas. Los escasos viajeros que se han aventurado a cruzarla y han vivido para contarlo, relatan que es frecuente encontrarse grupos de hombres armados que detienen los vehículos en controles aleatorios y los saquean a su antojo. Son pequeños ejércitos que protegen el paso de la droga.

Aunque la mayor parte del negocio del opio lo controlan los llamados señores de la guerra, el ejército, la policía, los aduaneros e incluso los responsables políticos reciben también su parte por colaborar en el asunto. De hecho, llegó a encontrase opio hasta en los aviones militares rusos que unían la metrópoli con las bases tayikas. El tráfico de heroína desde Afganistán ha constituido tradicionalmente la mayor fuente de ingresos de aquel país, que no dispone, por ahora, de otros recursos alternativos.

En este nuevo escenario, dominado otra vez por los talibán, cabe esperar que el tráfico de opio siga siendo una jugosa fuente de ingresos para su causa. Al fin y al cabo siempre se han entendido con los poderosos señores de la droga. El  tráfico de opio, que ahora se ha ampliado a la efedra, una planta de la que se extrae la efedrina, imprescindible para las anfetaminas, no solamente constituye una poderesa fuente de ingresos para los talibán, sino que también es un arma con la que esperan ir destruyendo lentamente a la juventud occidental.

Los preparados con efedrina ya se utilizaban en tiempos de Zoroastro en Marguiana, una civilización perdida en el desierto del Karakum, en la vecina Turkmenistán. Hace tiempo, cuando andaba yo por aquellas remotas tierras preparando ‘Viaje al Silencio’, tuve oportunidad de conocer al profesor Tsarianidi, quien había descubierto poco antes un antiguo templo enterrado bajo la arena. Me paseó por las excavaciones hasta llegar a las ruinas del templo, asegurándome que antes de iniciar cualquier ceremonia en aquel lugar, los participantes tomaban un mejunje llamado haoma, un elixir compuesto de cannabis, efedra y opio, al que se añadía leche de camella y otros preparados para producir efectos alucinógenos. Según el profesor, dentro del templo vivía un número de los llamados ‘sacerdotes del fuego’ prezoroastrianos y personas dedicadas a producir este brebaje que se almacenaba en grandes cantidades y estaba siempre disponible en las principales celebraciones.

El profesor Tsarianidi ante las ruinas de Marguiana en el desierto turkomano del Karakum

Resulta evidente que el cultivo y uso de drogas no es nuevo en la región. Aunque el misterioso mullah Omar declarara en su  día que el cultivo de opio era anti-islámico, en Afganistán se producen miles de toneladas todos los años desde tiempo inmemorial y su venta no sólo sirve en la actualidad para comprar armas, sino para debilitar al enemigo infiel de occidente. Una jugada perfecta para los talibán.

Francisco López-Seivane es autor de Viaje al silencio (Alianza), un libro imprescindible para conocer la compleja realidad de Asia Central.

 

 

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