En mi anterior crónica les contaba con tristeza desde Uganda cómo han ido desapareciendo, una tras otra, las cataratas del Nilo Blanco, prometiendo darles cuenta detallada de la única que aún queda en pie, por cierto la más singular de todas. La salvó milagrosamente el golpe militar que llevó al poder al infausto Idi Amin en 1971, quien impidió que se llevara a cabo otro proyecto similar al de Jinja para acabar con las famosas Cataratas Kabarega, también conocidas como Murchison, el nombre con el que sus ‘descubridores’, el matrimonio formado por Samuel y Florence Baker, decidieron rebautizarlas en 1864 para halagar al entonces presidente de la Royal Geographic Society, Sir Roderick Murchison. Me sumo a los muchos que piensan que los desvaríos científicos y manejos propagandísticos del señor Murchison no merecen tal honor, así que en adelante me referiré a ellas con su nombre original, Kabarega, el del rey de Bunyoro que más resistencia ofreció a las fuerzas coloniales inglesas. Lo más importante, sin embargo, es que los planes aprobados en su día por Obote quedaron en suspenso con el golpe militar de Idi Amin y hoy la cascada de Kabarega está protegida por las estrictas leyes que regulan el Parque Nacional Murchison, el mayor de Uganda, por cierto, del que forma parte.
He leído cuidadosamente la descripción que hizo Samuel Baker de esta impresionante caída (”El río se encajona súbitamente en una estrecha garganta de apenas cincuenta metros de ancho. Rugiendo furiosamente, sus aguas caen a plomo al abismo desde una altura de cuarenta metros…”) y nada tiene que ver con lo que yo vi, o con lo que vio Churchill en 1907, y que le llevaría a comentar: “Tender un puente aquí no costaría ni diez libras”. Como si sus palabras hubieran sido una premonición, en 1960 se instaló una pasarela de hierro de diez metros que unía ambas orillas sobre el fragor del agua. No se conserva la factura, pero con toda seguridad fue la estructura más barata jamás construida sobre el Nilo, aunque no alcanzara a durar ni dos años. Aún quedan en pie, tras las crecidas de 1962, que la arrasaron, los dos pilares de cemento que sustentaban el puente a ambos lados de la angosta grieta, donde la energía del agua se convierte en trueno y espuma.
Kabarega es un salto atípico, mas bien un tobogán de no más de cinco o seis metros de anchura por donde el agua se precipita, encajonada en una cuna de piedra, con fuerza indescriptible. No hay caída a plomo, como sostenía Baker, y menos, de cincuenta metros de anchura. O bien el río bajaba con más caudal entonces, o bien lo que describe Baker es el Uhuru, otro salto intermitente, distinto y de gran magnitud, al norte de la cascada de Kabarega, por donde el río también desborda en las grandes crecidas, tal como señalara el Supervisor S.B. Weldon en 1907.
Lo que ocurre en Kabarega es sencillamente que el llamado Nilo Blanco o Nilo Victoria, tras un largo descenso de ochenta kilómetros, en los que se suceden rápidos impresionantes, deja abruptamente la meseta para precipitarse al fondo del Rift (La Grieta), donde se convierte en un río distinto, manso y majestuoso, que entrega sus aguas al lago Alberto a través de un delta de papiros. Las orillas de este tramo constituyen un lugar privilegiado para observar de cerca la vida salvaje. Vale la pena recorrerlo despacio en un barquito, muy cerca de la orilla, disfrutando del raro espectáculo de ver hipopótamos bañándose en familia, manadas de búfalos pastando en las praderas entre miríadas de aves blancas, enormes cocodrilos sesteando inmóviles en el agua o en las orillas… Hay lugares donde se concitan millares de pájaros de todos los colores y tamaños, entre un incesante tráfico de idas y venidas, despegues y aterrizajes. Al fondo, aprisionado por la vegetación del parque, reluce como el velo de una novia el largo tobogán blanco de Kabarega, cuya espuma batida flota después sobre las quietas aguas en grumos espesos, como si fuera el esperma de una manada de elefantes. Los más osados pueden descender aquí del barco y escalar por un sendero hasta lo alto de la cornisa para contemplar la cascada desde arriba. También se puede llegar en todoterreno, pero supone una hora de viaje desde el embarcadero.
A nadie puede sorprenderle, al ver la albura de este agua, que fuera llamado Nilo Blanco. Lo que sí causa perplejidad es saber que sólo tiene quince mil años mal contados de antigüedad. Antes, el Nilo Azul era el único caudal que llegaba a Alejandría desde el África Oriental. Fueron los cataclismos asociados a la inestabilidad de la Gran Grieta (el Rift) los que levantaron el terreno invirtiendo el curso de muchos ríos y modificando el drenaje de los grandes lagos. Así fue como el Victoria, que antes drenaba hacia poniente, entregando sus aguas al río Congo, pasó a desaguar por el norte, saltando sobre el tapón de roca que los indígenas llamaban ‘Las Piedras’, para dar lugar al río más largo del mundo.
Si tienen intención de visitar en algún momento las cataratas Kabarega (o Murchison), aquí tienen algunas recomendaciones:
Ethiopian Airlines vuela cuatro veces por semana de Madrid a Entebe, vía Adis Abeba. La conexión es muy rápida y tiene la ventaja de que se puede facturar el equipaje directamente a Entebe. Utiliza aviones de última generación y es sin duda la mejor opción para volar a Uganda desde nuestro país.
Para visitar las cataratas Kabarega o el Parque Nacional Murchison son precisas muuuchas horas en un todoterreno y un conductor experto. Recomendamos los servicios de Great Lakes Safari, una de las mayorista más acreditada en Uganda. También se puede volar desde Entebe en pequeños aviones, pero las tarifas son muy altas.
Para dimes y diretes: seivane@seivane.net
Aunque en la actualidad estoy utilizando una cámara Fujifilm serie X T20, muchas imágenes de este reportaje están tomadas con otra cámara.
Pueden seguir aquí mis ‘Crónicas de un nómada’ en Radio 5 (RNE)
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