He pasado unos días en Aguilar de Campóo. Frío y lluvia, con claros de sol radiante. Un invierno atípico, que nada tiene que ver con las tradicionales nevadas de antaño, que acostumbraban a pintar el paisaje de blanco de diciembre a marzo. Pero estos días de invierno light me han servido igual para apreciar la dureza de la vida monástica en la Edad Media. El motivo de mi viaje era recorrer los cuatro grandes monasterios del románico palentino. Y el primero, como no podía ser de otra forma, fue el de Santa María la Real, situado a las afueras de Aguilar, en un punto estratégico, en que el paso se estrecha entre Peña Longa y el Pisuerga. Lo conocí en ruinas y ahora reluce en todo su esplendor, gracias al tesón e inteligencia del gran Peridis, que logró ponerlo en pie y darle un uso funcional, transformando en aulas las celdas de los monjes.
Permítanme explicar a los legos que el románico, que empezó a extenderse por Europa entre los siglos XI y XII, representa en buena medida el esfuerzo de unificación de un continente dividido y desintegrado desde la caída de Roma. La Orden de San Benito recupera las antiguas técnicas de construcción romanas y empieza a levantar monasterios de piedra a lo largo de las viejas vías imperiales, que siguen siendo las principales rutas entre los distintos principados. Sobre ese maremagnum de débiles reinos de taifas que era la Europa de entonces, empieza a consolidarse un concepto que los une y trasciende a todos: la cristiandad, asentada sobre una red de monasterios e iglesias, cuyo centro espiritual era la abadía de Cluny, brazo ejecutor de los deseos de Roma.
A nuestro país, el románico llegó prontamente por el Camino de Santiago. El llamado Camino Primitivo, que nacía en Oviedo, está salpicado de pequeñas iglesias prerrománicas, avanzadilla de los grandes monasterios que se levantarían más tarde en Castilla, una región recién conquistada, que convenía poblar. En el punto en que se cruzan las vías que llevaban de León a Burgos, y las que unían Castilla y Cantabria, a través de la cordillera, se levanta desde tiempos romanos esta muy noble e histórica villa de Aguilar de Campóo, antaño defendida por un castillo y una muralla.
El pasado remoto de este importante cenobio se pierde entre la bruma de la leyenda. “Lo que podemos decir con certeza, me asegura César del Valle, un destacado miembro de la Fundación Santa María la Real, que ha tenido la amabilidad de hacerme de cicerone estos días, es que estuvo ocupado por monjes premostratenses, que seguían la regla de San Agustín”. Los premostratenses unían al clásico ‘ora et labora’ de San Benito, prácticamente universal hasta entonces, una clara vocación pastoral. No cabe duda de que gozaron de generosos patrones, ya que su magnífico claustro e interesente iglesia románica, en plena transición al gótico, así lo atestiguan.
César me muestra con detenimiento el magnífico claustro, perfectamente restaurado, pero en el que abundan capiteles sin tallar. “Este monasterio fue una cantera de la que todo el mundo se llevaba lo que podía. Hay algunos capiteles en el Museo Arqueológico de Madrid y seguro que muchos otros adornan casas particulares. De haberse conservado todos los capiteles originales, este claustro tendría una calidad semejante al de San Andrés de Arroyo”, me dice. En el centro del claustro hay un pozo, pero no para sacar agua, ya que sobra en el monasterio, atravesado por un arroyo cantarín que viene de la montaña y va al Pisuerga, sino para desaguar la nieve y el agua de lluvia. También me muestra César el impacto que algunos balazos de alto calibre dejaron en los muros durante la Guerra Civil, en que sirvió de cuartel a una bandera de la Falange.
A pesar de su riqueza, de sus inmensas posesiones, sus molinos y cultivos, el monasterio no pudo escapar a la famosa desamortización de Mendizábal y sus ruinas terminaron abandonadas y olvidadas para todos, excepto para el gran José María Pérez, ‘Peridis’, que pasó su infancia jugando entre ellas y decidió hacerse arquitecto, quizá con la idea romántica de recuperarlo en el futuro. A fuerza de darle vueltas al asunto, se le ocurrió un buen día involucrar a los maestros artesanos jubilados de la comarca para que enseñaran el oficio a los numerosos parados que holgaban por las calles. El ‘taller’ no fue otro que las propias ruinas del convento, donde los parados aprendían el oficio de experimentados maestros, al tiempo que progresaban lentamente las obras de reconstrucción. Con esa fórmula de taller-escuela logró activar tres marginaciones: la de los jubilados, la de los parados y la del patrimonio histórico abandonado. Hay que tener mucho talento, mucha dedicación, mucho coraje y un extraordinario sentido social y patrimonial para revertir la deriva de fuerzas con tanta inercia negativa. Aquel proyecto romántico y bienintencionado ha cuajado hoy en una obra que ha rebasado fronteras, impulsada por el buen hacer de la Fundación Santa María la Real, que ha puesto en valor el inmenso tesoro románico que moría lentamente en los campos de España y, muy particularmente, en la Montaña Palentina.
Confío en que a este hombre discreto y visionario la historia le haga justicia. Son tantos sus méritos y virtudes que haría falta un volumen completo para enumerarlos todos. Gracias a su tesón, el monasterio ha recobrado su espléndida sala capitular, el claustro y la iglesia, siendo el resto un instituto de enseñanza media, un centro de estudios del románico y una prestigiosa posada. Todo el conjunto constituye una visita imprescindible para todo el que pase por delante de su orgullosa espadaña.
Elaborados sepulcros encontrados en las obras de restauración del monasterio, pertenecientes a los almirantes de Castilla, Pedro y Nuño Diaz de Castañeda/ Foto: Cesar del ValleY ya aprovecho para recomendar la primera novela de Peridis, Esperando al Rey, Premio Alfonso X, el Sabio, una magnífica y entretenidísima lección de historia, donde los monasterios juegan un papel determinante, en el vaivén de los acontecimientos históricos.
Consejos prácticos
Todo amigo del románico que visite el monasterio pude alojarse allí mismo, en la propia Posada de Santa María, incluida en el complejo monacal e imbuida de paz y silencio.
Otra buena opción es el Hotel Valentín, excelentemente situado en plena villa y con un acogedor restaurante.
En Aguilar es muy afamado el Restaurante Cortés, con excelentes críticas en Tripadvisor.
Imagen de portada: Panorámica del Monasterio de Santa María al atardecer
España