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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

El Báltico, hoy

El Báltico, hoy
Francisco López-Seivane el

He visitado estas septentrionales llanuras boscosas al menos en dos ocasiones anteriores, que yo recuerde. La primera fue apenas independizados los tres países de la difunta Unión Soviética. Llegué a Tallin por tren desde San Petersburgo, tras sortear dos intentos de extorsión por parte de los propios interventores rusos. Aunque ya venía preparado después de mi experiencia en Rusia, el primer impacto fue brutal: todo tan gris, tan triste, tan silencioso, tan precario… las miradas te rehuían y los ahora resplandecientes centros históricos de las distintas capitales transmitían abandono y decadencia. En mi segundo viaje, las cosas estaban ya mejor, pero lejos aún de este aspecto de ebullente prosperidad que se respira hoy.

Centro comercial de última generación en la calle Elizabetes de Riga/ Foto: F. López-Seivane

En pureza, cabe preguntarse ¿qué diantres es el Báltico?. Hay tantos países que rodean ese mar que nadie sabe por qué se han quedado con el sambenito únicamente Estonia, Letonia y Lituania, que componen sólo la costa oriental del mismo. Quizá sea porque, al ser los tres tan pequeños, la denominación genérica de Países Bálticos los agranda un poco, pero es muy equívoca la idea de que constituyen pueblos homogéneos y casi indistinguibles. Para nada.

Dispuesto a dar cuenta de su evolución en estos años y  profundizar en su idiosincrasia, cogí el camino más corto y me embarqué hace un par de semanas en un vuelo temprano de Brussels Airlines que, con una breve y cómoda escala en Bruselas, me dejó a la hora del almuerzo en Vilna, la capital de Lituania.

Una muchedumbre celebra una festividad en la Avenida Gedimino de Vilna/ Foto: F. López-Seivane

Estonia, Letonia y Lituania forman una letanía de nombres exóticos y septentrionales que todos aprendimos a recitar de carrerilla en nuestros años escolares. Se trata, en efecto, de tres pequeños países asentados en las orillas del Báltico, que han conocido en su larga historia la dominación de  alemanes, suecos, polacos y rusos. Pero con la desaparición del imperio soviético, en 1991, recuperaron su independencia, autoestima y peculiares idiosincrasias con la misma velocidad con la que crecen los imponentes hongos de sus bosques (¡qué manjar, señores!). Ahora, se abren al mundo para mostrar sus ciudades renovadas, sus playas, sus bosques y ese carácter tan peculiar, y para nada uniforme, que los ha dado fama de fríos y distantes.

El fantástico palacio de Kadriorg que Pedro el Grande hizo construir en Tallin/ Foto: F. López-Seivane

La gran capital de la región es Riga, una ciudad Hanseática que ya en el siglo XVII, cuando fue conquistada por los suecos, era mayor que Estocolmo. Los letones consideran la “época sueca” como la mejor de su historia y no ocultan sus simpatías por las países escandinavos, de los que recibieron generosa ayuda antes de integrarse en Europa. Riga fue fundada en el año 1201 por cruzados alemanes, que necesitaban una cabeza de puente para imponer el cristianismo en la región. Las tribus paganas letonas que habitaban las riveras del río Daugava resultaban difíciles de cristianizar, ya que, sumisos en principio, en cuanto se retiraban los cruzados, saltaban todos a una al río para “desbautizarse”. Finalmente, con la construcción del castillo de Riga y la presencia permanente y vigilante de los caballeros teutones, el cristianismo cuajó en la región y la ciudad entró a formar parte de la poderosa Liga Hanseática, lo que estimuló extraordinariamente su florecimiento.

Riga vista desde el río Daugava/ Foto: F. López-Seivane

Pero los letones aún conservan en buena medida aquel carácter indefinible que no es ni tan hermético y frío como el de los estonios, ni tan emocional y expresivo como el de los lituanos. Para sus vecinos, los letones poseen la rara habilidad de creer dos cosas contradictorias a la vez. Se dice de ellos que, como nuestros gallegos, cuando llegan a una encrucijada, y tras ponderar cuidadosamente el dilema, deciden invariablemente continuar en ambas direcciones. O sea, que no son ni tristes ni alegres, ni amables ni bordes, ni amigos ni enemigos, sino todo lo contrario. Una cosa hay en ese pueblo que llama poderosamente la atención: son los más ávidos lectores de periódicos del mundo. El noventa y seis por ciento lee un periódico cada día, cuando la media europea apenas llega al sesenta. Ahora, claro, lo hacen mayoritariamente en versión digital.

La era digital se impone en el Báltico/ Foto: F. López-Seivane

Los estonios, por su parte, lo tiene mucho más claro. Se entrenan desde la infancia para que su rostro sea una esfinge de hielo y, como asegura uno de sus más famosos psiquiatras, Anti Liiv, “para no hablar, porque todo lo que digan puede ser utilizado en su contra”. No hay allí mayor virtud que esconder los sentimientos, lo que no resulta difícil de entender si se tiene en cuenta que han vivido los casi cincuenta años de yugo soviético rodeados de confidentes de la KGB, que, al menor desliz, en seguida les organizaba un viaje a Siberia. Diego Almeyda, un chileno que lleva tres años viviendo en Tallin, me confió con amargura que en ese tiempo no había logrado hacer ni un solo amigo.

Los rostros estonios pueden ser bellos, pero serios e inexpresivos/ F. López-Seivane

En Lituania, el más meridional de los países Bálticos, el temperamento es más emocional, terco y explosivo. Los lituanos son los latinos del Báltico: habladores e irritables. Durante la dominación soviética, adquirieron fama de ser la república que más valiente y abiertamente se enfrentó a Moscú.

Aunque los tres países tienen muchas cosas en común, también los separan grandes diferencias. Toda la región es una vasta llanura poblada de bosques, ríos y lagos, donde se asentaron, dos mil años antes de Cristo, distintas tribus que más tarde se agruparían en tres grandes pueblos. A lo largo de su historia, todos sufrieron las mismas invasiones por tierra y mar de las potencias del norte de Europa. Las tres capitales, Tallin, Riga y Vilna, en sus orígenes fortalezas medievales, aún conservan en buen estado su valioso centro histórico, pero el de Tallin es predominantemente medieval, el de Riga, modernista y el de Vilna, barroco hasta decir basta. Otra cosa que tienen en común es un fuerte sentimiento de aversión y rechazo hacia lo ruso e incluso hacia los rusos, que, en el caso de Riga, suman más del cincuenta por ciento de la población y han llevado a la alcaldía a uno de los suyos. Pero hasta ahí.

Sus lenguas, temperamentos y culturas son tan distintos que no se entienden entre si, si no es en ruso, un idioma que todos tratan de erradicar cuanto antes, imponiendo el inglés como lengua obligatoria en todas las escuelas. Los estonios hablan una jerga fino-húngara parecida al finlandés, mientras el letón es una lengua indoeuropea, como el alemán, y los lituanos  se expresan en uno de los idiomas más antiguos del mundo, derivado del sánscrito. Para más inri, estos últimos, mayoritariamente católicos practicantes, abarrotan las iglesias, mientras que gran parte de los estonios y letones son nominalmente protestantes u ortodoxos, aunque, en la práctica, mas bien indiferentes, hasta el punto de que muchas de sus iglesias se han convertido en museos o centros culturales. Además, Lituania, a diferencia de los otros dos países, fue una gran potencia europea, al unirse a Polonia en el siglo XV. Sus dominios se extendían desde el Báltico hasta el mar Negro e incluían gran parte de lo que ahora conocemos como Bielorusia, Ucrania y algunas partes de la propia Rusia. De alguna forma, este pasado imperial se revela aún en algunos rasgos de su carácter.

Iglesia barroca de San Casimiro, en Vilna, frecuentadas por numerosos fieles/ Fotos: F. López-Seivane
Las terrazas de las ciudades bálticas siempre llenas de turistas/ Fotos: F. López-Seivane

Como ven, aquí hay mucha tela que cortar y, con la ayuda de Air Baltic, la fiable compañía aérea regional, me propongo ir visitando la región, país por país y ciudad por ciudad, para darles cumplida cuenta de los hallazgos y singularidades que me salgan al paso. La primera buena noticia es que el euro ya es moneda corriente en los tres países, lo que facilita mucho las cosas y hace muy cómodo moverse por ellos.  No dejen de seguir mis andanzas por el Báltico. Les van a sorprender, seguro.

Las imágenes que ilustran esta crónica han sido tomadas con un cámara Fujifilm X-E2

Imagen de portada: Una joven luce tatuajes, piercing y deformación deliberada del lóbulo auricular en Tallin, símbolo de la libertad que caracteriza a las nuevas generaciones de los países bálticos. Foto: F. López-Seivane

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