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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Fin de verano: de Betancuria a Las Rozuelas

Fin de verano: de Betancuria a Las Rozuelas
Francisco López-Seivane el

En mi crónica anterior sobre Fuerteventura ya me despedía anunciándoles que me ocuparía de Betancuria, la última visita con que cerré el verano en la isla. Ésta fue la primera tierra del archipiélago en brotar del mar y, tras Lanzarote, la más temprana en ser conquistada sin apenas resistencia en los albores del siglo XV (1404), ya que, aunque dividida en dos reinos guanches, Jandía y Maxorata, contaba con escasa población. Curiosamente, la conquistó un aventurero vikingo, al servicio del rey Enrique III de Castilla. Ya sé que Jean de Bethancourt figura en los libros de historia como normando, pero es que los normandos (nor man, hombres del norte) no eran otra cosa que vikingos que se habían establecido tiempo atrás en la costa occidental francesa, tras ganarla en sus correrías.

El bueno de Bethancourt decidió instalarse en un valle alto y rodeado de montañas, donde le pareció que sería más fácil defenderse. Modestamente, bautizó con su propio nombre, Betancuria, a aquel primer asentamiento, que se convertiría enseguida en capital de la isla y que no tardó en tener su iglesia de Santa María e incluso su convento franciscano bajo la advocación de San Buenaventura, quien pronto sería nombrado patrono de la isla. Una bula papal de Martín V dio pie a la creación, en 1424, de la Diócesis de Fuerteventura, cuya jurisdicción comprendía todas las islas Canarias, excepto Lanzarote, que ya contaba con el Obispado del Rubicón. Un siglo más tarde, Fuerteventura, la mayor de las Canarias, tras Tenerife, apenas sumaba 2.000 habitantes y eso ya da idea de la importancia de aquella conquista.

Entrada principal de la Iglesia de Santa María de Betancuria/ Foto: F. López-Seivane
Ruinas del convento de San Buenaventura/ Foto: F. López-Seivane

Hasta aquí la historia. Lo que yo ví en mi visita fue un pequeño conjunto histórico primorosamente conservado, donde resulta muy fácil trasladarse en el tiempo a aquellos primeros años de la conquista. La original Iglesia de Santa María, de estilo gótico francés, fue quemada en una incursión berberisca en 1593. En la actual, reconstruida en 1691 y de apariencia muy sencilla, pueden apreciarse, sin embargo, algunos elementos góticos, mudéjares, renacentistas y barrocos. En su interior hay valiosos cuadros y retablos, destacando la policromía de las imágenes, incluidas las que representan a los apóstoles en los casetones del púlpito.

Torre de la Iglesia de Santa María de Betancuria/ Foto: F. López-Seivane
Patio del Ayuntamiento de Betancuria en la antigua casa de los Manrique de Lara/ Foto: F. López-Seivane

Muy cerca está el pequeño Ayuntamiento, ocupando la antigua casa de los Manrique de Lara, Señores de la isla y descendientes de una de las familias de más abolengo de Castilla, que ya en el siglo XII proclamaba en su escudo de armas: “Nos no venimos de reyes, sino reyes vienen de nos”. Completa el conjunto una estupenda casona canaria, reconvertida en restaurante por un avispado alemán, que no ha parado de hacerse con las propiedades aledañas hasta crear, entre umbrosos jardines, un pequeño complejo turístico, que incluye una diminuta sala donde los cándidos turistas son invitados a pagar seis euros por el privilegio de admirar sus fotos y vídeos de la isla. Afortunadamente, no es obligatorio.

Rincón florido de Betancuria/ Foto: F. López-Seivane

Aparte de las ruinas del convento de San Buenaventura, abrigadas en una pequeña hondonada, poco más hay que ver en Betancuria que, sin embargo, tiene numerosas ermitas repartidas por los pueblos de la zona, entre los que destaca Vega de Río Palmas, donde arranca la que muchos consideran la ruta de senderismo más bonita de la isla, descendiendo, a través del valle del Buen Paso, hasta el atractivo pueblo pesquero de Ajuy, uno de los mejor conservados y menos explotados turísticamente de la isla, y pasando por algunos de los lugares que Ridley Scott eligió para el rodaje de Éxodus.

Playa de arenas negras de Ajuy

Ahíto de historia y de papas arrugadas con mojo picón, y ya de regreso en Madrid, di en tomarme un pequeño descanso postvacaional. Después de la desnuda belleza mineral de Fuerteventura, barrida a diario por los sempiternos alisios, sólo ansiaba la energía verde y umbrosa de los bosques, así que fui a la sierra madrileña a disfrutar del silencio en uno de esos escondidos santuarios que a uno siempre le cuesta revelar, temiendo que la popularidad y el éxito acaben con sus mejores virtudes. Pero uno se debe a sus lectores y ahí va: se trata de Las Rozuelas, una espléndida finca boscosa de 26.000 metros cuadrados, que cuenta con alojamiento para algunos huéspedes, los pocos afortunados que quepan en sus ocho habitaciones. Aunque escondida en un robledal centenario, la casa cuenta con unas instalaciones de altísima calidad, lo que no contradice la sencillez básica del conjunto. Allí nada es superfluo, pero lo básico tiene una clase y un nivel que pocos establecimientos de cinco estrellas ofrecen. Es un refugio perfecto para huir del ruido y de la prisa y reconciliarse con la naturaleza. Además, se puede beber tranquilamente el agua del grifo, ya que procede del Arroyo de la Venta, uno de los manaderos del río Guadarrama, que nace dentro de la finca.

Casa Rural Las Rozuelas, en su magnífico entorno/ Foto: F. López-Seivane
Detalle del comedor de Las Rozuelas/ Foto: F. López-Seivane

Como colofón, disfruté de una comida de lujo en el Asador de Paco, en Los Molinos, uno de los lugares favoritos de mi admirado y llorado amigo Paquito Fernández Ochoa, que en la gloria esté. Bego y Paco aman su cocina y ponen el alma en platos creativos basados en productos de la mayor calidad. Baste decir que traen las verduras directamente desde Tudela. Un placer disfrutar de su estupenda terraza y de su amable conversación tras los postres.

Regresé a Madrid relajado, cargado de energía y dispuesto a viajar a los países del Báltico, de los que tendrán noticia en próximas crónicas. Gracias por su fidelidad a este blog.

Las imágenes que acompañan esta crónica han sido tomadas con una cámara Fujifilm X-E2

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