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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Vacaciones Inteligentes en Essaouira

Vacaciones Inteligentes en Essaouira
Francisco López-Seivane el

La ventaja de dormir en un riad en la medina de Essaouira es que no hay manera de perderse el desayuno. A las cinco en punto de la mañana, a esa hora en la que resulta casi imposible distinguir un hilo blanco de otro negro, ya resuena el canto del muecín llamando a la oración. Es un canto profundo y sentido, que invita a arrebujarse entre las sábanas. No por mucho tiempo. A las seis, el poderoso kikirikí de un gallo hace saber al mundo que se encuentra despierto y dispuesto. Si alguien se resiste aún a su altiva llamada, pronto le llegarán los arrullos y graznidos de las gaviotas para sacarle de su estupor. O sea que, llegado ese punto, lo mejor es vestirse y bajar a desayunar.

Una gaviota levanta el vuelo en la terraza de un riad en la medina de Essaouira/ Foto: F. López-Seivane

Situada la borde del mar, la medina de Essaouira, perfectamente conservada y amurallada, es Patrimonio de la Humanidad y se abre a un puertecito que antaño fue de comerciantes y hoy lo es de pescadores. De ahí que las gaviotas se hayan enseñoreado de los cielos, de los minaretes, de las almenas, de las terrazas de los riads y de toda estructura que les permita controlar el trasiego del pescado. A veces, sus arrullos recuerdan a los de las palomas, pero en otras ocasiones su graznido ominoso encoge el ánimo como un mal presagio. Son amistosas y próximas. No temen la presencia del hombre, su aliado. Los pescadores les arrojan los desechos de las capturas y ellas se precipitan a engullirlos con un aleteo feroz. Después, se posan triunfantes y satisfechas en los resaltes de las alturas o planean como cometas por encima del mar. Forman parte del paisaje y llenan de vida esa postal de otro tiempo que es la medina de la antigua Mogador.

Un pescador limpia un pez ante la mirada atenta de las gaviotas/ Foto: F. Lopez-Seivane
Una gaviota descansa pacíficamente en las almenas del fuerte, tras haber desayunado opíparamente/ Foto: F. López-Seivane

Un paseo detenido por el recinto amurallado es un paseo por la historia. Mas allá del mercado de especias y pescado, de las innumerables tiendas y bazares, sus laberínticos callejones, horadados de pasadizos que los comunican entre si, ocultan vestigios de los pueblos y culturas que por allí pasaron. Una pared que fue blanca, al fondo de una estrecha calleja, apenas permite distinguir la humilde iglesia católica que levantaron los portugueses. En otra arcada, ésta señorial y pétrea, aparecen unas inscripciones del Corán entre dos estrellas de David. No cabe duda de que en Mogador, como en Toledo, vivieron cristianos, judíos y musulmanes bajo el mismo cielo surcado de gaviotas.

Los coloridos bazares abundan en todas las esquinas/ Foto: F. López-Seivane

Uno de los múltiples pasajes que hacen de la medina un lugar intrincado y enigmático/Foto: F. López-Seivane

La modesta iglesia portuguesa, al fondo de un callejón sin salida/ Foto: F. López-Seivane
Esta arcada está adornada con sendas estrellas de David y una inscripción islámica en el centro/ Foto: F. López-Seivane

Y luego está el puerto, hoy un destartalado atraque para barcas de pescadores, pero en la antigüedad llegó a ser conocido como el puerto de Tombuctú, a donde llegaba la sal en camellos, en agotadores viajes a través del Sahara. Era una época en la que un kilo de sal tenía el mismo valor que un kilo de oro. Antes lo habían usado los fenicios, los romanos y los portugueses. Su importancia era tal que estaba defendido por un impresionante fuerte, aún en pie y con sus cañones apuntando a la embocadura. Durante siglos fue el gran puerto atlántico de África occidental y ahora es un lugar turístico en el que comprar pescado recién capturado. Allí mismo, junto a la pared del fuerte, hay una serie de puestecitos que lo limpian y lo asan a la parrilla por unos pocos dinares.

Unos pescadores repasan sus redes en el puertecita pesquero, junto al fuerte/ Foto: F. López-Seivane
Un grupo de turistas degustar el pescado que acaban de comprar a los pescadores/ F. López-Seivane

Pero si la medina es una joya que encanta a los visitantes por su colorido, su silencio, su limpieza y su historia, también lo es la inmensa y despejada playa que se extiende en arco desde el puerto. A mi me cautivó esa otra Essaouira moderna y despejada que crece a lo largo del Paseo Marítimo. El contraste entre la historia aprisionada en las murallas y la libertad cosmopolita que se respira en la playa frente al inmenso océano, dos mundos que no se mezclan, pero se complementan, es lo que hace de Essaouira el lugar único que acabo de descubrir. Tan grande ha sido el impacto que me ha causado esta ciudad extraordinaria, que no he dudado ni un momento en convertirla en el escenario de mis próximas Vacaciones Inteligentes. Si alguien se anima a acompañarme el próximo verano, sólo tiene que ver los detalles en la web.

Vista de la magnífica playa de Essaouira, con la medina y el puerto al fondo

Anticipo para los impacientes que se trata de un programa de gran altura, que incluye meditaciones en silencio, estiramientos en la playa, clases de yoga, charlas y debates sobre todo lo humano y lo divino, si es que lo humano y lo divino son cosas distintas, que lo dudo. Hay muy buen ambiente, excelente comunicación y tiempo de sobra para disfrutar de la playa y la ciudad. El alojamiento será en el Hotel Atlas Essaouira, un establecimiento moderno con todo el confort que cabe esperar de sus cinco estrellas. Yo ya lo he convertido en mi lobera favorita, donde Asmae, la directora comercial, se ocupa con admirable eficacia y profesionalidad de que no me falte de nada y resuelve todos mis problemas en un pispás, como en los viejos tiempos.

Habitación con vistas a la playa en el hotel Atlas Essaouira

El viaje puede hacerse en coche, atravesando el estrecho por Algeciras, y recorriendo Fez y Marrakesh, antes de llegar a Essaouira, esa enrevesada palabra que usa las cinco vocales, cuatro de ellas juntas, y una repetida, la ‘a’. Otra opción es viajar por avión a Marrakesh. En el momento de escribir esta crónica, Ryanair ofrecía billetes por menos de 100 euros ida y vuelta. Ya se sabe que el precio va aumentado a medida que se venden más plazas, así que conviene adquirirlo cuanto antes. Desde allí, hay ciento ochenta kilómetros a Essaouira, pero un taxi no cobra más de 50 € (mucho menos si es compartido), así que todo resulta cómodo y apañado.

Echen una ojeada a la web de Vacaciones Inteligentes y, si les interesa, háganmelo saber.

Las imágenes de este reportaje han sido tomadas con una cámara Fujifilm X T10

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