La mayoría de las personas no tenemos dificultad alguna para reconocer a nuestros amigos y familiares. Alrededor de los cinco o seis meses de vida, un bebé ya puede discriminar entre los rostros habituales y los desconocidos. Sin embargo, hay personas que no pueden decir «tu cara me suena». En los casos más extremos, ni siquiera logran reconocerse a sí mismos cuando se miran en un espejo.
Una lesión en una zona específica en la corteza cerebral les incapacita para distinguir los rostros familiares de los desconocidos. Curiosamente muchos de ellos sí pueden reconocer las emociones reflejadas en el rostro pero han de recurrir al tono de voz, el peinado, la forma de vestir o de caminar para distinguir a unas personas de otras.
En realidad quienes sufren este trastorno no tienen ningún problema en los ojos y pueden ver cada parte de la cara de forma individual: cejas, ojos, nariz, boca, barbilla, mejillas, aunque fallan a la hora de integrarlas en una imagen con sentido, como si se tratara de encajar las piezas de un puzle.
Ceguera para las caras
Este raro trastorno se denomina prosopagnosia (del griego prosopon, rostro, y agnosia, dificultad para reconocer) y es un tipo de «ceguera» específica para las caras. Fue descrito por primera vez en 1860, pero no recibió este nombre hasta 1947, cuando el psicólogo Joachim Bodamer describió el caso de un combatiente de la Segunda Guerra Mundial, de 24 años, que tras recibir un disparo en la cabeza había perdido la habilidad para reconocer a sus familiares y amigos e incluso su propia imagen en el espejo.
Así describe la experiencia una mujer que sufrió un accidente cerebrovascular que no afectó a su visión, al habla o a la movilidad. Sin embargo, la incapacitó para reconocer los rostros: “Sé que es una cara porque puedo ver los ojos, que están en la parte superior del cuerpo. Puedo distinguir el cuerpo bastante bien. A veces puedo reconocer a la gente por su forma de moverse o de andar aunque estén lejos. Resulta gracioso, ¿verdad? No puedo ver claramente la cara de la gente pero puedo reconocerlos por cómo andan. Cuando mi marido y mi hijo fueron al hospital no supe quién era cada uno hasta que hablaron. Ahora me estoy ejercitando para reconocer a mi marido. Puedo ver sus gafas y su calva, pero tengo que seguir practicando. Uno de mis vecinos, que también es calvo y usa gafas, vino a visitarnos con su esposa. Yo le confundí con mi marido y le llamé cariño. Fue un poco embarazoso”.
Rostros orientales
Este extraño trastorno se debe a una lesión en un área de la corteza inferotemporal, situada a ambos lados del cerebro y que se extiende aproximadamente desde la nuca hasta las orejas. En esta franja hay una zona concreta, llamada área facial fusiforme, a la que se atribuye la capacidad de reconocer las caras.
Esta zona del cerebro es también la responsable de que tengamos mayor dificultad para reconocer los rostros orientales, por ejemplo, con los que estamos menos familiarizados. Aunque la preinstalación o cableado está incorporado “de serie” en nuestro cerebro, como lo demuestra el hecho de que los bebés recién nacidos tengan predilección por las figuras que semejan rostros, la habilidad para distinguir unas caras de otras aumenta con la experiencia.
Una prueba de que en el cerebro hay una región específica para reconocer las caras la aportan pacientes con agnosia visual –o ceguera- para los objetos pero no para los rostros. El pintor italiano Giuseppe Arcimboldo (Milán 1527-1593) se ha hecho famoso por sus representaciones del rostro humano a partir de flores, frutas, plantas, animales u objetos. Y las personas con agnosia visual únicamente aciertan a distinguir las peculiares caras del cuadro pero no las flores y frutas que las componen.
La máquina de la verdad
Antonio Damasio, un neurólogo portugués que recibió el premio Príncipe de Asturias de investigación en 2005, mostró a pacientes con prosopagnosia una serie de rostros. Algunos eran de familiares y otras de extraños, pero no lograron identificar ninguno.
Después únicamente les mostraron rostros conocidos y les conectaron a un «polígrafo», la famosa máquina de la verdad de los programas de la tele. Este aparato no sirve siempre para delatar a los mentirosos pero sí puede detectar emociones midiendo la conductancia, o capacidad para conducir electricidad, de la piel, que aumenta cuando experimentamos alguna emoción. Y eso fue exactamente lo que ocurrió en los pacientes incapaces de reconocer las caras: su piel delató una emoción al contemplar los rostros familiares.
Este ingenioso y sencillo experimento sirvió a Damasio para deducir que las personas con prosopagnosia en realidad sí reconocen las caras familiares gracias a otras regiones cerebrales no dañadas, como demuestra el polígrafo, pero no son conscientes de ello.
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