“La curiosidad es un impulso humano que oscila entre lo grosero y lo sublime. Lleva a escuchar detrás de las puertas o a descubrir América”, sostenía el novelista portugués José María Eça de Queirós. Una definición de la curiosidad bastante buena, con un matiz: no es un impulso exclusivamente humano. Es más bien un rasgo que se ha perfeccionado a lo largo de la escala evolutiva pero que compartimos incluso con los gusanos. Un rasgo que hizo que Rousseau sintiera “curiosidad” por explorar el lado más oscuro de la naturaleza humana planteando su famosa hipótesis del mandarín, que el propio Eça de Queirós convirtió en novela (El mandarín), como después lo haría Alejandro Casona en “La barca sin pescador”.
Si desconoce dicha hipótesis o dilema, es probable que su cerebro se haya puesto ya en modo curiosidad, y esté explorando internet en busca de respuestas. Para satisfacer la curiosidad, solo tiene que pinchar en el enlace, por cierto. Pero es mejor que no se distraiga, un efecto secundario no deseado del exceso de curiosidad.
¿Y a qué viene tanta curiosidad? Al parecer los científicos no se ponen de acuerdo en su definición curiosidad, pese a que “es un componente tan básico que casi no nos damos cuenta de la importancia que tiene en nuestras vidas”, resalta la revista Neuron en una revisión sobre el tema.
Y si no, piense en el tiempo que dedica a buscar y consumir información, ya sea escuchando las noticias, navegando por internet, leyendo libros o revistas, viendo la tele, da igual películas que deportes… Nuestra insaciable demanda de información guía nuestras vidas. Y mucho más en esta sociedad de la información.
Y cuando esa curiosidad innata que nos lleva a querer saber se altera, es síntoma de alguna patología: si disminuye, puede estar delatando una depresión o simplemente el paso de los años, ya que como muy bien apuntaban Azorín y Saramago, declina en la vejez. Por el contrario, si aumenta lleva a distraerse en exceso, como ocurre en el déficit de atención (TDAH). De ahí que tenga esa doble faceta que destacaba Eça de Queirós, que puede hacerla peligrosa, como gráficamente expresa el refrán: “La curiosidad mató al gato”.
A pesar de su importancia, se desconocen los mecanismos neurobiológicos de la curiosidad, que ya despertó el interés de los científicos desde el siglo XIX, con los trabajos de Pavlov, que estudiaba reflejos como el de orientación, que nos hace volver la cabeza ante un ruido, o de Harlow, famoso por su experimento de la madre de alambre en monos. Harlow sostenía que la curiosidad impulsa a los organismos a participar en la resolución de enigmas, un comportamiento que no implica ninguna recompensa tangible.
Una pregunta que sigue abierta es si la curiosidad siempre conlleva beneficios, ya sea de inmediato o en el futuro. Se acepta que la función de la curiosidad es facilitar el aprendizaje, con lo que el éxito aumenta en función del grado de curiosidad de uno. Lo resumía muy bien Einstein: “No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso”.
La curiosidad nos lleva a buscar información, que permite hacer mejores elecciones, pero también puede llevarnos a perseguir estímulos que no son necesariamente útiles (mató al gato). Y es que aunque el aumento de la curiosidad reduce la incertidumbre y permite una mejor toma de decisiones, el cerebro está cableado para recompensarnos por aprender nueva información, lo que nos puede poner a diferentes riesgos.
“Todo en la vida implica ventajas y desventajas”, señalan los investigadores. “Si pasamos mucho tiempo viendo un programa de televisión porque tenemos curiosidad por ver el final, dedicaremos menos tiempo al trabajo. Así que definitivamente debe haber un equilibrio, y demasiada curiosidad puede ser perjudicial”.
De ahí que gran parte de nuestra educación se centre en convertir la curiosidad innata de los niños, que los lleva a explorar su entorno sin atender a los peligros, en una curiosidad madura más refinada que nos lleve a alcanzar el éxito en nuestro trabajo.
Y mientras los científicos se afanan por descifrar las redes que tejen la curiosidad en nuestro cerebro, no está de más echar una ojeada a lo que algunas mentes que han sabido domesticar su curiosidad piensan al respecto.
- La vejez es la pérdida de la curiosidad
- La vejez empieza cuando se pierde la curiosidad
- Creo que si, en el nacimiento de un niño, una madre pudiera pedirle al hada madrina dotarlo con el mejor regalo, éste sería la curiosidad
- Cuando eres curioso encuentras un montón de cosas interesantes que hacer
- La curiosidad es insubordinación en su más pura forma
- Una de las principales enfermedades del hombre es su inquieta curiosidad por conocer lo que no puede llegar a saber
- Prefiero que mi mente se abra movida por la curiosidad a que se cierre movida por la convicción
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- Gerry Spence
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- Gerry Spence