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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

Comemos con el cerebro

Pilar Quijada el

Más de dos kilos en ganancia de peso puede ser la factura que nos pasen estas “entrañables” fiestas navideñas. A la vista de una mesa llena de comidas ricas en azúcares y grasas, nuestro cerebro no puede resistir la tentación. Después del primer bocado, es más difícil rechazar el siguiente. La razón está en que estas dulces y energéticas tentaciones pueden crear adicción ya que activan los sistemas de recompensa del cerebro, igual que las drogas.

Comemos más de lo que necesitamos porque paladear determinados alimentos nos produce placer. Y todo lo relacionado con el placer en nuestro cerebro puede llegar a ser adictivo. Algunos expertos aseguran que las comidas ricas en grasas y azúcares también lo son. Incluso hacen responsable a ese impulso difícil de controlar de la epidemia de sobrepeso y obesidad. El tema, aunque puede parecer banal, ha merecido la atención de la Sociedad de Neurociencias Británica,  que ha pensado que la Navidad es un buen momento para ocuparse de los procesos neurobiológicos que están detrás del apetito, la ganancia de peso y la obesidad.

Y es que, aseguran en su boletín, como media, al final de las fiestas habremos añadido 2,6 kilos a nuestro peso. Y eso en unos pocos días. Platos ricos en grasas, turrones, alcohol -que también suma calorías, y vacías-, hacen que al final de una de las frecuentes comidas o cenas, ya sean familiares o con compañeros de trabajo, nos levantemos de la mesa con la nada despreciable cantidad de 3.000 calorías más. Más de lo que nuestra sedentaria vida requiere para todo el día. ¿Por qué comemos más de lo que necesitamos? La clave está, como casi siempre, en el cerebro.

En realidad paladeamos con el cerebro, sostiene el neurólogo Javier Cudeiro, catedrático de Fisiología Humana en la Universidad de A Coruña, que ha escrito un libro con ese título. Y ante una mesa bien repleta de variados alimentos, nuestro órgano rector se comporta de un modo bastante “glotón”. Las señales de saciedad se emiten en la corteza orbitofrontal. Ante una gran cantidad de alimento las neuronas de esta zona del cerebro lanzan un mensaje para detener la ingesta, pero si “las tentamos” con otro bocado diferente, no se resistirán a probarlo y es más que probable que le hagamos un hueco, como ocurre casi siempre con el postre, asegura Cudeiro.  

Reforzadores naturales

No es necesario citar la archiconocida frase del popular Karlos Arguiñano respecto al sexo y la comida. Y es que ambos placeres comparten la misma “ruta” en el cerebro.  Las comidas apetitosas activan los circuitos de recompensa cerebrales, los mismos que las drogas o el sexo. En realidad, el sistema nervioso central almacena y utiliza la información sobre reforzadores naturales (como la comida o el sexo) y las drogas, en vías neuroanatómicas y bioquímicas similares.

Por un lado, el sistema dopaminérgico mesolímbico, contribuye a los efectos de recompensa de varias drogas adictivas y de los alimentos. Además, los sistemas opioides endógenos interactúan con las terminaciones del sistema dopaminérgico y se desinhibe la liberación de dopamina, un neurotransmisor esencial en los procesos de recompensa. El “puente” entre ambos sistemas es el núcleo accumbens., Los opiáceos parecen estar implicados en aumentar la ingesta de alimentos con alto contenido de grasa y azúcar, es decir, los más apetecibles y sabrosos.

La dieta del día después.

Y para los que piensen que con una férrea dieta lo van a arreglar, se equivocan. De nuevo la respuesta la tienen nuestras neuronas. La restricción de comida también potencia los efectos de recompensa que producen los alimentos. Si a esto unimos el “mono” que provoca la restricción de azúcares, la probabilidad de que la dieta que siempre apuntamos en los propósitos del nuevo año fracase es bastante alta.

Las imágenes del cerebro obtenidas con resonancia magnética funcional parecen apoyar esta idea. Cuando restringimos la ingesta de alimentos ricos en grasas y azúcares el cerebro se comporta de igual forma que cuando se restringen otras drogas. La interrución de la ingesta de alimentos azucarados y grasos podría provocar cambios químicos en el cerebro, similares a un periodo de abstinencia, y generar ansiedad o depresión, según un estudio, realizado en ratones, y publicado en ‘International Journal of Obesity’

Según los expertos, el azúcar no sería responsable del aumento de peso, pero sí de la adicción y la necesidad compulsiva de seguirlo tomando. Por su parte, las grasas que suelen acompañar a la comida más apetecible, serían las que nos hacen ganar esos 2,6 kilos de media en tan pocos días.

Lo que no nos explican estos estudios es cómo resistir a las tentaciones de la comida navideña. Siempre podemos recurrir al ejercicio, que al parecer protege frente a otras adicciones, incluida la de la comida. Al menos así funciona para los ratones. Claro que viendo cómo nos comportamos con la comida, igual no somos tan diferentes, al menos en esto.

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