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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Una gran mentira (1)

Emilio de Miguel Calabia el

A veces la realidad es tan dura que hay que edulcorarla con alguna mentirijilla/ mentira/ mentira gorda. Unas veces se trata de hacer lo posible por no verla y otras de vender a los demás y a sí mismo un futuro rosado en el que realmente no creemos. Algunas de esas mentiras: “Podemos seguir siendo amigos”; “Se casaron y fueron felices y comieron perdices”; “Cuenta conmigo para lo que necesites”; “Vamos a regresar a la normalidad anterior a la pandemia”.

En su libro “Vital Lies, Simple Truths: The Psychology of Self-Deception”, Daniel Goleman cuenta cómo nos resulta más sencillo autoengañarnos que asumir que tenemos que cambiar. Un ejemplo: el marido sale cada viernes de la noche solo y regresa borracho de madrugada. Si la esposa sospecha que es un síntoma de que su marido tiene problemas con la bebida y de que igual le está poniendo los cuernos, tendrá que hacer algo al respecto, algo que puede ir desde buscar ayuda profesional hasta pedir el divorcio. En cambio, si no ve las banderas rojas y se dice que todo lo que sucede es que a su marido le gusta jugar a ser bohemio una noche a la semana, no necesita cambiar nada en su vida. El 90% de las veces la esposa optará por lo segundo. Y no la podemos culpar, porque en la vida diaria todos tendemos a hacer lo mismo.

La pandemia nos ha proporcionado una nueva ocasión para practicar el autoengaño, como si no fuese una actividad para la que no estuviéramos ya suficientemente entrenados. La gran mentira de esta pandemia es que volveremos a la normalidad pre-pandemia. Otra cuestión aparte es si merece la pena recuperar la normalidad pre-pandemia. Yo tengo mis dudas y para justificarlas voy a contar lo que nos pasó en la última crisis que vivimos, la crisis financiera de 2008.

En el origen de la crisis, estuvo lo que el entonces Presidente de la Reserva Federal norteamericana, Alan Greenspan, llamó “exuberancia irracional”, algo que él conocía muy bien, porque había contribuido a crearla. La inflación era bajísima y el dinero estaba muy barato, llevábamos muchos años de crecimiento, que ni tan siquiera el tropezón del estallido de la burbuja puntocom en 2001-2002 pudo ensombrecer, ganar dinero en la Bolsa o con activos financieros parecía lo más sencillo del mundo. Incluso los que nunca habían sido pudientes se sentían ricos: sus casas se habían revalorizado enormemente y conseguir créditos para satisfacer cualquier capricho era lo más sencillo del mundo. Los bancos te perseguían para ofrecerte créditos baratos para cosas tan vitales como que te pudieras ir de vacaciones a las Seychelles. Incluso nos habíamos inventado un marco conceptual para justificarlo todo: los mercados eran capaces de autorregularse y eran tanto más eficientes, cuanto más desregulados estuvieran. Hasta había expertos que anunciaban con orgullo que habíamos aprendido a evitar las crisis que recurrentemente aquejaban al capitalismo.

A toro pasado todos somos muy listos y todos vemos las banderas rojas. Lo cierto es que en 2006, salvo Roubini y unos pocos más, nadie las veía. Los motivos no son difíciles de adivinar: había gente haciendo tanto dinero, que no había estómago para las malas noticias; se había implantado una mentalidad de rebaño. Leí el testimonio de un directivo de Citibank que no veía clara la cuestión de las hipotecas subprime. No obstante, los accionistas le presionaban para que hiciera como todo los demás, se metiera en el mercado y les hiciera ganar dinero a espuertas. Lo que le ocurrió a ese directivo le pasó a mucha otra gente, desde pequeños inversores a los que sus bancos les aconsejaban que suscribieran productos basados en el mercado inmobiliario norteamericano, hasta gestores de hedge funds millonarios.

Cuando la burbuja hizo lo que hacen todas las burbujas,- estallar,- la reacción inmediata fue que había que salvar al sector financiero que la había generado. La decisión fue profundamente injusta, pero el neoliberalismo estaba tan incorporado como marco conceptual que nadie criticó una frase escandalosa que el presidente Bush pronunció en diciembre de 2008: “He abandonado los principios del libre mercado para salvar el sistema del libre mercado.” En buena lógica neoliberal, los mercados se autorregulan y lo mejor es que el Estado no interfiera. Si el Estado interfiere para impedir que los financieros que se han pillado los dedos, caigan, hay algo que no va. Asimismo si para salvar un sistema de la crisis que ha generado, tienes que abandonarlo temporalmente, tal vez ese sistema era la causa del problema y no merecía la pena salvarlo.

Las medidas adoptadas se pueden resumir en: 1) Rescatar a los bancos con el dinero del contribuyente; 2) Introducir regulaciones bancarias que impidieran que los bancos volvieran a prácticas tan arriesgadas como las que habían conducido a la crisis; 3) Ante la congelación de los créditos porque nadie se fiaba de nadie, barra libre de liquidez, facilitada por unos tipos de interés próximos a cero o incluso en terreno negativo; 4) Medidas de austeridad, sobre todo en Europa, para reducir la deuda pública. Estas medidas posibilitaron dos injusticias flagrantes: 1) Los que habían provocado la crisis salieron indemnes e incluso fueron rescatados con el dinero de quienes no habían sido causantes de la crisis; 2) Se recortó el gasto social, porque la prioridad era salvar el sistema financiero.

Las medidas dieron resultado. El sistema bancario aguantó el tirón. Para 2010, retornó el crecimiento; la tasa global ese año fue del 4,31%. Entre 2009 y 2019 la tasa de desempleo global disminuyó hasta situarse en el 5,37% ese último año. La situación varió mucho de país en país, pero en general para 2014 el discurso oficial era que habíamos superado la crisis y las cosas habían retornado a la normalidad. Solo que no habían retornado a la normalidad.

 

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