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Un siglo distópico (y 3)

Emilio de Miguel Calabia el

A diferencia de Evgueni Zamiatin, Sigismund Krzhizhanovsky vivió toda su edad madura bajo el estalinismo y no tuvo la oportunidad de exiliarse. Tal vez lo que salvase su vida durante las purgas de los 30 es que su literatura era demasiado surrealista y fantasiosa y atrajo la suficiente atención del establishment literario como para que no se publicase, pero no tanta como para purgar al autor.

Krzhizhanosvky da una vuelta de tuerca más a las distopías en “El club de los asesinos de letras”. Krzhizhanosvy imagina una máquina que puede controlar los músculos con independencia del sistema nervioso del individuo. La máquina, con la ayuda de bacterias específicamente desarrolladas que se alimentan de los impulsos eléctricos del cerebro, puede asumir el control de los movimientos del individuo y asegurarse que ése se mueva sólo para el mayor bien de la sociedad.

El experimento comienza con los locos y los que exhiben comportamientos antisociales. En lugar de que sean una carga para la sociedad, al requerir instituciones y personal que se ocupen de ellos, tomando el control de sus músculos, se pueden convertir en trabajadores productivos para la sociedad. El resultado es espectacular: “… vestidos como cualquier persona, marchaban con un espasmódico aunque acompasado andar, dando exactamente dos pasos por segundo; los codos pegados al cuerpo, la cabeza colocada entre los hombros, mientras que sus pupilas redondas y fijas parecían atornilladas en sus huecos.” Con algunas mejoras el gobierno descubre que los “ex”, que es como se denomina a estos seres, pueden ser excelentes como instrumentos represivos para mantener el orden. Como ocurre tan a menudo en la Historia, los inventores se entusiasman con su propio invento, el cual van sofisticando más y más, y pronto ya no son solo los locos y los antisociales los que son convertidos en “ex”, sino casi toda la sociedad. Todos, menos las élites que controlan el experimento. Esta parte del relato me hace pensar en la manera en que el nazismo se difundió por la sociedad alemana. Los escritores distópicos y los políticos populistas tienen más en común de lo que parece.

“Vinieron meses y años de una realidad que se leía en los medidores, correctamente dosificada y distribuida; la historia calculada con antelación con una precisión casi astronómica, se convirtió en una especie de ciencia exacta ejecutada con la ayuda de dos clases: los inits (los gobernantes) y los exons (los gobernados)…”

Resulta interesante el afán de las distopías y de los Estados totalitarios de apropiarse de la Historia. Aquello que parece inmutable, porque ya ha sucedido, se convierte en algo maleable. Esta idea que nos hubiera parecido una locura hace 30 años, en los tiempos de las “fake news” ya no parece tan rara. El Gran Hermano se apoderaba de la Historia, revisándola continuamente para adaptarla a las exigencias del presente. En el Estado totalitario de Zamiatin, existe una Historia caótica previa al establecimiento de las Tablas de las Leyes, a partir del cual la Historia se convierte en algo fijo y racional y es esta Historia la única que importa a los números que componen el Estado. Me recuerda un poco al concepto de Francis Fukuyama en “El fin de la Historia y el último hombre”, en el que se imaginaba que, una vez que todo el mundo hubiese sido ganado para la democracia liberal la parte caótica de la Historia cesaría. Me gustaría saber si en 2018 Fukuyama piensa lo mismo sobre la inminencia del triunfo de la democracia liberal a la occidental. Finalmente, en la distopía de Krzhizhanovsky el control de los movimientos musculares de los ciudadanos, hace que la Historia se convierta en un programa de ordenador, completamente previsible. Y en cuanto a la Historia pasada, no creo que a los ciudadanos anulados les importe ya mucho.

Como ocurre con todo lo que fabrica el hombre, incluidos los productos de Apple, las máquinas que controlan los impulsos motores, empiezan a fallar. La única manera de comprobar qué es lo que falla, es pararlas, lo que supone que los exons controlados por ellas, simplemente se desplomarán, incapaces de moverse por sí mismos y morirán lentamente de inanición. Nada que preocupe demasiado a los inits y que me recuerda a una frase que decían los khmeres rojos sobre los elementos burgueses: “Conservaros no es ganancia y perderos no es pérdida”.

Al final no son las máquinas las que fallan, sino los propios seres humanos. Sus cerebros han quedado desconectados tanto de sus músculos como de su conciencia. La explicación de este fenómeno le da pie a Krzhizhanovsky a hacer unas consideraciones filosóficas, que yo pienso que fueron las que le salvaron de las purgas de escritores e intelectuales de los años 30. Nadie que se enrolle hablando del imperativo categórico kantiano puede ser una amenaza para el Estado; para empezar es imposible galvanizar a las masas hablando de Kant. No puedo resistirme a introducir una cita con algunas de las pajas filosóficas de Krzhizhanovsky:

“Para este ser [se refiere a un ex], no existe un mundo más allá del ex: el ex para él es transcendental, ve sus propias acciones como cosas externas, igual que vemos los objetos y los cuerpos a nuestro alrededor. En resumen, ve la operación de la máquina, que condiciona todos los fenómenos objetivos, como una tercera forma kantiana de sensibilidad, a la par con el tiempo y el espacio (…) no sabe nada de la posibilidad de pasar de la voluntad a la acción, de la concepción a la realización- naturalmente llega a reconocer la existencia de un mundo de concepciones y voliciones por sí mismas, esto es, a un espiritualismo extremo…”

La distopía de Krzhizhanovsky termina mal (o bien), cuando los inits descubren que han perdido el control sobre las máquinas y con ello el control sobre los exons. Tal vez de las tres distopías vistas, ésta sea la más positiva y la que tiene un final más feliz. La moraleja sería que la realidad es demasiado compleja para que podamos controlarla al milímetro. La entropía, cuya expresión humana es la “cagada”,- término que puede parecer vulgar, pero que convendría que fuese incorporado al vocabulario filosófico como aquello que nos hace humanos- se acabará imponiendo sobre cualesquiera intentos de crear un Estado totalitario que dure para siempre.

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