El tercer libro a leer es “El arte de la guerra” de Sun Tzu, que es mucho más que un mero manual de estrategia militar. De hecho, he visto adaptaciones de su obra al mundo de la empresa, al de la administración, al amor… Sun Tzu es tan rico y tan versátil que puede aplicarse a cualquier situación en la que interactúen al menos dos seres humanos.
Para mí las dos grandes enseñanzas de Sun Tzu son la importancia de la psicología y la manera indirecta de acercarte para conseguir lo que quieres.
Con respecto a lo primero, mi frase de Sun Tzu favorita es: “La excelencia suprema consiste en romper la resistencia del enemigo sin luchar”, esto es, conseguir desmoralizarle y que se rinda sin haber disparado un tiro. Sun Tzu es un genio de la estratagema y del engaño manipulador.
En cuanto a lo segundo, Sun Tzu insiste siempre en las aproximaciones indirectas. Los ataques frontales no sirven de nada. Hay que evitar que el enemigo sepa nunca cuál es nuestro objetivo real. Es preciso atacarle por su lado más débil.
Otro libro ineludible en esta lista es “El Príncipe” de Maquiavelo, que siempre he pensado que es un libro sobrevalorado. Consejos como que si ocupas un territorio, es mejor que cometas todas las crueldades al principio y luego vayas aflojando la mano o que es mejor aparentar las virtudes que poseerlas, son bastante obvias. En el fondo Maquiavelo no aporta grandes lecciones que no hubieran sido enseñadas ya por Tucídides.
Para mí, el gran valor de Maquiavelo es que enseñó que el poder está reñido con la moral y y que no puede existir un gobernante ético. Sólo vale lo que ayuda a conquistar y conservar el poder. Antes de Maquiavelo, la Europa cristiana podía autoengañarse, pensando que los reyes a veces hacían cabronadas, pero que por encima de ellos existían unos valores y que serían valorados por Dios y por la Historia en función de cuánto los hubiesen respetado. Maquiavelo demuestra que el único valor que existe es el poder. Pero bueno, tú, que quieres llegar a convertirte en un analista de las relaciones internacionales, ya lo sabías.
El siguiente libro a considerar es “De la guerra” de von Clausewitz. Pienso que en los últimos años von Clausewitz ha sufrido la competencia de Sun Tzu. Sun tzu se expresa con frases breves, que son como aforismos, y se lee con facilidad. Von Clausewitz es muy alemanote: mucha densidad. “Ligero” no es un adjetivo alemán. Hay una parte de la comparación,- favorable a Sun tzu-, que tiene bastante de cierto. Aunque Clausewitz sea consciente del contenido psicológico de los conflictos humanos, le falta la sutileza de Sun Tzu.
Aunque el libro se llame “De la guerra”, en realidad hubiera podido llamarse “De la estrategia”. Todo en la vida humana es estrategia, desde el día que con tres añitos quisiste quitarle esa pieza de lego a un niño de cuatro que era más grande que tú y te diste cuenta de que la pura fuerza no te bastaría.
Los consejos de von Clausewitz son sensatos: hay que comenzar haciendo un análisis de la situación; hay que determinar a continuación cuál es el punto decisivo, el terreno en el que se puede y se debe ganar la batalla; cómo concentrar todo nuestro esfuerzo en ese punto; la distinción entre táctica y estrategia (yo la resumo en que con una mala táctica pierdes cincuenta hombres; con una mala estrategia, cincuenta mil); el conflicto es una interacción entre dos fuerzas. Como dice von Clausewitz, “ninguna estrategia sobrevive al primer choque con el enemigo”. Esta frase es la que distingue al estratega de salón del que está sobre el terreno; la moral es lo que en última instancia hace toda la diferencia. En fin, que von Clausewitz es un autor que merece ser leído por el candidato a analista internacional… aunque posiblemente, mejor en versión resumida.
Una vez leído todo lo anterior conviene leer a Ibn Jaldún. Su “Introducción a la Historia Universal” tiene grandes intuiciones sobre la manera en que las sociedades y la economía funcionan. Pero la teoría suya que más me interesa es la que afirma que los imperios tienen en su interior el germen de su propia decadencia. Cuando un imperio comienza a decaer, el poder que lo reemplaza suele proceder de su periferia. Las periferias son más innovadoras. Se aprovechan de los avances desarrollados por el centro, pero, no viéndose lastradas por el peso de la tradición, los mejoran e innovan sobre ellos. También el historiador Arnold J. Toynbee consideraba que las periferias tenían esta ventaja sobre los centros. Ibn Jaldún dice que, cuando los nuevos gobernantes procedentes de la periferia se instalan en el centro, van perdiendo progresivamente las cualidades que les hicieron ganar el poder; caen en la molicie, sólo les preocupa mantener sus comodidades y llega el momento en el que un nuevo poder surgido de la periferia les derriba y sustituye. Aplicado a las relaciones internacionales, esto implica que no hay hegemonía que dure eternamente. Hagamos lo que hagamos, la decadencia siempre está a la vuelta de la esquina.
Tras Ibn Jaldún, yo recomendaría al candidato a analista de relaciones internacionales, que leyera el “Tao Te King” de Lao tsé. Para Lao tsé, “quien pretende el gobierno del mundo y transformar éste, se encamina al fracaso. El mundo es un vaso espiritual que no se puede manipular. Quien lo manipula lo empeora, quien lo tiene lo pierde.” Esto es, el mundo tiene sus propias razones y tratar de influir sobre él es como tratar de arar en el mar. El líder debe dejar que el mundo sea y fluya espontáneamente, en lugar de tratar de encorsetarle en sus planes y estrategias.
Y ya sólo me queda por recomendar dos libros, uno para los ateos y agnósticos y otro para los de inclinación religiosa y filosófica.
Para los primeros, “El tejido del cosmos” de Brian Greene. Después de leer sobre el big bang, el período de inflación que le siguió, la flecha del tiempo y la entropía y que el espacio-tiempo podría ser contingente y venir generado por alguna partícula aún no determinada, uno se pregunta si importa mucho a la postre si la potencia marina gana a la terrestre o viceversa.
Para los segundos, la obra ineludible es el “Mulamadhyamakakarika” de Nagarjuna. Lees: “Cuando todos los dharmas [los elementos constitutivos de la realidad] están vacíos, ¿qué es sin fin? ¿qué tiene un fin? (…) ¿qué es permanente? ¿qué es impermanente? (…) Auspiciosa es la pacificación de las transformaciones fenoménicas, la pacificación de toda la aprehensión. No hay ningún dharma que haya sido enseñado por Buda a nadie, en ningún momento, en ninguna parte.” Reflexionando sobre estas frases, como que apetece menos elucubrar con von Clausewitz sobre cuál será el punto decisivo para alcanzar la victoria.
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