Emilio de Miguel Calabia el 21 mar, 2024 (Solana y Putin. Eran otros tiempos) Fue también en 2004 que Putin comenzó a dar las primeras señales de su obsesión con Ucrania. La motivación esencial era simbólica; Ucrania y Rusia habían estado unidas durante muchos siglos y de hecho la primera Rusia medieval tuvo su núcleo en Kiev. De alguna manera el intento de mantener la URSS se vino abajo cuando Ucrania y Belarus optaron por la independencia. Una parte importante de los designios de Putin estaban determinados “por una visión nostálgica del pasado soviético”. Más allá de esas consideraciones había también una razón geoestratégica de peso: Ucrania era el nexo geográfico entre el petróleo y gas producidos por Rusia y el mercado europeo. Las elecciones ucranianas de 2004 marcaron un hito clave. En ellas, la Comisión Electoral declaró vencedor al primer ministro Víktor Yanukóvich, que era el candidato preferido por Putin. Los observadores de la OSCE concluyeron que había habido fraude y el Tribunal Supremo de Justicia de Ucrania dictaminó en el mismo sentido. Se produjo la denominada “Revolución Naranja”. Solana narra su viaje a Kiev en noviembre de 2004 para mediar y, para mí, es de las partes más interesantes. Finalmente se acordó una repetición de las elecciones, que fueron ganadas por el candidato pro-occidental Víktor Yushchenko. Putin, que había dado por descontada a victoria de Yanukóvich, se tomó mal el giro prooccidental de Ucrania. Finalmente, la ruptura con Occidente se produjo durante la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007 donde atacó la supuesta unipolaridad de EEUU y daba a entender su deseo de restablecer la importancia geoestratégica de Rusia. En 2009-2010 Obama intentaría infructuosamente resetear las relaciones con Rusia. El entonces Embajador norteamericano en Moscú y actual director de la CIA William Burns lo ha contado en su muy recomendable libro “The Back Channel”. Para 2009-2010 el reseteo ya no resultaba posible. La Constitución rusa de entonces limitaba los mandatos presidenciales a ocho años. Habiendo llegado a ese límite, el primer ministro de Putin, Dmitri Medvedev, se convirtió en presidente de Rusia y Putin pasó a ser primer ministro. El nombramiento de Medvedev despertó optimismo en Occidente. Era joven y no tenía vínculos con los servicios de inteligencia como Putin. Sus primeros discursos fueron conciliadores y suscitaron esperanzas. Sin embargo, las esperanzas cayeron por tierra el 7 de agosto de 2008 cuando Rusia invadió Georgia. A pesar del conflicto de Georgia, el deseo manifestado por Medvedev de modernizar Rusia, luchar contra la corrupción endémica y crear un Estado de derecho abierto y democrático hicieron pensar que podría establecerse una cooperación entre Rusia y la UE para poner en marcha dichas reformas. No obstante, Putin seguía siendo el factótum en Rusia y resultaba evidente que discrepaba de Medvedev. Esta bicefalia anómala terminó con las elecciones presidenciales de 2012, que ganó Putin. Había regresado a donde quería, la presidencia de Rusia, y de allí no se volvería a bajar. Incluso antes de volver a la presidencia, Ucrania había seguido siendo una de las principales preocupaciones de Putin. En 2010 Víktor Yanukóvich fue elegido nuevamente presidente de Ucrania, Aunque hubiera estado dispuesto a firmar el Acuerdo de Asociación con la UE que había negociado su predecesor, la presión de Putin lo impidió. La suspensión del proceso negociador con la UE fue el detonante de las manifestaciones de la plaza Maidán, que acabaron con la huida de Yanukóvich del país. Fue entonces que Putin estimó que el tiempo de la fuerza había llegado. El 20 de febrero de 2014 se anexionó Crimea y poco después comenzó a apoyar a las fuerzas separatistas de Donetsk y Lugansk. Una información muy útil sobre estas operaciones se encuentra en el libro de Mark Galeotti “Las guerras de Putin”. Solana se lamenta de que la comunidad internacional no respondiera con la suficiente contundencia. Este es un lamento que he visto repetido: ¿una respuesta más contundente por parte de Occidente habría disuadido a Putin e invadir Ucrania en febrero de 2024? En mi opinión, no. Ucrania es demasiado importante para la visión del mundo y del papel de Rusia en él que tiene Putin. Después de Rusia, el otro gran centro de interés de libro es Oriente Medio. Solana cuenta cómo en el contexto de la Segunda Intifada y con Clinton en plan pato cojo, en octubre de 2000 se celebró la Conferencia de Sharm el-Sheij para tratar de encauzar la situación. De la Conferencia salió la Comisión Mitchell, una comisión de investigación que en abril de 2001 publicó su informe y formuló una serie de recomendaciones para parar la violencia, restablecer la confianza y retomar las negociaciones. Demasiado irénico para la Administración Bush y su visión dura de la política exterior. No se llegaron a aplicar sus recomendaciones. Solana habla del camino que llevó hacia la guerra de Iraq. Saddam Hussein era despreciado por grandes sectores del Partido Republicano, así que las denuncias sobre la presunta posesión de armas de destrucción masiva fue llover sobre mojado. El vicepresidente Dick Cheney y el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, los dos principales halcones de la Administración, defendieron la necesidad de iniciar una guerra preventiva contra Iraq (en diciembre de 2022 abordé aquí los fundamentos ideológicos y geoestratégicos que llevaron a la Administración Bush a invadir Iraq). Solana destaca la falta de evidencias de la posesión de las armas de destrucción masiva, así como la falta de un apoyo claro por parte de la comunidad internacional. Ello no impidió que Bush ordenase la invasión, que para Solana representó “una de las decisiones más equivocadas del mandato de George W. Bush” e “implicó el inicio de un cuestionamiento creciente respecto de su posición internacional como garante de la seguridad global”. La guerra de Iraq, sobre la que los europeos estuvieron muy divididos, puso de manifiesto que la UE necesitaba una estrategia de seguridad común y que la UE tenía que convertirse en un actor de primer orden también en el terreno de la política exterior y la seguridad. Así nació la Estrategia de Seguridad Europea de 2003 (me referí a esta Estrategia en la entrada del 19 de diciembre de 2023). Solana resume las principales ideas de la Estrategia. De ellas yo me quedo con una: “el multilateralismo eficaz”. La guerra de Iraq había demostrado que el uso desnudo de la fuerza no funcionaba y que era preciso trabajar de manera inclusiva en la resolución de los problemas globales. En los años siguientes la UE se centraría en desarrollar asociaciones estratégicas con Rusia, China, India, Japón y las principales organizaciones regionales, como la Unión Africana o ASEAN. Asimismo tuvo que recomponer las relaciones transatlánticas, que habían quedado muy tocadas por la cuestión de Iraq. Mal que nos pese, “las buenas relaciones entre Estados Unidos y Europa son la base de la seguridad europea”. Solana tiene un concepto elevado de lo que ha conseguido Europa y su camino hacia la integración en la que nos jugamos “nuestras libertades, nuestro modelo político y social, y nuestra supervivencia como un actor político relevante y responsable a escala global.” Los últimos años han sido convulsos, pero, paradójicamente, la UE ha acelerado su integración. La pandemia dio pie a iniciativas inusitadas como la emisión de deuda conjunta a gran escala y la adopción de un ambicioso plan de recuperación económica con los fondos NextGenerationEU. La invasión rusa de Ucrania obligó nuevamente a la UE a hacer frente a un desafío inusitado (muy mal está la geopolítica cuando tienes que recurrir al adjetivo “inusitado” en dos frases consecutivas) y a tomar medidas novedosas: la reducción de la demanda del gas natural ruso, que pasó del 45 al 10%; la reactivación del gasto militar europeo; el acuerdo sobre la política de migración y asilo; los avances en la unión bancaria… Evidentemente, en este corto repaso del libro de Solana me he dejado fuera muchos otros temas que Solana sí menciona, como la crisis de 2008, el acuerdo nuclear con Teherán, las primaveras árabes, el auge de China y su rivalidad con EEUU o la presidencia de Trump a la que califica como “la peor presidencia americana”. Tal vez mi reacción inicial al libro no fuera demasiado justa. Acababa de leer las impresionantes memorias de Kissinger y cualquier libro que viniera después, tenía que palidecer por comparación. Merece la pena leerlo. 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