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Los últimos días del poderoso río Mekong (1)

Emilio de Miguel Calabia el

El Mekong

Con sus 4.350 metros de longitud, el Mekong es el duodécimo río del planeta. Riega una cuenca de 810.000 km² y atraviesa seis países: China, Myanmar, Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam. Unos 66 millones de personas viven en su cuenca y para muchos de ellos el Mekong representa un elemento clave en su nutrición. En “Last Days of the Mighty Mekong” Brian Eyler cuenta cómo estamos matando lentamente (o no tan lentamente) al río.

China

El Mekong nace en la meseta tibetana. Eyler utiliza el pueblo de Yubeng para contar los cambios socio-económicos que se han producido en la zona. Hace 50 años, llegar a Yubeng requería un trayecto de meses a lomos de caballo desde la ciudad más próxima. Hoy se ha convertido en un destino turístico, que recibe una media de 100 visitantes diarios. Antes del turismo, la comunidad se basaba en la solidaridad y en compartir los bienes. El turismo introdujo una primera división entre quienes se adaptaron a la nueva realidad y acomodaron sus moradas para alojar a turistas y los que no. Una segunda división se produjo entre quienes habían entrado en el sector turístico. Tu vecino ya no era tu vecino, sino un competidor por las ganancias del turismo.

Lo peor vino cuando la responsabilidad sobre Yubeng fue otorgada a la compañía de turismo estatal basada en Kunming en 2009. La compañía se puso a pensar a lo grande: electrificar Yubeng y construir una carretera que facilitara el acceso a los coches y los autobuses. Fomentar el turismo de masas en suma y confirmar la máxima de que el turismo destruye todo lo que toca.

Otra novedad es que por la sociedad china, especialmente entre los ricos, se ha extendido el interés por el budismo tibetano. Eyler menciona “Anxious Wealth: Money and Morality Among China’s New Rich” de John Osburg, quien afirma que el budismo tibetano para muchos se ha convertido en una marca de estatus más. Muchos lamas no se buscan en función de su progreso espiritual, sino en función de lo “chic” que sean.

Lo de Yubeng puede ser lamentable, pero queda limitado a Yubeng. Más grave es la construcción de presas en el alto Mekong y el impacto que tiene sobre los Estados río abajo. En 2006, cuando se hizo evidente que las reservas de combustibles fósiles de China se estaban agotando, el entonces Primer Ministro, Wen Jiabao, se comprometió a que para 2020 el 20% de la energía provendría de fuentes renovables con la energía hidráulica como favorita. Y dentro de esa política la provincia de Yunnan y el Mekong juegan un papel clave.

En 2018 la capacidad hidroeléctrica de Yunnan era de 66.660 megavatios, el 19% de toda la energía hidráulica producida en China. Tres años antes la capacidad era de 50.000 megavatios. Si he hecho bien mis cálculos, con esa capacidad se puede abastecer al menos a seis ciudades de unos 10 millones de habitantes cada una. Para conseguir esa capacidad, China ha construido 11 presas en el flujo principal del río y 95 en sus afluentes. Esto le concede un poder preeminente sobre el caudal del Mekong río abajo.

Zomia

Como en otras regiones, la construcción de las presas ha ido acompañada de desalojos de los campesinos y las infraestructuras y la modernización que las acompañaron supusieron cambios mayores en la vida de las poblaciones que las sufrieron. Eyler toma a los akha como un ejemplo de una población que ha sufrido estos cambios.

Los akha pertenecen a Zomia, el espacio montañoso que se extiende por el sur de China y el Sudeste Asiático continental. Zomia fue un término que inventó el historiador holandés Willem van Schendel en 2002, para referirse a ese espacio geográfico que siempre quedó fuera del control de los Estados de la región y cuyos habitantes no construyeron formaciones estatales, sino que permanecieron férreamente apegados a sus tradiciones, a sus sociedades igualitarias y a su independencia. En general los habitantes de Zomia han sido menospreciados por los Estados vecinos, que los consideran como a unos bárbaros y a los que tratan como a ciudadanos de segunda. Sus culturas y sus idiomas no son tenidos en ninguna estima.

Los akha son unos 400.000 y viven repartidos entre China, Laos, Tailandia y Myanmar. En China los akha habían vivido sin ser molestados hasta el establecimiento de la República Popular China. Durante la Revolución Cultural, los akha vieron cómo brigadas de trabajo comunistas venían a sus poblados y prohibían sus ritos, les obligaban a sacar los altares de los ancestros de sus casas y les prohibían vestir sus ropajes tradicionales. El Estado se apropió de sus montañas y la explotación de sus recursos a escala industrial comenzó.

Tras la Revolución Cultural vino la modernización, cuyos efectos positivos [que los tiene] se ensalzan, mientras que los negativos se meten en el cajón. Por ejemplo, los niños akha tienen que ir a la llanura para recibir su educación; esto es bueno. Pero ese apartamiento impide que puedan aprender los rituales de su cultura; esto es malo. La prohibición de las quemas controladas de bosques para cultivar y la introducción de cultivos comerciales llevó a que desapareciera la manera tradicional de reparto de las tierras y al final de la distribución igualitaria de los recursos en el pueblo. La introducción del mundo akha en una economía moderna trajo mayores ingresos y con ellos el juego y el aumento en el consumo de alcohol.

Fenómenos similares ocurren en los otros Estados en los que viven los akha: pérdida de las tradiciones culturales; retroceso de la lengua akha, ya que los jóvenes prefieren aprender y utilizar el chino, el inglés y el thai y a menudo son los propios padres los que les empujan a ello, porque estiman que así tendrán más oportunidades; divisiones causadas por el impacto de la evangelización de los akha, entre aquellos que se convirtieron y los que no… En fin, que los siglos XX y XXI no han sido demasiado clementes con los pueblos indígenas del mundo.

 

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