Emilio de Miguel Calabia el 22 feb, 2021 En los contextos coloniales y racistas existe un personaje patético. Es la persona que pertenece a la etnia subordinada y que hace esfuerzos ímprobos para ser aceptado por los colonizadores, sin ser consciente de que siempre habrá una barrera que le separará de ellos. Un ejemplo cruel que me contaron en Perú. Esto era un indígena que había hecho fortuna y que quiso entrar en un club exclusivo de Lima. No había nada en los estatutos que lo prohibiera y menos a alguien tan adinerado. Después de mucho debate interno, le admitieron. Poco después los socios del club se dieron de baja y fundaron otro, cuyos estatutos ya previeron que una situación similar no fuera a repetirse. Ese personaje en la India británica se denominaba el “baby”. “Babú” era una palabra bengalí, que se utilizaba como término de respeto, equivalente a nuestro “don”. A finales del XIX la palabra había adquirido un nuevo significado y se aplicaba sobre todo a los trepas sociales bengalíes que intentaban adoptar modales ingleses. Bengala fue la primera región de la India que conquistaron los ingleses y, por ello, era la región más anglizada. En lugar de apreciar los esfuerzos de los babús por adoptar las costumbres inglesas, los ingleses se reían de ellos. Los encontraban ridículos y arrogantes. Lo irónico es que eran los propios ingleses los que habían buscado crear un grupo de gente que fueran étnicamente indios, pero ingleses en cuanto a sus gustos, sus opiniones y su formación, para que les sirvieran de intermediarios con el resto de la población. A los ingleses les hacía mucha gracia el inglés que hablaban; “inglés babú” lo denominaban. Más de uno coleccionaba cartas de babús para luego enseñárselas a sus amigos en Inglaterra y echarse unas risas juntos. El inglés babú era un lenguaje preciosista, lleno de palabras rebuscadas y muy verboso. Un ejemplo: “Con profundo pesar y no disimulada penalidad [los errores sintácticos e idiomáticos eran numerosos] vuestro pobre esclavo acerca su pobre historia a los peldaños del trono de Su Honorable (…) que pueda encontrar perdón para sus pecados…” Los ingleses se reían de los babús y los bengalíes, también. A partir de mediados del siglo XIX comenzaron a aparecer sátiras escritas por bengalíes en contra de los babúes. Los bengalíes distinguían entre los babús de primera generación, aquéllos cuyos padres habían hecho dinero por su asociación con los ingleses y que estaban mal debastados y aún conservaban el pelo de la dehesa. La siguiente generación estaba más educada y anglizada y aspiraba más a integrarse en los círculos de los ingleses en la medida de lo posible. La novelas bengalíes del período solían presentar historias de padres que mandaban a sus hijos a aprender inglés y formarse en Calcuta y luego se arrepentían, cuando veían que sus hijos habían caído en el libertinaje. Eran hijos que habían visto que la gran preocupación de sus padres era amasar dinero y que habían tenido una vida regalada desde la infancia. Sin embargo, los babús más memorables aparecen en las novelas inglesas, lo que posiblemente no sea un indicio de mayor calidad y sutileza en la descripción, sino de que las novelas bengalíes han tenido mucha menor difusión. Uno de los babús más famosos es Hurree Chunder Mookherje, que aparece en “Kim” de Rudyard Kipling. Hurree trabaja para los británicos como agente secreto. Hurree es obeso. “La grasa de sus piernas embutidas en medias se agita” y tiene “los andares de una vaca cargada”. Hurree utiliza un inglés florido y el mismo reconoce: “Sólo soy un babú haciendo gala de mi inglés ante ti. Todos los babús hacemos gala de nuestro inglés.” Babu Hurree sueña con que le hagan miembro de la Royal Society y se aplica con una ansiedad un poco ridícula al acopio de cualquier dato etnográfico que caiga en sus manos. Se trasluce que al babú Hurree no le mueve el mero interés científico, sino que piensa que ser aceptado por la Royal Society le colocaría prácticamente al mismo nivel que los sahibs blancos. No obstante, Kipling deja claro que los sahibs blancos están intelectualmente a años luz de Hurree. Cuando su jefe, el Coronel Creighton, se entera de sus aspiraciones y de que está pidiéndole información a un lama sobre el lamaísmo, replica: “¡Virgen Santa! Yo se lo habría podido contar hace años.” Es decir, el inglés sabe mucho más sobre la India y sus culturas que el pobre babú. Aun así, Kipling deja entrever que puede que sea algo más inteligente de lo que parece; a fin de cuentas trabaja para el servicio secreto británico, así que algún rasgo positivo tiene que tener. Hay una escena muy divertida en el libro en la que el babú pide a los agentes rusos a los que ha estado traicionando todo el rato una recomendación para un futuro empleo. Curiosamente, Kipling ya había descrito a otro babú, al que también denominó Hurre Chunder Mookerjee en uno de sus primeros poemas, “Lo que sucedió”. “Hurree Chunder Mookerjee, el orgullo del Bazar Bow” tenía una imprenta y quiso una licencia del gobierno para dedicarse al comercio de armas, aunque el gobierno le advierte de que se dedique mejor a su imprenta, que es un trabajo más seguro. Huree se obceca, le conceden lo que pide y sólo sabemos que al final del poema todos ignoran su paradero, aunque todo apunta a que fue asesinado con las mismas armas colas que tanto insistió en comerciar. George Orwell trabajó como oficial de policía en la Birmania británica y fruto de su experiencia fue la novela “Días birmanos”. Allí nos encontramos con otro babú, el Doctor Veraswamy, al que Orwell presenta con gran simpatía, simpatía que no sienten el resto de los personajes de la novela, especialmente los ingleses. Veraswamy es más inglés que los ingleses. Considera su cultura superior. Su gran aspiración es que le admitan en el Club Europeo. Tal vez el último de esta tradición de babús sea un personaje real, el escritor bengalí Nirad Chaudhuri. Chaudhuri estaba apasionadamente enamorado de la cultura británica y vivió como una tragedia la independencia de la India. En 1951 publicó su novela más famosa, “La autobiografía de un indio desconocido”. La dedicatoria en el prefacio decía: “A la memoria del Imperio Británico en la India,/ que nos hizo sujetos,/ pero nos retiró la ciudadanía./ Al cual, sin embargo, cada uno de nosotros le lanzó el desafío:/ Civis Britannicus sum”./ Porque todo lo que era bueno y estaba vivo dentro de nosotros/ fue hecho, modelado y estimulado/ por el gobierno británico.” No es el tipo de dedicatorias que te hacían muy popular en el Subcontinente indio cuatro años después del desastre de la Partición y de la independencia. En los 70 acabó instalándose de manera permanente en Inglaterra y entonces descubrió que el país había cambiado mucho desde el fin del Imperio y observó con decepción cómo los ingleses habían abandonado los valores que, en su opinión, una vez hicieron grande al Imperio británico. Al final de su vida la Universidad de Oxford le hizo doctor honoris causa y la Reina Isabel II le designó Comandante de la Orden del Imperio Británico. Un buen colofón para el último de los babús. Otros temas Tags BabúColonialismoGeorge OrwellHurree Chunder MookherjeIndiaNirad ChaudhuriRacismoRudyard Kipling Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 22 feb, 2021