Emilio de Miguel Calabia el 11 dic, 2022 Naomi Klein tiene un libro, “La doctrina del shock”, donde sugiere que un desastre puede provocar tal conmoción a la población que acepte medidas que de otra manera no habría aceptado. Aunque hay partes del libro con las que discrepo, sí que creo que esta teoría es de aplicación a todo lo que ocurrió después del 11-S. De pronto la sociedad aceptó perder libertades a cambio de ver su seguridad reforzada y dio carta blanca al presidente en el manejo de la política exterior. El 20 de septiembre de 2001 el presidente Bush se dirigió a la nación y habló de la guerra al Terror. Se ha criticado mucho que declarase la guerra al Terror. El Terror es una táctica, no un Estado, ni una comunidad, ni un ente. Es como declarar la guerra a los saques directos a puerta. Otro punto clave del discurso es que, olvidando la simpatía casi universal y la solidaridad que habían concitado los atentados, Bush advirtió de que “cada nación en cada región tiene que tomar una decisión ahora. O estáis con nosotros o estáis con los terroristas.” La posibilidad de crear una coalición genuinamente voluntaria se estaba empezando a echar por la borda. El vicepresidente Cheney, que entendió muy bien el concepto, declaró algo después que la vida de las personas había cambiado, que había mucha incertidumbre y que muchos de los cambios introducidos tras el 11-S serían permanentes. Añadió: “No podemos negociar con el Terror. No terminará en un tratado. No habrá coexistencia pacífica, ni negociaciones, ni cumbres, ni comunicado conjunto con los terroristas. La lucha sólo puede terminar con su destrucción completa y permanente”. Churchill ya mostró lo que puede galvanizar a un pueblo que le adviertas de que la victoria será dura de obtener, a condición de que lo hagas en el momento adecuado, cuando se sienta más inerme y desorientado. Pero la guerra contra el Terror tiene un problema. Como Cheney indicó, no puedes ponerle cara al enemigo, no hay frentes que avanzan y retroceden, ni entradas triunfales en ciudades liberadas. A la larga es mucho más difícil mantener a la población galvanizada y dispuesta a hacer sacrificios que en un conflicto convencional. De lo mucho que se escribió esos días, me parece especialmente interesante “El caso por el imperio americano” que Max Boot publicó el 15 de octubre en The Weekly Standard. Max Boot, de tendencias muy conservadoras y que luego se incorporaría al PNAC, sugirió en su editorial que EEUU había sido atacado por falta de ambición y de implicación, por no haberse fijado objetivos más amplios y haber sido más asertivo en su implementación. EEUU hubiera tenido que responder con más contundencia a los atentados contra sus Embajadas en Tanzania y Kenya y contra el ataque al navío USS Cole en octubre de 2000. El ejemplo que EEUU debería seguir es el de la Inglaterra victoriana, que golpeaba duro a sus adversarios cuando hacía falta. Un párrafo especialmente significativo del texto es el siguiente: “… la primera Administración Bush se negó a ir a Bagdad y no se movió mientras Saddam aplastaba las rebeliones shií y kurda (…) Ahora tenemos una oportunidad para rectificar este error histórico. El debate sobre si Saddam Hussein estuvo implicado en los ataques del 11-S no atina. ¿A quién le importa si Saddam estuvo involucrado en esta barbarie particular? Ha estado involucrado en tantas barbaries a lo largo de los años (…) que ya se ha ganado una sentencia a muerte una y mil veces. Pero no es sólo una cuestión de justicia derrocar a Saddam. Es una cuestión de autodefensa: ahora mismo está trabajando para adquirir armas de destrucción masiva (…). Una vez hayamos lidiado con Afganistán, América tendrá que dirigir su atención a Iraq…” Una vez que EEUU haya acabado con Saddam, EEUU podrá hacer de Iraq la primera democracia árabe y mostrar al mundo el compromiso de EEUU con la libertad, al tiempo que Iraq se convierte en un faro de esperanza “para los pueblos oprimidos de Oriente Medio”. El editorial incorpora todas las aspiraciones de los neocons y sirve para explicar lo que ocurriría en los dos años siguientes. Voy a desgranar los aspectos más interesantes del mismo: 1) Habla abiertamente del imperio americano y no duda en tomar como referencia al imperio británico de la era victoriana. Tradicionalmente EEUU ha rechazado verse como un imperio. Entiende que su manera de dirigir es muy diferente que la de los imperios tradicionales. El propio W. Bush dijo durante la campaña electoral de 2000: “América nunca ha sido un imperio… Puede que seamos la única gran potencia en la Historia que tuvo la oportunidad y la rehusó”; 2) Da lo mismo que Saddam haya o no estado vinculado a los ataques del 11-S. Hay que acabar con él. Boot ya introduce en el editorial el tema de las supuestas armas de destrucción masiva como argumento para acabar con Saddam sí o sí; 3) El objetivo último es implantar una democracia en Iraq,- de la misma manera que se implantaron sendas democracias en Alemania y Japón tras la II Guerra Mundial. La democracia iraquí servirá para reconfigurar Oriente Medio y transformarlo en un espacio de democracia. Resultó que la retórica imperial les molaba a los neocons y por aquellos años las referencias de ese jaez menudearon. El periodista Charles Krauthammer recordó que ningún país había sido tan predominante en lo cultural, lo económico, lo tecnológico y lo militar como EE UU desde el Imperio Romano. Ahí yo creo que se quedó corto: el nivel de superioridad abrumadora en todos esos ámbitos que ha conseguido EEUU, no lo había conseguido ningún imperio precedente. Robert Kaplan dijo que era un segundo poder universal después de Roma y que tendría que desplegar una política belicista para construir y conservar la Pax Americana. El historiador Niall Ferguson que, aunque británico se apunta a todo lo que sea superioridad anglosajona, imperio civilizador y la responsabilidad del hombre blanco, instó a EEUU a que utilizase sus grandes poderes para asumir la responsabilidad imperial global que en su día había asumido el imperio británico. Ningún imperio que se precie y que quiera mantener su prestigio, puede permitir que una humillación como la del 11-S quede sin respuesta. Había que golpear a Afganistán, que era donde estaba refugiado el autor intelectual de los atentados del 11-S, Osama bin Laden. Pero éste no era un conflicto que realmente interesase a los neocons, que iban detrás de una pieza mucho mayor, Iraq. El resultado fue que la Administración Bush se metió a hacer una guerra a lo barato en Afganistán, sin planes claros más allá capturar a bin Laden y de derribar a los talibanes. Otros temas Tags Charles KrauthammerDick CheneyGeorge W. BushGuerra contra el TerrorIraqMax BootNaomi KleinNiall FergusonPolítica exterior de EEUUProyecto para el Nuevo Siglo AmericanoRobert D. KaplanSaddam Hussein Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 11 dic, 2022